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Tras el disfraz: La identidad secreta y el héroe enmascarado
Antes de los superhéroes ya existían los enmascarados. Justicieros que deambulaban por los oscuros callejones, impartiendo su implacable venganza contra el crimen por los más variados motivos. Estos personajes llegaron a enormes cotas de popularidad gracias a la radio, primero, y los seriales cinematográficos que llenaban las salas en la era dorada del pulp. Personajes como La Sombra, La Araña, El Zorro, Black Bat o, más tarde, Avispón Verde, son el precedente de toda la iconografía superheroica de nuestros días, e incluso creaban los parámetros para muchos de los justicieros de la siguiente generación. Casi todos eran millonarios que, por una razón u otra, habían decidido dedicar sus vidas a la lucha contra el crimen, escondidos bajo la identidad enmascarada con la que burlaban los convencionalismos de clase a los que estaban sometidos. Una doble vida en la que el hombre tras la máscara se mantenía en tenso equilibrio con el símbolo asimilado por la identidad justiciera.
De esta colección de clichés nacería uno de los grandes iconos de DC, el mítico Batman, heredero directo de todos estos luchadores anónimos. Aquellas primeras aventuras del murciélago poco tienen que ver con el efectismo de las actuales visiones del personaje, enmarcadas en el devenir editorial de franquicias plagadas de seres de poderes imposibles. El primigenio Caballero Oscuro se centraba en aventuras detectivescas de marcado carácter pulp, protagonizadas por Bruce Wayne, el hombre que a base de tesón y voluntad irrompible había alcanzado la perfección física y mental para vengar la muerte de sus padres.
Así que tenemos un héroe destinado a ser parte de la cultura popular, que no dejaba de ser un común mortal tras una máscara. La cosa es que, un año antes de la creación de Batman, las reglas habían cambiado. En 1939, nacía el superhombre.
Superman: El extraño entre nosotros
El carácter alienígena del héroe ha sido un tema recurrente en los más de 75 años de historia que lleva a sus espaldas, y, sin duda, es el motivo básico de su identidad secreta. En principio, esta personalidad de pega era deudora de esos personajes enmascarados del pulp previo a la aparición de Superman, pero los distintos escritores de la colección dotaron de contenido a la presencia de Clark Kent como pie a la introducción de un contexto cotidiano y reconocible por el lector, además de como excusa para el desarrollo de secundarios que se han transformado en esenciales dentro de la historia del Hombre de Acero. Lois Lane, Jimmy Olsen, Perry White, el Daily Planet o la propia ciudad de Metropolis (un homenaje tanto en espíritu como en forma a la monumental obra de Fritz Lang) son piezas del fascinante universo del que Superman es motivo central.
¿Para qué quiere una identidad secreta el tipo más poderoso del planeta Tierra? ¿Que utilidad tiene Clark Kent?
Superman se esconde a plena vista. Su mascarada es una pantomima en la que finge ser un apocado periodista, oculto tras sus gafas. Patoso y tímido hasta el aburrimiento, nadie podría pensar que tras esa fachada se oculta el protector de Metropolis. Kent humaniza al héroe, lo acerca al común de los mortales, y sirve de nexo con un público que no soportaría la presencia de Superman si se limitase a ser el perfecto Boy Scout, henchido de superioridad moral.
La identidad de Superman se divide en tres estratos en conflicto. El héroe, el extraterrestre y el humano han entrado en confrontación en no pocas ocasiones, pero, al final, está claro que la educación en el pequeño pueblo de Smallville es lo que permite a Kent el dominio de un poder que le acerca a los dioses. Kal-El, el Kryptoniano, y Klark Kent, el hombre, encuentran su nexo en Superman, el héroe. Así pues, la identidad secreta se convierte en algo más que un manido recurso literario o un cliché del género, para dar sentido a la personalidad del primero de todos.
Pos suerte, los directores han encontrado inspiración en Superman. Richard Donner (cuya acercamiento a esta mitología aún no ha sido superada) dedicó buena parte de su primer acto a la confrontación entre el estilo de vida sencillo de Smallville con la herencia Kryptoniana del héroe, y Richard Lester, en la secuela, ofrecía una auténtica crisis de identidad que se salda con la aceptación por parte de Kent/Kal-El de su esencia heroica y el sacrificio que conlleva.
Incluso en la imperfecta Man of Steel, última revisión de las aventuras de Superman, Zack Snyder encuentra una de sus mejores armas en la relación del excesivamente atribulado y mesiánico héroe con su padre adoptivo (la educación) con su fallecido padre biológico (la herencia).
