The Burial

Hay que tener cuidado con la idea de David y Goliat. En cuanto ejemplo, símbolo de lucha impar, nos llevaría a pensar que hay una especie de justicia universal que se inserta en la historia humana y que, efectivamente, pondría de manifiesto el valor de la bondad ante el conjunto de conceptos de lo que definimos “mal”. Hay que tener cuidado ya que la cuestión de lo que es mal o bien puede variar, cultural e históricamente, y la idea de una justicia impersonal puede a veces naufragar en una realidad más sórdida y decepcionante. Pero, no hay que olvidar que la justicia se basa en los seres humanos y que, de vez en cuando, es posible que esta levante los ojos hacia nosotros y, saliendo de su torre de marfil subterránea, nos conceda su presencia (supongo que la justicia está por debajo y no sobre nosotros, ya que su objetivo sería el de ser los fundamentos de nuestra sociedad). Es el feel good, el momento en el cual, ante la posibilidad de que todo se derrumbe y el mal gane, algo pasa y cambia la dirección de nuestro camino (el fracaso y el éxito, al fin y al cabo, son las dos caras de la misma moneda).

Un malo existe, de hecho, en esta película: es el gran Goliat que intenta comerse a su David, en una visión que nos recuerda a Cronos comiéndose a sus niños, símbolo de las multinacionales o lo que sea. Y de comer se habla, metafóricamente, ya que una pequeña empresa de carácter familiar se ve ante el báratro de la aniquilación, de la pérdida de su misma manera de ser. El tiburón se acerca al pez y, después de asegurarle que no se lo va a comer, abre su boca y enseña sus colmillos. Es una visión de homo homini lupus y de cómo es posible salvarse, escapar del abrazo mortal de nuestra misma especie (mejor dicho, de los malos de nuestra especie, en el contexto moderno de la economía y del éxito monopólico) para preservarnos un lugar donde nuestra supervivencia esté garantizada. Una garantía, esta, que solo puede pasar por las salas de las leyes, tanto en las donde se sientan el juez y el jurado, como en las donde los abogados analizan los andamiajes de casos similares y preparan sus estrategias.

Película que se basa en un hecho real, The Burial nos propone entonces una batalla que se desarrolla en unos Estados Unidos contemporáneos y que trae a la superficie los problemas de las etnias, de la esclavitud, de la pobreza y, obviamente, de la raza (una palabra que si bien ya no tiene sentido biológicamente, para los seres humanos, sí lo tiene desde un punto de vista tanto histórico como cultural). Y es así que, en los subtextos de una narración que presenta un mensaje escueto, se manifiestan los problemas de una sociedad que tiene que enfrentarse con un pasado sucio, escondido por debajo de campos esparcidos de tumbas anónimas. Subtextos, efectivamente, que si bien son tratados a veces con cierta superficialidad, forman parte de una serie de elementos culturales típicos del mundo estadounidense: el valor del dinero, el valor del éxito, la importancia de la familia, de las amistades, el pasado que se inserta en el presente y la sempiterna necesidad de encontrar justicia en el aquí y ahora.

Hay un juego entre la idea de showmanship de nuestro protagonista, el Gary de Foxx, y la de éxito que nos propone la película. Todo se transforma en un espectáculo, y es fácil perder el valor ético que está detrás de la narración. Es una mezcla, a lo mejor, de los dos elementos, el de querer que los inocentes, a quienes hayan hecho una injusticia, se salven y reciban su merecida recompensa, y las habilidades retóricas de quienes nos van a salvar, algo que roza las prácticas de los antiguos vendedores estadounidenses de snake oil. Sin embargo, la lección de Aristóteles es la de que, si bien los que usan la retórica en los tribunales parecen ser mentirosos, no es el medio el que tiene que ser condenado, sino quienes lo usan para hacer el mal y no el bien. Y, en esta pequeña batalla de carácter bíblico, de la cual ya es fácil entender cómo va a acabar, el juego quizás esté exactamente en esta voluntad de usar todos los recursos típicos de la atracción que las palabras tienen cuando se sabe usarlas.