Críticas
Menos que mañana, pero mejor que ayer
Tenet
Christopher Nolan. Reino Unido, 2020.
Christopher Nolan ha conseguido que sus películas den que hablar incluso meses antes de su estreno. Las propuestas del director británico se han ganado a pulso la fama de estar un peldaño por encima de la media de lo que vemos en una sala de cine. Eso con independencia de la calidad final del producto, claro. Hay que reconocer que ese gusto por rizar el rizo proporciona emociones inesperadas a base de ingredientes conocidos por todos, pero mezclados con ingenio en la particular visión de un autor de marcada personalidad.
No es menos cierto que en su producción encontramos una serie de obsesiones personales, en las que destaca la percepción de la realidad y el concepto del tiempo como ente narrativo mutante. En Tenet, (Christopher Nolan, 2020) Nolan lleva este leit motiv recurrente en toda una odisea visual, experiencia inmersiva que regala al espectador un espejismo de reluciente novedad.
Y digo espejismo, sí. Hay cierta tendencia, con cada estreno firmado por Christopher Nolan, a generar un debate acerca de si el reconocido cineasta ha reinventado la rueda en esto de hacer películas. Creo que, a estas alturas, nadie puede dudar de la autoría de Nolan, de su particular modo de entender todos los aspectos que rodean la producción a niveles obsesivos, del impresionante universo visual y conceptual que plantea. Pero, siendo justos, la mayoría de las veces lo que trae bajo el brazo es mucho humo y espejos, la capacidad de complicar conceptos muy simples y el juego con las percepciones del público, encantado de que un director les haga cómplices de un menú tan sofisticado.
En Tenet, Nolan explota los lugares comunes de su cine de forma deslumbrante y, efectivamente, parece que nos encontramos ante algo realmente diferente. Sin embargo, salí con una extraña sensación de la sala de cine: nunca había visto nada como Tenet y, sin embargo, mi apreciación es que, en el fondo, no había nada de nuevo en el brebaje de Nolan. Me temo que el director británico, aún ofreciendo fuegos artificiales de primer orden, empieza el tambaleo en la confusa frontera entre la seña de identidad y la cómoda fórmula.
Se agradece la ambición que destila cada concepto de Tenet. Es muy complejo el encaje de todas las piezas de un rompecabezas tan lleno de detalles como el que sustenta la obra. Además de la consabida cháchara científica, hay que dotar al conjunto de un envoltorio magnífico a base de secuencias de esas que quitan el aliento. En principio, apuesta conseguida, y es que Nolan es un tipo astuto, que conoce que teclas se aprietan en la mente del espectador cuando hay que esconder debilidades estructurales. Si el cerebro del público está funcionando a mil por hora ante tal avalancha de estímulos sensoriales, es fácil caer en las intenciones de la película como experiencia por encima de la narración.
Al final, Tenet pasa por una especie de episodio de la saga Bond pero con extra de alta tecnología y el componente de ciencia ficción pretendidamente sesuda, pero que esconde elementos bastante simples tras su extravagancia. Además, en este caso, la forma importa bastante más que el fondo, y los tics de Nolan se multiplican hasta el infinito en la película , irónicamente, en la que está más libre de cadenas de su lista de éxitos.
Desde el minuto uno, la esencia de espectáculo desmedido queda patente, gracias a la impactante escena inicial, otro de los clásicos del autor, que marca el ritmo y roba sin mucho esfuerzo el aliento al público. Ya somos suyos, ya estamos rendidos. A partir de ahí, y tras un titubeante inicio en el que Nolan gasta demasiados esfuerzos en situar las piezas de su juego, asistimos a un in crescendo constante, en el que cada acción es más trepidante y excesiva que la anterior, cada plan descabellado es demencial y enrevesado, nuestra visión de la realidad se vuelve líquida y mutable hasta lo físico, con momentos absolutamente geniales en los que observamos el mundo desde la perspectiva de ese tiempo extraño, de nuevas reglas. Menos mal que nos pilla sentados, porque literalmente, sentí flojear mis piernas.
Efectivamente, Nolan es un tipo muy listo, que sabe muchísimo de cine como artificio, engaño, truco de trilero, parte esencial de este arte desde que la gente huía despavorida de un tren en aquellas primeras proyecciones. Pero, tras esa fastuosa demostración de músculo, tenemos piezas bastante inconsistentes, certificado de que a Nolan solo le interesa la emoción sin destilar, ir hacia el punto en el que quiere que estemos. Y no lo duden, todos los directores del mundo pretenden exactamente lo mismo, pero lo sutil no es el gran valor del cineasta.
El universo que construye queda a medias por explicaciones vagas, cosa que es hiriente en un director que se caracteriza por el exceso de información. En Tenet, Nolan nos suelta sin red a un mundo perpetrado para la confusión premeditada. Personajes que son excusas para avanzar la trama tienen diálogos tan artificiales que parecen escritos por un teclado predictivo muy listo. Hay que reconocer el valor del reparto, que, a pesar de las dificultades para trabajar con el guion de Nolan están a muy buen nivel dentro de la frialdad de alta sociedad que rodea a todos y cada uno de ellos, restando credibilidad al conjunto.
Incluso tenemos un malo de opereta, defendido con salvajismo por Kenneth Branagh, que evita la caída en el cliché. El premio se lo lleva Robert Pattison, actor que demuestra papel a papel el altísimo talento que atesora, y que se siente muy cómodo en el rol de listo de la clase. Precisamente, ese factor, el que sabe algo que los demás no, le da cierta libertad y algo de irónico a su elegante espía temporal.
Mención especial al apartado de sonido. Otra de las obsesiones personales del director a la hora de envolver al público con su película. Roza lo exagerado e incómodo pero consigue el efecto deseado. Para la banda sonora, Ludwig Göransson en lugar del habitual Hans Zimmer.
A pesar de estos puntos flacos, Tenet es una maratón de adrenalina, rodado por un director superlativo, imaginativa y tramposa a partes iguales, rematada con un tercer acto en el que no dejan de pasar cosas y produce sensaciones físicas a un espectador que puede acabar la proyección exhausto. Es la sublimación del blockbuster, el certificado de que se puede hacer cine comercial con intenciones de revientataquillas de manera diferente, con sello personal y riesgo. No es la mejor película de Nolan, pero la peor película de Nolan (esta no lo es) ya está dando algo distinto al resto. De acuerdo, o entras al trapo o es imposible conectar con el galimatías críptico sobre el que se construye todo el aparato pseudocientífico, pero, incluso así, Tenet son 150 minutos de cine-experiencia marca de la casa si hablamos de Nolan.
Se habla mucho sobre la necesidad de ver Tenet un par de veces, por lo menos, para descifrar los misterios de la película. Bueno, yo iría de nuevo al cine, pero no por incomprensible. Iría porque Tenet es un espectáculo. De los grandes.
Tráiler:
Ficha técnica:
Tenet , Reino Unido, 2020.Dirección: Christopher Nolan
Guion: Christopher Nolan
Producción: Syncopy Production, Warner Bros
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Música: Ludwig Göransson
Reparto: John David Washington, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Kenneth Branagh, Dimple Kapadia, Aaron Taylor-Johnson, Michael Caine, Clémence Poésy, Martin Donovan, Himesh Patel, Andrew Howard, Yuri Kolokolnikov, Fiona Dourif, Jonathan Camp, Wes Chatham, Marcel Sabat, Anthony Molinari, Rich Ceraulo, Katie McCabe, Mark Krenik, Denzil Smith, Bern Collaco, Laurie Shepherd