Series de TV
The Last Dance
En época de cuarentena, acudimos a todo tipo de entretenimiento para matar las horas de encierro, pero la mente va por otro camino, pensando en la gravedad de la situación, en los escenarios de peligro, en la supervivencia individual y colectiva… incluso, en el futuro de la humanidad y en la certeza de que la naturaleza se beneficia mientras los humanos permanecemos en el ostracismo al que estamos sometidos.
Agotadas las opciones, se me ocurrió ver The Last Dance (El último baile, aunque me empecine en titularlo “El baile del final”, no sé si por el espíritu cuasi apocalíptico que tiene la pandemia). La serie transmitida por ESPN (EUA) y Netflix (resto del mundo) toma como punto focal la temporada 1997-1998 de una dinastía de jugadores de básquetbol excepcional.
Antes de seguir, debo reconocerme como una perfecta ignorante del deporte y una sacrílega que se anima a incursionar en un espacio que le es totalmente desconocido. Como pagana que entra en un templo, me sumergí en el universo de los Chicago Bulls cuando, de la mano de su figura estelar, Michael Jordan, pasó de ser un equipo mediocre a consagrado, tras una serie de triunfos consecutivos.
En el momento en que escribo, solo se han habilitado cuatro capítulos[1] de los diez que tendrá la serie. Las imágenes ofrecidas comenzaron a rodarse durante el último año de gloria del equipo de grandes figuras, como Michael Jordan, Scottie Pippen y Dennis Rodman. Por un año y con el aval de Jerry Reinsdorf -dueño de los Bulls-, el entrenador Phil Jackson y el jugador estrella Jordan, las cámaras de NBA siguieron al equipo en sus entrenamientos, traslados, juegos y tiempos de ocio. Con ese material, más fotografías y testimonios actuales de los protagonistas, Jason Hehir dirige la serie que atrapa hasta al más profano desde el primer capítulo.
En los testimonios, la cámara se acerca a estos hombres gigantes, con más años, pero con la misma mirada entusiasta al recordar los tiempos de gloria. Gran parte de sus recuerdos iluminan al jugador, pero también al hombre que lo habita; todos, concentrados en el juego que realizaban, en el compromiso con el equipo y con el tablero ganador. Sus infancias vienen de la mano de fotografías sepias, en un entorno familiar humilde o de clase media con valores que adquieren brillo en el desempeño deportivo. Pero lo más avasallante es el propio juego, donde vamos descubriendo el crecimiento de cada uno de ellos y el del equipo que forman.
Estos deportistas son filmados con una estética televisiva en su coreográfica competencia. Con la velocidad del juego, la dinámica de la cámara es trepidante, sigue al balón, pero también el serpentino recorrido de Rodman, la efectividad de Pipper y, en ralentí, el salto de Jordan, antes de encestar. El vuelo, su vuelo, ese ascenso en el aire, como si subiera escaleras imaginarias, que lo coloca frente a la cesta, dejando a los demás en un plano terrenal, mientras él se eleva, inalcanzable, en un éxtasis paroxístico, donde nadie pueda interferir con su acrobacia, para cobrar los puntos que le corresponden por encestar.
Jordan, Pipper, Rodman… para mí eran nombres de jugadores famosos (como Messi, Maradona o Ronaldo), gente que gana fortunas obscenas por jugar tras una pelota, convertir goles en un campeonato y sumar lesiones (físicas o mentales) incurables que les arruinarán la vejez. Mi concepto generalizado, hoy en revisión, se reparte entre la rabia y la tristeza hacia esos colosos del deporte.
La serie no ha terminado, pero desde el primer capítulo está presente un malestar latente entre tanto crecimiento y festejo… Se menciona, en varias oportunidades, el reemplazo del entrenador que los ha llevado a conseguir tan singular equipo y tantos galardones. Phil Jackson tiene una mirada tranquila, se ha criado con indígenas y ha tomado de ellos algunas prácticas que lo convierten en una especie de chamán o padre protector del equipo. Su figura, delgada y altísima, logra abrazar al descarriado, comprender al subestimado o frenar al individualista con gran sabiduría.
Permanece, subyacente, un mensaje velado (hasta ahora) sobre lo despiadado que es el negocio que existe detrás del deporte profesional, donde las cifras que se mueven son siderales si estás en la cima o injustas si no tuviste previsión al firmar un contrato; donde prima el descarte humano, aunque estés en la cima del éxito… Nada importa, con tal de que el espectáculo siga recaudando ganancias.
No sé si los entendidos disfrutarán tanto como yo de esta serie, así que la recomiendo a quienes no les interese en lo más mínimo el básquetbol. Estoy segura de que, a partir de su visionado, querrán ver más juegos, más pases, más tiros encestados … Querrán comprobar cómo esos hombres tan altos -que deberían ser más bien torpes, ya que las cosas que los rodean no contemplan su exagerada dimensión- se convierten en seres que se trasladan como bailarines, reptando, colapsando el juego del adversario o, simplemente, volando… La rudeza y la delicadeza, unidas en sus desplazamientos. Son hombres que adquieren la belleza del movimiento de los animales más hermosos de la naturaleza y brindan un espectáculo casi coreográfico, energizante, que es correspondido por la multitud de un estadio repleto, que festeja cada maravilla que perpetúan como reptiles, como toros (literalmente, bulls) o como garzas.
Mi fascinación persiste. Quiero contagiarla, porque vale la pena.
[1] Episodio 1: Los comienzos de Michael Jordan en la NBA. Episodio 2: La consolidación de Scottie Pippen como jugador de gran valor. Episodio 3: Dennis Rodman comienza a descollar en los Chicago Bulls. Episodio 4: Phil Jackson se revela como un maestro para el equipo.
Logre ver todos los capitulos de esta Serie hasta la fecha. Coincido totalmente con el deslumbramiento que provoca muchas de sus escenas. Muy acertados los momentos destacados en esta critica, asi como la mirada mas alla del campo de juego .