Más allá de la cuestión de si el fútbol nos pueda gustar o menos (a mí, personalmente – lo cual es obvio, ya que acabo de decir “a mí – nunca me ha gustado ver a una pandilla de hombres intentando pasarse una pelota durante más de una hora), sí es verdad que este deporte forma parte de nuestro legado cultural. Que sepamos cómo se llama el mejor futbolista (creo que es Pelé, si bien los argentinos dirían Maradona) o quién ganó la copa mundial en el año no-se-sabe-cuando, o que nos deje indiferente el amor por un equipo u otro, el fútbol es algo que existe (y que podemos evitar, si sabemos rodearnos de personas con nuestras mismas aficiones y nuestra indiferencia por la pelota blanca y negra), algo que se inserta en la cultura y la sociedad en la que hemos nacido. Es un valor, entonces, el del fútbol, que se desarrolla a través de una serie de infinitas diatribas entre aficionados y que parece llevar a la construcción de cierto tribalismo nacional a la hora de ver los equipos luchando por una supuesta copa (yo, por nada patriótico y completa y metafóricamente apatrida, prefiero leer libros en mi tiempo libre y dejarme llevar por la idea de hacer aquel tipo de deporte que mejor me guste).

La cuestión que se sitúa en la base de Zamora, filme italiano de 2024, sería entonces la de utilizar el fútbol como punto de partida para un análisis de tipo psicológico de un personaje, un pobre joven que se ve en una situación de cambio radical de su vida. Lejos de su pequeña ciudad natal, con su asfixiante familia, se encuentra el protagonista en una Milán de los años sesenta en una compañía cuyo jefe ama completa y ciegamente el ya citado deporte. Hay que aprender a jugar, entonces, porque el Día de los Trabajadores (el primer día de mayo) hay que jugar un partido entre casados y solteros. Algo que, obviamente, parece bastante aburrido, por nada interesante, y que, en realidad, nos permite acercarnos a la vidas de personajes fracasados, perdedores y un poco anodinos, algo que, bien claro quede, bien se parece a las vidas de todos nosotros, personajes inútiles cuyos nombres, los nuestros, se perderán en el olvido del tempus fugit. Y, efectivamente, la simplicidad de lo normal se reverbera en la repetición de los casos humanos.

Una repetición, esta, que se moldea dentro de unos arquetipos (afortunadamente no se utilizan estereotipos) que pueblan tanto la Milán de antaño como también la compañía en la que trabaja el protagonista. Y es así como se amontonan los problemas de cada uno, desde matrimonios que no funcionan hasta problemas de alcoholismo, sin olvidar las pequeñas o grandes decepciones de carácter interpersonal. Hay que reaccionar, por supuesto, lo cual implica cambiar, crecer, independizarse y encontrar no solo el coraje de ser alguien diferente, sino también de aceptar nuestro errores y seguir adelante, sabiendo que algo que hubiera podido ser nunca será y que, por ende, mejor es darse cuenta de que las cosas a veces nos llevan a otros sitios de cuya existencia no teníamos ni idea. Un proceso de evolución, entonces, de tipo psicológico, desde una situación hacia otra, dentro de la visión (positivista, nos atreveríamos a decir, para mostrar que hemos ido a la universidad y algo hemos aprendido) de un ir no solo más allá, sino hacia lo mejor, lo que nos hace sentir que hemos logrado superar nuestras limitaciones.

El fútbol como momento de recuperación de una vida decepcionante es entonces una metáfora bastante simple que logra obtener su resultado. Desde cierto de punto de vista es innegable el hecho de que el filme sigue una estructura bastante obvia en su totalidad. Algo que, obviamente, no implica un juicio negativo si bien, desde cierto punto de vista, no nos regala muchas sorpresas. Sin embargo, algunas elecciones narrativas permiten asegurarse cierta bondad en lo que a la cuestión estructural se refiere, lo cual ayuda a que el final, por ejemplo, resulte entremezclar tanto lo obvio como lo interesante. Es, quizás, la inserción de “la vida”, entendida aquí como lo real, como lo que pasa normalmente (como cuando decimos que algo solo pasa en las películas, demostración de que los filmes, muy a menudo, solo son concreciones de nuestros deseos). Puede que el resultado sea algo del que nos olvidaremos en pocos días, pero, sí, puede también que nos logre dar, tan solo por una hora y media, un momento de introspección y de superficial pero positivo pensamiento positivo.

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