Críticas
El sabor de la nostalgia
Tres recuerdos de mi juventud
Otros títulos: Tres recuerdos de mi infancia, My Golden Days.
Trois souvenirs de ma jeunesse . Arnaud Desplechin. Francia, 2015.
El director y escritor francés Arnaud Desplechin (Jimmy P., 2013; Confesiones en familia, 2008; Reyes y Reina, 2004) nos regala en esta ocasión una bella y delicada historia que retrata las vivencias de un adolescente, y cómo éstas lo forman y definen, marcándolo a lo largo de su vida.
Tres recuerdos de mi juventud (Trois souvenirs de ma jeuness) es creada como “precuela” de la cinta Comment je me suis disputé… ma vie sexuelle (1996), que retoma al protagonista de la misma, quien en cierta forma ha sido el alter ego de Desplechin a lo largo de su carrera, Paul Dédalus, interpretado en aquel entonces por su actor fetiche, Mathieu Amalric, y que ahora regresa para contar la historia de su niñez, adolescencia y juventud, a manera de flashbacks que se dividen en tres bien delimitados episodios, en los que hay de todo: drama, humor y tensión dramática. Cabe aclarar que el filme funciona a la perfección por sí solo, así que no se requiere haber visto previamente la cinta de la que nació.
Paul, en el papel de adulto (Amalric), es un antropólogo que vive en Tajikistan y lleva años sin volver a París, y cuando lo hace es detenido por el oficial del aeropuerto, Claverie (Andre Dussollier), por sospechas de espionaje. Ante la pregunta de «¿Quién es usted?» -que funciona como detonador de sus memorias-, Paul comienza a contar vivencias de su pasado, entre ellas las peripecias que lo llevan a perder su pasaporte, duplicando su identidad.
Estos recuerdos se convierten en el cuerpo de la película. En un primer capítulo, presenta a su familia en su ciudad natal, Roubaix: su querido hermano Iván y su incondicional hermana, Delphine; su problemática madre que se suicida cuando apenas es un niño, y un papá ausente perdido en su dolor. El segundo capítulo nos traslada a la Unión Soviética, a la que Paul, ya de dieciséis años de edad, sumamente bien interpretado por Quentin Dolmaire, va en un viaje escolar y se embarca en una aventura que nos mantiene en tensión por el inminente riesgo que corre el protagonista.
La tercera parte, llamada “Esther”, es la principal, la más sustanciosa, la que deja una mayor y profunda huella en Paul. Es la historia de un primer amor, intenso y arrebatador. Un amor golpeado por la distancia, desgarrado por los continuos reencuentros y desencuentros. A sus diecinueve años, Paul se enamora de la bella y enigmática Esther, una amiga de su hermana de dieciséis años, interpretada por Lou Roy- Lecolline. Ambos actores logran una química notable en la pantalla y se perciben auténticos en sus papeles, y es que Desplechin persigue la naturalidad, la espontaneidad, por lo que opta por jóvenes sin experiencia actoral, erigiendo un filme franco y fresco, cargado de melancolía y añoranza por los años de juventud.
La utilización de ciertos elementos narrativos y estilísticos, como la lectura de las apasionadas y desgarradoras cartas de amor mirando a la cámara, como si hablaran directamente al espectador; la observación de las escenas de sus recuerdos a través de una pequeña mirilla, oscureciendo las esquinas de la pantalla; o un gran acercamiento a las pupilas dilatadas de los enamorados, se agrupan para dar un ambiente nostálgico, cargado de sensaciones y emociones propias de la vida, y sobre todo de aquellos años de crecimiento.
Nos volvemos testigos de una exaltada relación epistolar, de las inquietudes que mueven a los especiales personajes, de los comunes errores cometidos, asimismo, nos damos cuenta del enorme peso de la distancia, de la importancia de ciertas figuras que son grandes ejemplos para ellos, de la lucha por encontrarse a sí mismos, y no perder al amor de su vida en el intento; y todo lo anterior, retratado con absoluta sencillez, con destreza actoral y un acertado acercamiento a esa problemática existencial de los jóvenes, muy al estilo de la Nouvelle Vague, en la que la condición humana es captada de manera directa y sincera.
Desplechin crea un film autorreferencial, en el que plasma mucho de sí mismo, de su pensamiento y de su percepción sobre la vida. Envía ciertos mensajes, algunos incluso cargados de pensamientos filosóficos, y mediante los conflictos de sus personajes, aborda temas esenciales en la búsqueda del ser, como es el de la identidad, los cuestionamientos de ¿quiénes somos? y ¿hacia dónde vamos? se tornan en el motor que mueve a los chicos en su relato.
Por su parte, la música resalta como un recurso sumamente valioso en Tres recuerdos de mi juventud, fue acertadamente concebida por Grégoire Hetzel (Estío, 2015; Incendies, 2010), quien ya había trabajado con Desplechin anteriormente, en la cinta Un cuento de Navidad (A Christmas Tale, 2008), haciendo una buena mancuerna. Sin embargo, su mayor relevancia radica definitivamente en que el soundtrack fue compuesto utilizando y readaptando extractos de la música creada por Georges Delerue para el film Dispara sobre el pianista (Tirez sur le pianiste, 1960), de Francois Truffaut, lo que reafirma el inspirado homenaje a su cine y a su estilo.
Así, aludiendo al mejor cine francés, en su carácter y a su manera, Desplechin nos entrega un filme para disfrutar con calma, para contemplar y espejar nostalgias. Sin duda, para gozar con su profunda y, a la vez, simple autenticidad.
Tráiler:
Ficha técnica:
Tres recuerdos de mi juventud / Tres recuerdos de mi infancia, My Golden Days (Trois souvenirs de ma jeunesse ), Francia, 2015.Dirección: Arnaud Desplechin
Guion: Arnaud Desplechin, Julie Peyr
Fotografía: Irina Lubtchansky
Música: Grégoire Hetzel
Reparto: Mathieu Amalric, Lou Roy-Lecollinet, Quentin Dolmaire, Léonard Matton