Bandas sonoras:
La conexión BERTOLUCCI – SAKAMOTO: Música para la trilogía oriental
Título: The Last Emperor – The Sheltering Sky – Little Budda – BSO
Autor/es: Ryuichi Sakamoto
Sello: Virgin Records - Milan Records.
Año: 1987 - 1990 - 1993
Empezó a tocar el piano en el jardín de infantes, con tan solo 3 años de edad y a los 11, era el único de sus compañeritos que lo seguía haciendo. En 1978 fundó The Yellow Magic Orchestra, una de las bandas pioneras del techno-pop, con la que obtuvo un tremendo éxito internacional. Unos pocos años después compuso su primera banda sonora para un celebrado director japonés, Nagisa Oshima. La película era Merry Christmas, Mr. Lawrence (1983), y estamos hablando de Ryuichi Sakamoto, el compositor japonés que sin tener una carrera demasiado extensa en el cine, todo lo que ha hecho ha dejado huella, premios incluidos.
Ya desde sus inicios con la YMO, su música se veía muy influenciada por el cine, en especial el de su admirado Godard, y la mayoría de sus temas venía acompañada de algún tipo de imagen visual, además de nutrirse de diversos elementos como la música electrónica, el jazz, la música pop japonesa, étnica o clásica contemporánea. Se dio el lujo de trabajar con directores tan dispares como Pedro Almodóvar y Volker Schlöndorff pero, como dijimos antes fue Oshima quien lo introdujo en el cine aunque, curiosamente, no lo fue a buscar para participar en la banda sonora sino para ofrecerle un papel en la película. Como condición para aceptar, Sakamoto le pidió que le dejara componer la música.
“Yo era un completo aficionado. No sabía cómo componer música de cine. Le pedí al productor que me diera un punto de referencia, y su respuesta fue Citizen Kane, cuya banda sonora había escrito el mismísimo Bernard Herrmann. Conocía algo de la música de este compositor, por lo que es posible que ejerciera cierta influencia sobre mi trabajo. Yo también quería expresar las complejas relaciones presentes en el argumento a través de los leitmotivs.”
Su trabajo para Oshima llamó la atención de Bernardo Bertolucci, que en ese entonces se encontraba obsesionado con la realización de lo que se conoció como su “trilogía oriental”. Se reunió con Sakamoto y lo llenó de elogios, manifestándole que la banda sonora le había parecido sorprendente y muy original. Ante la sorpresa de Sakamoto, el cineasta italiano no le ofreció que compusiera la música para su próximo proyecto, El último emperador (The Last Emperor, 1987), sino que actuara en la película, circunstancia que ya comenzaba a obsesionarlo. “Mi trabajo como actor duró dos meses, primero en China y luego en los estudios romanos de Cinecittá”, recordaba Sakamoto. “Luego, pasados unos meses, recibí una llamada de Bertolucci: ‘Empieza a componer ya. Sólo disponemos de dos semanas.’ ¿Qué? Lo suspendí todo y regresé a Tokio. Debía encontrar instrumentistas chinos de calidad en Tokio y también tenía que componer algunos temas. No estaba familiarizado con la música china. De hecho, más bien me desagradaba. Sin embargo, fui a una tienda y compré una antología de veintidós discos, que escuché uno por uno.”
Si bien se había llevado muy bien con Bertolucci durante el rodaje, el proceso de creación de la banda sonora no fue por el mismo camino. Primero, el director le prohibió que utilizara samplers y sintetizadores, quería que compusiera una partitura sinfónica y la grabara con una orquesta clásica, algo a lo que Sakamoto no estaba acostumbrado. Y en las sesiones de grabación Bertolucci se puso insufrible. “El primer día, nada más llegar al estudio, empezó a gritar: ‘¿Dónde está la pantalla? Sólo conocía el antiguo método de grabación de música cinematográfica, que pasa por dirigir la orquesta frente a una gran pantalla, reloj en mano. Mi método era completamente informatizado. Todo estaba secuenciado, a pesar de que usábamos instrumentos acústicos y una orquesta. Bertolucci no lo entendía. No tenía ni idea de cómo era el proceso de edición musical. No hacía más que gritar: ‘Más sentimiento, Ryuichi, ¡necesitamos metal en esta parte! ¿Dónde está el metal?’. Yo le respondía: ‘No te preocupes Bernardo, mañana tendremos el metal’. ‘! No, no, eso es imposible!’. A medida que se fue familiarizando con el proceso, empezó a comprender el sistema de trabajo, y entonces mejoró nuestra relación.”
La prueba de ello fue que lo volvió a llamar para El cielo protector (The Sheltering Sky, 1990), pero en ese caso Bertolucci fue incapaz de darle alguna instrucción precisa sobre qué música quería. Se pasaron dos semanas escuchando juntos montones de discos de diferentes tipos de música y, al final, Sakamoto lo convenció de incluir en la banda sonora el Réquiem de Verdi, pero luego lo descartaron y el japonés se puso a componer una partitura desde cero, a la que se agregaron varias canciones y temas árabes, cantos tunecinos, música tradicional de Burundi, la popular Lili Marlene alemana, y hasta el Midnight Sun de Lionel Hampton, Sonny Burke y Johnny Mercer.
“En mi etapa universitaria, yo era un apasionado de la música étnica”, explicaba Sakamoto. “Por aquel entonces, deseaba ser etnomusicólogo. Afortunadamente, en The Sheltering Sky disponíamos de un gran especialista en música árabe, Richard Horowitz, y utilizamos una gran orquesta, nada de sintetizadores. La película empieza con un tema de jazz de la década de 1920 que eligió el propio Bertolucci, una idea que me gustó ya que subrayaba el contraste entre Estados Unidos y Marruecos en el momento de la llegada al Sahara de los viajeros procedentes de New York. También se oye algo de música árabe en la secuencia del barco. Luego, en el momento preciso, se ve el sombrero blanco y empieza a sonar, de forma muy sutil, el tema principal, cuya idea me llevó tres o cuatro días conseguir. Se trata de una melodía sencilla pero que contiene sentimientos encontrados. Flota sobre ella cierto aire trágico, pues la pareja ya conoce su futuro y desenlace, viajaron desde New York a Africa sin una meta concreta. Son viajeros sin destino.”
Para su siguiente y último proyecto juntos, Little Buddha (1993), Sakamoto crea una banda sonora con un singular fondo musical que expresa el encuentro entre Oriente y Occidente que la película narra a través de dos viajes simultáneos: el de un joven monje Lama a Seattle y el derrotero espiritual de Siddharta (interpretado por Keanu Reeves) que lo llevó a convertirse en el Buda. La película fue destrozada por la crítica del momento y tampoco fue bien recibida por el público, lo que como ocurre habitualmente en estos casos, arrastró a la oscuridad la partitura musical de manera injusta.
Sin embargo, la conexión Bertolucci-Sakamoto dejó como legado la pretendida “trilogía oriental” que el singular cineasta logró cumplimentar, y que la delicada inspiración y sensibilidad del compositor japonés, que en un principio el director italiano había imaginado como actor, consiguió enmarcar musicalmente con éxito.