Críticas
Estremecedor panorama
Tori y Lokita
Tori et Lokita. Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne. Bélgica, 2022.
Jean-Pierre y Luc Dardenne llevan desde finales de los años ochenta del siglo pasado ofreciéndonos largometrajes de ficción en los que registran las desigualdades que soportan seres humanos sumidos en la pobreza, excluidos o marginales. Es un cine social, naturalista, de largas escenas, movimientos dentro de campo, primeros planos y sensación de cámara nerviosa. Como en Tori y Lokita, se han aproximado a menudo al mundo de la inmigración ilegal, de las mafias, de las drogas o de la explotación. Recordamos, a este respecto, La promesa (La promesse, 1996), El silencio de Lorna (Le silence de Lorna, 2008) o La chica desconocida (La fille inconnue, 2016). En esta ocasión, los dos nombres del título corresponden a una joven y a un niño africanos que emigran a Europa y terminan recalando en Bélgica. El crío, Tori, al ser menor de edad, obtiene de inmediato los ansiados papeles y el acogimiento pero la chica, Lokita, al haber alcanzado la mayoría legal, si no quiere ser deportada, deberá demostrar que es hermana del primero para obtener el reagrupamiento familiar.
Los dos protagonistas están muy unidos y se apoyan mutuamente. El sueño de Lokita es sacarse el curso de empleada doméstica, que Tori continúe estudiando e instalarse ambos en un apartamento del país de acogida. Pero como todos los cuentos de hadas, se desvanecerá rápidamente. Dificultades que todos imaginamos pero preferimos olvidar irán surgiéndo y acumulándose por el camino. Hablamos de la odisea administrativa que hay que salvar para ser aceptado en el paraíso. Una heroicidad que para superarse se debe recordar el color de una reja o el nombre de un profesor; también nos referimos a la angustia por poder enviar dinero a la familia, a la presión por el pago de mafias o a la necesidad de recurrir a compuertas ilegales para la supervivencia. Una tela de araña que atrapa sin permitir un respiro.
Los Dardenne son personas consecuentes con sus principios e ideales y siguen a lo suyo, años pasen. Pero las denuncias se acumulan y las discriminaciones y abusos continúan. Los espectadores reconocen que, con Tori y Lokita, han visto una película muy dura que les ha conmocionado y han aplaudido. ¿Pero hacemos algo para que las injusticias no se eternicen? Lamentablemente, no parece que dicho empeño esté en la agenda de la prensa mediática y tampoco, por tanto, en el de la sociedad en su conjunto. La política de construcción de muros en lugar de puentes se impone. Como sostiene con ahínco el antropólogo e investigador francés Michel Agier, parece que insistimos en mantener “dos grandes categorías mundiales: por un lado, un mundo limpio, sano y visible y por el otro, un mundo de restos residuales, oscuros e invisibles”.
Los autores belgas, con un pulso más firme y una cámara más reposada que en sus primeros filmes, de forma seca y contundente, con una fotografía exquisita y con un montaje en el que no sobra ni falta ningún fotograma, no cesan en su testimonio mientras nos hacemos cada vez más insensibles con las noticias que registran refugiados exhaustos arribando a costas italianas, cadáveres de niños arrastrados por la corriente a nuestras playas turísticas, policías deteniendo con violencia en la verja de Melilla a migrantes desesperados o campamentos de refugiados hacinados en las puertas de Europa. Como ya sostenía el poeta Antonio Machado en Juan de Mairena, el principio inconmovible de nuestra moral debería ser que “Nadie es más que nadie”. Por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el de ser un hombre.
La película, como es habitual en los maestros belgas, adopta un único punto de vista narrativo, el del protagonista, que en este caso, son dos. Seguimos a Lokita y Tori sin tregua, juntos o separados, mientras reflexionamos sobre lazos afectivos mucho más fuertes que los familiares. No olvidarán la entrañable escena en la que los dos se esfuerzan en arrancar un Karaoke con sentidas canciones infantiles a cambio de unos pocos euros. Las leyes de extranjería que rigen en las naciones más desarrolladas se ocupan de perfilar al emigrante, en primer lugar, como un extranjero, colocándole en una posición de desigualdad en nuestra comunidades, de la que, a duras penas, consiguen “graciosas concesiones” que mínimamente les acerca a la categoría de ciudadanos. Discriminaciones también racistas que abocan una y otra vez a la exclusión.
Los Dardenne siguen revalorizando la dimensión realista de las imágenes cinematográficas, con la inscripción del mundo real en la materia fílmica; siempre teniendo presente, como afirmaba el director, escritor y editor francés Jean-Louis Comolli, que la acción de montar y encuadrar los planos rodados siempre implica una manipulación de lo real y “no nos devuelve la realidad tal como es”. Toda elección de la puesta en escena conllevan decisiones sobre qué mantener dentro o fuera de campo y cómo hacerlo. Significantes como sombra o luz, cerca o lejos, móvil o inmóvil o rápido y lento deben adoptarse según mensajes o fines perseguidos.Y recordamos aquí que no solo lo que se encuadra es visto y/o imaginado por el espectador. Los realizadores belgas siguen siendo respetuosos con sus criaturas y omiten con sabiduría aquellos planos que resultan absolutamente innecesarios.
Por otra parte, los veteranos directores son conscientes de la compatibilidad entre la denuncia social o política y el derecho en la belleza del arte. Sus cuidadas y atrayentes imágenes no tratan de hacer atractivo lo sucio sino reivindicar que también los miserables tienen derecho a la belleza. Ya afirmaba el filósofo Jaques Rancière que la proyección de estética radiante puede ser compartida por ricos y pobres. Los autores dan otra lección, en Tori y Lokita, al exhibir de nuevo aquellos seres marginados y expulsados del circuito económico, social y legal con enorme sensibilidad y sin caer en una estética miserable o melodramática. Arrebatar la dignidad no debe llevar necesariamente a la pérdida de la armonía, a la renuncia en la exhibición del encanto de mezclar y difundir en los excluidos la hermosura de sentimientos, palabras o canciones.
Por fortuna, seguimos contando con directores como los Dardenne, Ken Loach o Robert Guédiguian para insistir en registrar, cada uno con su propias peculiaridades y con métodos cuasidocumentales, la pobreza, las vicisitudes del viaje hacia otras tierras o las barreras para la integración en el país de recepción. Gracias a artistas como ellos se persiste en la búsqueda de la concienciación y a ser posible, también de la movilización, frente a la marginación, la tentación de la delincuencia, el subempleo o la xenofobia. Ojalá no se interrumpan testimonios tan potentes y plenos de sensibilidad como El Norte de Gregory Nava (1983), Pan y rosas de Loach (Bread and Roses, 2000), La casa junto al mar de Guédiguian (La villa, 2017) o la más reciente obra de Salvador Calvo, Adú (2020).
Tráiler:
Ficha técnica:
Tori y Lokita (Tori et Lokita), Bélgica, 2022.Dirección: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne
Duración: 89 minutos
Guion: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne
Producción: Coproducción Bélgica-Francia; Les Films du Fleuve, Archipel 35, Savage Film, France 2 Cinema. Productor: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne
Fotografía: Benoît Dervaux
Reparto: Mbundu Joely, Alban Ukaj, Tijmen Govaerts, Charlotte De Bruyne, Nadège Ouedraogo, Marc Zinga, Pablo Schils, Batiste Sornin, Annette Closset, Thomas Doret, Amel Benaïssa, Leonardo Raco