Quentin Tarantino tiene su propia opinión, cínica y descarnada, acerca de Clark Kent. En boca de uno de sus personajes en Kill Bill, deja clara su postura al respecto: “Clark Kent es la crítica de Superman a toda la raza humana”.
Marvel: La mascarada continúa
A principios de los años 60, el cómic de superhéroes recibía un soplo de aire fresco con la publicación de 4 Fantásticos. Stan Lee y Jack Kirby sacaban del ostracismo a un género en horas bajas, y daban forma a lo que se conocería como la Edad de Plata del cómic. Aquella primera invención del tandem Lee/Kirby ignoraba el concepto de identidad secreta, pero, pronto, las viñetas de la editorial se llenarían de personajes enmascarados.
El joven Peter Parker, mordido por una araña radioactiva, ocultaba su rostro tras el disfraz del asombroso Spiderman. Primero, por motivos meramente egoístas y financieros, ya que participaba en un espectáculo de lucha libre, al que no podría haber accedido por ser menor de edad. La tragedia fue el motivo esencial por el cual el joven Parker descubre el sentido de la máxima vital de su fallecido tío Ben: “Todo poder conlleva una gran responsabilidad”. Bajo este lema, el adolescente decide poner sus poderes arácnidos al servicio de las gentes de Nueva York, ocultando su rostro para proteger a aquellos que ama de sus estrafalarios enemigos. La humanidad en los personajes fue el gran aporte de Lee a la mitología del superhombre del cómic, y los conflictos entre la vida civil de Parker con sus actividades arácnidas será una de las grandes tramas de la atribulada historia del héroe. En la pantalla, tanto Sam Raimi como Mark Webb han tenido en consideración esta esencia de la propuesta de Lee, y los problemas personales del personaje (sobre todo los sentimentales) ocupan tanto tiempo en pantalla como las correrías de su alter ego, además de cierta tendencia a desenmascarar al personaje a la mínima de cambio.
El carácter totémico del personaje no puede pasar inadvertido, y se traslada a los villanos de su universo personal. El aspecto de sus contrincantes se relaciona directamente con el origen “animal” del héroe, y así tenemos al otro lado del ring a Doctor Octopus, el Buitre, Escorpión, Chacal, Rino, y la sublimación de la jungla urbana que es la colección de Spiderman con Kraven, el gran cazador blanco que encuentra en el arácnido la más apetitosa de las presas.
Los X-Men fueron, junto con Spiderman, la gran punta de lanza cinematográfica de la explosión del género superheroico en las pantallas de todo el mundo. La visión de Bryan Singer situaba a los alumnos del doctor Xavier en pleno siglo veintiuno, entre otras cosas, por la renuncia a los disfraces y máscaras que poblaban las páginas de los cómics. En el mundo de la viñeta, los jóvenes mutantes ocultaban su rostro con intenciones muy parecidas a las de Spiderman. Apenas unos adolescentes, los miembros de esta creación de, cómo no, Stan Lee, habían jurado proteger a un mundo que los odiaba por su condición de anomalías genéticas. Transformados en una metáfora de las minorías en Estados Unidos, la máscara era la única manera de mantener el anonimato y llevar una vida relativamente normal en la escuela para “jóvenes talentos” que servía de cómoda fachada para aquella primera encarnación del Homo Superior.
Singer entendía a la perfección las connotaciones sociales que cada vez ganaban más importancia en la versión en viñeta de las aventuras de estos personajes, y trasladó a la pantalla de manera brillante los conceptos que habían convertido X-Men en un éxito de ventas. Encorsetados en uniformes que recordaban a la estética impuesta por Matrix más que al colorido pop de los cómics, Singer dotaba de coherencia estética al grupo y se ahorraba el cliché de la identidad secreta, y más teniendo en cuenta que la problemática mutante es de dominio público en el universo propuesto por este director. El realizador americano dinamitaba ideas preconcebidas en un mundo en el que los debates acerca de la imagen pública y la privacidad ya eran de suma importancia. ¿Qué es más eficiente para conseguir un objetivo, la máscara o enfrentarse abiertamente a una sociedad hostil?
La polémica sobre la identidad secreta llegaría a su punto álgido en el evento conocido como Civil War, en el que los héroes se enfrentan unos a otros por el derecho a esa doble vida ante la creación por parte del gobierno de un registro de actividades superhumanas. El debate post 11S llegaba a Marvel.
