Críticas
Raúl Arévalo se pone en hora
Tarde para la ira
Raúl Arévalo. España, 2016.
En una película como esta, todo luce mucho mejor si tras la cámara encontramos a alguien que aprovecha la inercia del principiante, de igual forma que acumula toda su experiencia como actor y alumno aplicado de todos aquellos que le dirigieron, y de todos aquellos que no le dirigieron, pero que él admira. Ese alguien es el actor Raúl Arévalo, en la mejor decisión de su vida: ser director.
Arévalo es un cinéfilo consumado. Se nutre de sus referentes predilectos, los mezcla en coctelera e inventa un nuevo sabor. Con recuerdo añejo pero a la vez refrescante. Con el virtuosismo por bandera, en dosis adecuadas y sin regalar, per se, ataques gratuitos de director ansioso por romperla en su primera oportunidad. Lejos de esto último, en Tarde para la ira, todo el mecanismo formal que encontremos será única y exclusivamente para potenciar y sublimar los picos argumentales.
Para muestra, un prólogo a lo Bullitt (Peter Yates, 1968), que maneja los tiempos con acertadísimo pulso, al ritmo de un plano-secuencia trepidante y angustioso que enmarca la huida en coche de un impactante atraco, en el que algo sale mal. El mérito es elevar el celuloide a casi una realidad aumentada (ahora que
está tan de moda), pero sin artificios digitales. Desde aquí ya se adivina algo diferente.
Mejor ejemplo aún lo tenemos en el ecuador de la trama. Se trata de la escena en la que José (Antonio De la Torre) se desnuda emocionalmente, tumbado en posición fetal y de espaldas a un perplejo Curro (Luis Callejo). La mano del director elige no enfocar ni recrear todo ese torrente sentimental en primerísimo plano. Prefiere enmarcar la instantánea en una asfixiante composición al más puro estilo Edward Hopper, en cuanto a la atmósfera que resalta la insignificancia, la presencia ausente que envuelve una luminosidad aguda, muy fría; y cercano a Lucian Freud, en cuanto a la crudeza de la más íntima desfragmentación del alma.
Para mí, esta ruptura convencional es lo que más me entusiasma de Raúl Arévalo. Un director que parece guiarse por el instinto. Así consigue minimizar el melodrama y maximizar los matices. El problema de los primerísimos planos de escenas catárticas, que tanto agradecen los actores, es que se suele perder el encuadre de todo lo que sucede en torno a la explosión confesional. El detalle de aquel que asiste al drama, sumido en un caos nervioso, a la vez que paradójicamente hierático, es una auténtica alegoría al extrañamiento, al desfase motivacional, al fuera de lugar. De esta forma, el patetismo se palpa, la atmósfera se vicia y el episodio afecta como una punzada sin anestesia. Sin la más mínima mueca concedida por la cámara. He aquí el talento de un realizador vocacional, ajeno a las voces más académicas. Atento, eso sí, al memorándum clásico del cine patrio.
Con esa alma ibérica tan reconocible, pero también con vocación de recolección foránea, Tarde para la ira es un reguero de instancias que recuerdan los mejores años de Carlos Saura, principalmente, junto a otros maestros de la dirección. Véase La Caza (Carlos Saura, 1966) o El 7º día (Carlos Saura, 2004), con ese granulado analógico, sucio e hiperrealista que tanto recuerda a la traza estética de Brigada Central (Pedro Masó, 1989); con ese perfil de roles adaptativos que remite a Perros de paja (Straw Dogs, Sam Peckinpah, 1971) o a esa dureza narrativa de Sin perdón (Unforgiven, Clint Eastwood, 1992) en versión low cost, sólo en lo relativo al aspecto económico, claro.
Por supuesto, como buen alumno aventajado de Alberto Rodríguez, el sabor de La isla mínima (2014) también se percibe. Por su solidez y buen hacer con los actores, que no solo encajan, sino que mejoran sustancialmente lo que había sobre el papel del enorme guion de David Pulido y del propio Arévalo. Son las piezas perfectas que dinamizan los acontecimientos que ocurren ocho años después del mencionado prólogo.
Los hechos se amplifican desde una caja de resonancia con forma del típico bar de barrio, tan nuestro. Espacio ambivalente de improvisadas terapias, amistades peligrosas e indeterminadas ilusiones a medio hacer. Exactamente lo que representa un reparto encabezado por el ensimismado “Josete”. Motivado, eso sí, por Ana (Ruth Díaz), la camarera del mismo bar con la que mantendrá un triángulo tenso junto a su novio Curro.
Enormes interpretaciones que esconden grandes sorpresas y también una gran evolución dramática. Donde los giros, propios de su género, son una bisagra bien engrasada de un conjunto muy sólido. Tarde para la ira no se pierde en impactos aleatorios e imposibles. Es un thriller con trazas de western crepuscular que nunca pierde el ritmo. Es un in crescendo firme y sin fisuras. Una película que habla de los límites del perdón, de la silenciosa y diferida carga emocional que conlleva el daño colateral, pero sobre todo de la elección, eso sí, de una elección asíncrona, que o se muere de hambre o se alimenta pantagruélicamente del rencor.
Lo mejor es que apetece ver el próximo trabajo de un director que entra por la puerta grande. Veremos si con un estilo aún más personal y reconocible. Porque talento tiene para desmarcarse definitivamente de toda esa videoteca que resuena en su cabeza.
Trailer:
Ficha técnica:
Tarde para la ira , España, 2016.Dirección: Raúl Arévalo
Guion: Raúl Arévalo, David Pulido
Producción: La Canica Films / Televisión Española (TVE)
Fotografía: Arnau Valls Colomer
Música: Lucio Godoy
Reparto: Antonio de la Torre, Luis Callejo, Ruth Díaz, Manolo Solo, Alicia Rubio, Raúl Jiménez, Font García
2 respuestas a «Tarde para la ira»