Críticas

Un jardín V.I.P.

Taming the Garden

Motviniereba. Salomé Jashi. Georgia, 2021.

Cartel del documentalEl último documental de Salomé Jashi es otra prueba exacta de que no hay nada que envidiar a la ficción, cuando a la particularidad de sus argumentos nos referimos. A veces, la realidad puede ser incluso más extravagante, absurda y sensible a la vez; o por lo menos así la retrata Taming the Garden. La que toca un tema tan usual como el conflicto de poder, con un final demasiado predecible —como la victoria del poderoso— sin por ello dejar de ser excepcional en su manera de narrarnos. Y es que Jashi no desaprovecha un solo plano para lograr el tan buscado impacto, que nos deja ante la pantalla con el  sentimiento de ver algo por primera vez.

Ocurre que en Georgia —el país natal de Jashi— su exministro Bizina Ivanishvili tiene el afán y la comodidad de comprarse sombra al contado. Y como quien hace lo que quiere porque puede (también es millonario) escoge ciertos árboles de la costa georgiana para luego trasplantarlos en su jardín. “Leí en el periódico que prolongan su vida” —dice alguien del pueblo— “siempre que este tenga más de cien años”. La película, entonces, abarca todo este proceso de intervención y traslado, donde los árboles que más tiempo contribuyeron a la vida de la comunidad son los elegidos para la colección. Dejando entre las generaciones que crecieron bajo sus ramas y quienes tienen orden de cortarlas; entre los que aceptan la compensación económica, los la prefieren y los que la condenan; un latente conflicto, y mucha impotencia.

Taming the Garden - fotograma
De todos modos, es cierto que esta es solo una forma de interpretación probable, en tanto el discurso permanece mayormente implícito en el relato. Pasamos hora y media ante la pantalla, por ejemplo, y nunca vemos el rostro del responsable ni somos informados de su vínculo político (que bien podría explicarnos el origen de tanto poder). Solo sabemos de esto porque más tarde lo investigamos —el documental despierta ese tipo de intereses— o porque vamos recolectando los hechos mientras los pobladores y obreros justifican o maldicen al nuevo propietario de los árboles. Entre el “¡No le importa una mierda nada!” y el “Puede gastar su dinero en lo que quiera”. Y por qué no, cuando hablamos de tanta extravagancia, “[Sus peones] me están obligando a hacer algo malo… Podría cortar fácilmente sus cabezas para que luego Ivanishvili camine con ellas bajo sus axilas”.

Taming the garden - el pueblo

Por otra parte, la ausencia de esta imagen pública, como decisión formal, es de las más importantes del documental, porque termina cediendo el protagonismo al árbol; permitiendo la lectura del lenguaje del film como una adaptación correspondiente al punto de vista de la naturaleza. El noventa por ciento de la imagen, por ejemplo, es estática y de ritmo pausado, como el de una observación pasiva. Al igual que el árbol, esta mirada carece de “voz”. Y el valor de muchos de los planos están hechos a su medida; son de una escala mayor a la necesaria para encuadrar a los hombres, porque también pretenden incluir el entorno natural que estos intervienen. Se enfoca un cúmulo de tierra, donde luego un tubo se injerta. Se encuadra la totalidad de un árbol, y un hombre sube hasta la copa a cortarlo. Vemos la inmensidad del mar, y una mancha verde y castaña la interrumpe, porque el mismo árbol está siendo trasladado a un jardín más lujoso.

De esa forma, la naturaleza se convierte en símbolo, en tanto lo que pase con ella está directamente relacionado al poder. ¿Por qué deben sufrir los árboles solo para que Ivanishvili pueda tener el suyo?, pregunta una señora protestando hacia el final, aunque el documental mismo inicia con la respuesta. Porque se puede. Ya la primera escena nos muestra a dos hombres en la orilla, pescando, mientras ignoran que, a kilómetros de distancia, un árbol flotante va cruzando el mar. El elemento aparece de fondo como si solo fuera un simple detalle y nos impresiona o descoloca, porque lo vemos, irónicamente, representado en medio de un hecho ordinario; no es que no lo ven, es que ya no les sorprende. Casi como si se nos estuviera diciendo: en Georgia, esas cosas simplemente pasan. En el mundo, estas cosas pasan. Y, tal como nos incita esta imagen, es completamente normal.

Taming the garden - escena inicial

Sin embargo, no todo es indiferencia y pasividad; mucho menos pura connotación negativa, y sobre esto me parece que Jashi se merece una crítica más extensa. Pues, aunque su cámara evite acercarse a los sentimientos humanos (primeros planos), y su mirada irónica se parezca a la de un árbol observando a la humanidad armar, inútilmente, sus revuelos. El film tampoco deja de dramatizar la vida de estos árboles ni pretende ignorar la catarsis humana. Cuando el crujido de las ramas, totalmente elevado en volumen, nos suena a que lo están lastimando. O cuando se retrata la partida del árbol como un gran evento y, en medio de quienes lo toman con gracia o asombro, la cámara se fija en los que hacen la señal de la cruz y se ponen a llorar.

Jashi arma una escena de despedida totalmente conmovedora, y con el plano más poético del documental —el árbol yendo, por última vez, sobre el mar— va firmando el testimonio, del que ahora también somos nosotros testigos. Y me parece que con este, entre tantos films habidos y por haber sobre el tema, logra volvernos conscientes de algo tan básico, que muy bien supimos siempre, más lo ignoramos perfectamente. Son seres con vida. Y el film de Jashi, finalmente nos lo deja ver.

 

Trailer:

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Ficha técnica:

Taming the Garden (Motviniereba),  Georgia, 2021.

Dirección: Salomé Jashi
Duración: 92 minutos
Guion: Salomé Jashi
Producción: Corso Film
Fotografía: Goga Devdariani, Salomé Jashi
Música: Philippe Ciompi, Celia Stroom

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