La definición de estructura doble entremezclada podría ser la de combinación de dos temáticas que se apoyan entre ellas. Se supone, entonces, que la presencia de una implica la existencia de la otra, ya que si las dos se encontraran solas faltaría algo. Una estructura de este tipo permite así moverse por una serie de eventos que, al final, logran darnos una sensación de completud, como si lo que antes podía parecer caótico (presencia de elementos heterogéneos) se hubiera homologado en una proposición final: todo formaba parte de una única idea, en una arquitectura de relaciones que pondrían de manifiesto una concepción bastante bien definida. En palabras más simples, a veces lo que se presenta como desdibujado logra llegar a un punto de fusión total (sea esta de géneros o de conceptos), lo cual nos lleva a reconsiderar la obra en su totalidad. El “¿de qué habla?” se construye durante nuestra fruición y, una vez obtenida la palabra “fin”, es posible volver nuestra mirada hacia el comienzo y darle una lectura diferente.

Definir Ghost in the Shell (1995) con una sola palabra o con una frase breve resultaría por esta razón difícil. Efectivamente hay en la película de Mamoru Oshii, basada en el manga de Masamune Shirow, un discurso doble que, como en toda buena obra, es capaz de entremezclarse, lo cual lleva a que nos encontremos ante un producto completo (se define aquí con este adjetivo la cualidad de tener una estructura homogénea). Si por una lado se puede hablar de techno-noir, de un cuento de espionaje futurístico, por el otro hay que tener en cuenta la presencia de una serie de preguntas que abren paso a unos dilemas que salen de la pantalla para encontrar su espacio en la realidad contemporánea: las acciones, entonces, se resuelven en tanto segundo punto de equilibrio de un proceso más bien cultural y mental, como si el desarrollo de la historia se balanceara entre dos niveles que, si bien podrían resultar inicialmente distintos, logran unirse una vez que nos acerquemos a los últimos minutos.

Sin embargo, se nos podría preguntar también de qué habla efectivamente la película. Dejando por un lado la cuestión de la primera estructura, o sea el cuento techno-noir o, para quienes necesiten una mejor categoría, cyberpunk, ¿cuál va a ser el tema de la otra estructura, la que inicialmente parece tener un rol secundario, como si de un detalle insignificante se tratara? Resulta así fundamental subrayar el elemento abstracto, el acto (in)formal del pensamiento que nace de la charla entre personas, como cuando la protagonista y su compañero se encuentran en una situación de teórica calma y hablan de lo que hace que un ser humano sea tal. El dilema, entonces, sale de los cuatros lados de la pantalla para instaurar una relación de preguntas y respuestas con nosotros, insertándose en un discurso también aquí doble: lo que efectivamente nos hace humanos, problemática esta atemporal, y lo que, desde un punto de vista contemporáneo, nos provoca la mezcla de una cultura hipertecnológica a la que no solo nos estamos acercando sino en la que en parte ya vivimos.

Esta humanidad que afirmamos ser nuestra, huella de un hipotético valor superior ante los otros seres del cosmos, se revela ser sobre todo la prueba de la pertenencia de nuestro yo al conjunto social de la tribu humana, o sea, por cuestiones ideológicas que remontan al comienzo de los discursos filosóficos de la antigüedad, a la única especie digna de vivir y de pensar. Lo que nos hace vivos, entonces, sería la unión entre la mente (ghost) y el cuerpo (shell), otra estructura doble entremezclada que es también nuestra única posibilidad en lo que se refiere a la participación en el mundo exterior (sin cuerpo y mente, dicho de otra manera, sería imposible funcionar en tanto seres sumergidos en el mundo real). ¿Qué pasa, entonces, cuando nos damos cuentas de que no solo el cuerpo puede ser reemplazado, recreado y parido artificialmente una y más veces, sino que la mente también pierde su solidez, ya que sus coordenadas (los recuerdos) pueden revelarse un sueño, una ficción?