Batman: El paradigma del enmascarado
Batman es un superviviente. Si ha llegado más o menos intacto a nuestros días es, precisamente, porque dejó atrás sus indudables inicios pulp para abrazar el universo DC al completo, plagado de seres de un poder casi divino, en el que todavía mantiene los galones a pesar de que es poco más que un hombre disfrazado.
Pero hay mucho más en el manto del murciélago que el concepto de mero disfraz para correrías nocturnas. Desde el mismo momento de su génesis, Batman es un símbolo, el miedo encarnado en el corazón de los criminales.
La historia de Bruce Wayne ya es de sobra conocida. El niño ve como sus padres son asesinados en el infame Callejón del Crimen de Gotham (tras ver en el cine The Mark of Zorro, el clásico de 1920 protagonizado por Douglas Fairbanks, homenaje a una de las influencias claras en la creación del propio Batman). Ante la tumba de sus progenitores, Wayne jura que dedicará su vida a impedir que se cometan crímenes como el que le robó a su familia.
Batman ha tenido decenas de lecturas e interpretaciones a lo largo de los años, algunas completamente ajenas al origen detectivesco y casi gótico de sus inicios. En todas, existe cierta dualidad entre el millonario playboy y el héroe nocturno. A pesar de que no hay una renuncia clara a la existencia de una identidad secreta, algo parece claro: Wayne es un papel, una cómodo anclaje con el mundo real y una excusa necesaria para la financiación de la cruzada autoimpuesta por el joven.
Esta intuición tomó tintes de realidad gracias, sobre todo, a la reescritura del personaje, planteada por Frank Miller durante la década de los 80, sobre todo en la aplaudida El retorno del señor de la noche. En su recreación, que ha quedado como canónica a la hora de interpretar al héroe, Miller era claro respecto a la destruida psique de Batman: Bruce Wayne muere, de manera metafórica, en el mismo callejón que sus padres. En su lugar quedó una mente rota, que con determinación y obsesión casi inhumana creó un alter ego transformado en la personalidad dominante. Wayne es la auténtica identidad secreta, anulada por el murciélago, un ser que roza la inhumanidad. Metódico, rígido, dirigido por un código moral inquebrantable y situado por encima de las emociones humanas. El protector definitivo no sólo para Gotham, también para la fragilidad mental del traumatizado Wayne.
Tim Burton y Christopher Nolan, con enormes diferencias en su acercamiento al personaje, sí que han admitido como base el postulado de Miller. Quizá de manera más evidente vemos esta postura en el Batman de Nolan, pero es en el de Burton donde el alucinógeno director utiliza de manera brillante el contraste entre la psique de Bruce Wayne y los villanos de la franquicia. Burton, mucho más interesado en el papel de la extravagante galería de enemigos del murciélago que en Batman, no duda en su planteamiento: en el fondo, Batman está tan desequilibrado como los seres de pesadilla que amenazan Gotham. Simplemente, escogió el bando contrario. Estamos de suerte.
El fin de Halloween
De poco sirve ya una máscara. Los héroes de la pantalla, con cada vez más frecuencia, renuncian a esa doble identidad y se muestran al mundo desafiantes y sin miedo. Ya no son solitarios justicieros: ahora pertenecen a organizaciones mundiales que poco tienen que envidiar a los servicios secretos de las películas de James Bond.
El histriónico Tony Stark, interpretado por Robert Downey Jr, desvela que es Iron Man ante decenas de cámaras de televisión, y el Clark Kent canónico apenas tiene unos segundos de protagonismo en Man Of Steel. El Capitán América no necesita máscaras para el enfrentamiento contra vestigios de la guerra fría en espectáculos que tienen más que ver con John Le Carré que con el mundo de superhéroes del que procede en El soldado de Invierno. Las versiones cinematográficas entran en confrontación directa con sus contrapartidas en papel, y los X-Men lucen sus disfraces a modo de símbolo, ya que sus identidades son notoriamente públicas.
El baile de máscaras parece que termina, salvo contados supervivientes, con los superhéroes enmarcados en un cambiante universo, más oscuro y todo lo real que el propio concepto permite. El eterno Halloween de los héroes busca nuevas máscaras. En estos días de incertidumbre y cambio, por fin nos han devuelto la mirada, y, mientras nosotros soñamos con ser héroes, ellos sueñan con ser nosotros.
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