La destrucción de las seguridades a las que nos agarramos, entonces, logra que se abra un espacio de intercambio mental (intercambio de opiniones, de ideas) que nos habla desde un punto de vista tanto biológico (el ser humano es cuerpo y mente, sí, pero la mente es un conjunto de células, el cerebro) como tecnológico (los avances, las nuevas invenciones, la unión entre la carne y la máquina). Nos ayuda, así, volver a la cuestión de la caducidad de los seres vivos (pero también de los objetos, de lo que producimos con nuestras manos) e insertar en el discurso el dilema que ya se había asomado a la hora de discutir, en la segunda mitad de siglo diecinueve, la teoría de Darwin. ¿Qué va a ser el hombre del futuro? ¿Cuáles serán los cambios físicos al que se verá sometido en el desarrollo ilógico de la evolución, siempre que el hombre siga siendo uno de los protagonistas de este cosmos? Efectivamente, si las máquinas logran tener su inteligencia (artificial, por supuesto), ¿qué les impide actuar de por sí, en tanto seres vivos? La mente, entonces, el ghost, ya no será una calidad típica del ser humano, y la hibridación – el mestizaje – se mostrará cómo una de las muchas maneras de vivir. ¡El hombre ha muerto, viva el hombre!

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Terminator Zero, cartel

La franquicia de Terminator presenta una serie de problemas de carácter narrativo. Efectivamente, ¿qué más hay que contar después de la segunda entrega, que cerraba perfecta y claramente la cuestión del destino y de los viajes temporales? Quizás simplemente porque el público se había familiarizado con el personaje del robot asesino, se ha intentado ir desarrollando diferentes proyectos, todos fracasados, desde un tercer capítulo hasta dos sucesivos que han intentado ser la verdadera tercera entrega, sin olvidar la rareza del decepcionante capítulo con Bale en un futuro no muy lejano. Y es que, efectivamente, los dos primeros cuentos de Cameron son un espectáculo tanto técnico como narrativo, y la sensación de muerte, fatalidad y deprimente destrucción o, mejor dicho, del fatalismo y del tech-noir de 1984 y del posibilismo y de la acción de 1991 llevan a admirar cómo el director-guionista va tejiendo un cuento que nos traslada a una visión tan diferente de y tan igual a nuestra misma sociedad y cultura. Los robots pueden ser, así, los malos de un viaje temporal que es también una historia de amor (entre dos almas perdidas, por supuesto, como también entre una madre y su hijo, y que la basura narrativa de Dark Fate desaparezca de nuestros recuerdos lo más antes posible).

Una serie sobre el mundo de Cameron, entonces, no puede sino basarse en los elementos esenciales si quiere seguir proponiendo a los espectadores las mismas sensaciones. Y, efectivamente, el principio discursivo de Terminator Zero es total y claramente la cuestión cultural (y por supuesto, científica) que reverbera dentro de los primeros dos capítulos. Determinismo y libertad, necesidad y posibilidad, elementos, estos, que sientan las bases para un diálogo de carácter práctico y filosófico (dicho aquí dentro que aquel tipo de filosofía a lo Dick, y no solo, que se ha ido desarrollando en el mundo de la ciencia ficción). Se propone así, al espectador, no solo una narración con un carácter típico de la estructura de acción, sino que durante los episodios se va construyendo un elemento de profundidad temática que logra involucrar un aspecto fundamental que las (seudo) secuelas de la franquicia no han logrado implementar en sus ofertas. La visión de Terminator Zero, de hecho, implica un análisis de lo que es la realidad misma de los viajes temporales y permite acercarse a cuestiones interesantes de lo que el destino efectivamente es dentro de la dicotomía de libertad (casi) absoluta y determinismo inapelable.

La narración, hay que notar, tiene muchos defectos durante los primeros episodios. Y, de hecho, podría llevar a muchas personas a abandonar el juego que se va instaurando, como si estuviéramos ante una obra infantil, mal estructurada y con unos diálogos horribles. Sin embargo, la frustración inicial se debe a una serie de engranajes que es posible ir descubriendo en el desarrollo de la narración, y lo que antes nos parecía una mala idea se convierte en un “pues sí, claro” que desata una serie de consideraciones, no solo sobre lo que ha sido, sino también sobre lo que va a ser, demostración, esta, de que solo si el guion está bien escrito puede el producto fílmico atrapar nuestra atención. Y es grande la satisfacción final que nos abraza, una vez llegados al final de una aventura que logra abrirse ante las posibilidades no solo del género, sino también (o, a lo mejor, sobre todo) de lo que la franquicia de Terminator sabe ofrecer.

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