Críticas
Tras los pasos del piloto
Última misión en Afganistán
Bratstvo. Pavel Lungin. Rusia, 2019.
La Unión Soviética decide retirar sus tropas de Afganistán, es el fin de la guerra. El avión del hijo del general Vasiliev es abatido, lo planeado sufrirá cambios, el rescate será la última misión en Afganistán.
El filme combina heroísmo y corrupción en partes iguales. No pretende una visión ejemplar de los soldados eslavos por sobre los islámicos, la guerra deja el necesario espacio a la traición y corrupción sin idealizaciones. Es la diferencia con ese cine norteamericano vulgar, donde estallidos y bombas suelen determinar la derrota final a manos del ejército yankee. Hay una similitud de estilo que, en su diferenciación, apela a la acción matizada con ingredientes desidealizadores. “Héroes” en versión moderada, más pensantes que combatientes; el acto heroico incluye más estrategia que violencia, implica riesgo real en inferioridad de condiciones no compensadas por extremas habilidades de combate individual.
El ejército soviético no es ejemplar, hay abusos a título personal; desde presiones a comercios para abaratar en la obtención de artículos, hasta el extremo de ofrecer un lanza granadas al enemigo, a cuenta de una millonaria cifra. Es la versión que reconoce las falencias de la propia fuerza militar en medio de la guerra. Los “héroes”, más estratégicos que violentos, saben de sus limitaciones y buscan negociar. Lungin ofrece un toque humano que desarticula la violencia como represalia o acto egoísta. La excepción es la venganza de Vasiliev, pero se encuentra al servicio del filme, demuestra el riesgo innecesario que genera la emoción en contextos extremos. La razón de guerra debe primar por sobre los intereses personales y los lazos familiares.
Un ejercicio que exalta la valoración de la vida en términos de estrategia, no de proeza por alta e incontenible potencia física frente al enemigo. Se debe negociar para salvar vidas, el pragmatismo se impone. Si partimos del estereotipo habitual, la ausencia del héroe es notoria. La condición del combatiente es traída a tierra, se lo enfoca desde la exposición al riesgo esperable. En tal contexto, hasta un inexperto niño es capaz de matar cuando posee un arma.
Estamos frente a un filme de segundo orden. Circunstancias harto comunes, y una vuelta de tuerca previsible, el guion va desparramando pistas, exceso de obviedad en la comunicación que, si bien no molesta, nos permite anticipar el desenlace de algunas secuencias con premura.
Última misión en Afganistán pretende ser un filme bélico sin heroísmo, no idealiza personajes, los sumerge en el riesgo del momento, cualquier instante es ocasión para morir.
La película es rica en múltiples puestas en escena, da cuenta de exteriores que señalan instalaciones locativas acordes a condiciones agrestes, donde los lugares suelen formar parte de un paisaje desordenado y precario. Ambientación típica de guerra en un país subdesarrollado, contraste entre alta tecnología de combate y métodos salvajes para lidiar, tanto con el enemigo, como con la traición.
Pequeños movimientos de cámara (algunas veces en mano) acompañan el combate, tanto cuerpo a cuerpo como a distancia. Sugieren la acentuación del movimiento, se asigna mayor realismo a la acción.
El soldado y su intención de “normalizar” la vida en condiciones de combate. Suerte de “como si” que intenta instalarse por la fuerza a pesar del permanente fracaso: el ruso traiciona por la suma de dinero necesario para la dote por una joven afgana. Un intento por continuar la propia vida en medio del combate. El final de la guerra es abortado por intermitencias, la paz inmediata es impedida; los combatientes preparan su futuro sin considerar con precisión las actuales condiciones. Cuando los códigos se violan las consecuencias son nefastas.
Los resultados finales suelen producir una reacomodación, los mitos, necesarios a la construcción de una guerra se destruyen: “Hoshem nos contó lo que decían sobre nosotros los sabios del Corán. Decían que les robaríamos a sus esposas y a sus hijos. Él solía pensar así. Entonces, me preguntó por qué habíamos venido. Le dije que yo pensaba que habíamos venido para ayudar a construir el socialismo. ¿Y ahora? Ahora no tengo ni idea.” Visión propia de una época donde se pretende, mediante la perestroika de Gorvachov, introducir la democracia en la URSS. Lo que en un tiempo tuvo un valor hoy ya no lo tiene, concepciones que ofician a manera de sostén, la justificación del conflicto armado se transforma en algo carente de sentido. El mito choca contra la realidad, el desenlace pretende acrecentar la conciencia del espectador mediante identificación con los personajes. No es una guerra de buenos contra malos, sino de ciegos y videntes; el general Vasiliev representa la destrucción, la fe en la victoria basada en la superioridad tecnológica y moral. Una ética, que fundamenta la utilización del artefacto destructor, se contrapone a la forma de concebir la experiencia que valora la vida humana más allá de culturas, etnias o razas.
Se impone la destrucción como solución, la fuerza por sobre la razón contemplativa de puntuales circunstancias de vida; el enemigo es sin distinción de sexo o edad, esas bajas no interesan a Vasiliev, mientras Dmitrich sí las toma en cuenta. “Razones de guerra” de diferente clase; destrucción y humanismo se contraponen; Lungin parece acercarse a la defensa del ser humano.
Las personas habitan sus pequeñas miserias, no están exentas de las diversas facetas que componen la naturaleza humana, en tanto posibilidades de expresión que operan en base a razones individuales en medio de un conflicto que pretende una “raíz política neutra”, disociada de intereses individuales. Razones objetivas que la lógica del combate se encarga de desbaratar. Solo las almas sensibles pueden captar estas cuestiones en medio del riesgo, situación límite que amenaza la propia vida y la de los demás.
Un ejercicio que nos enfrenta a lo que debería ser y no es: niños que matan y mueren sin conciencia de motivos cuando, en realidad, deberían estar atravesando una etapa de protección y formación para la vida. Las muertes sensibilizan, fuerzan una conciencia diferente que choca con la tradicional lógica militar preparatoria del combate. Nos viene a la memoria el documental de Michael Moore, Fahrenheit 9/11, donde solo basta escuchar las declaraciones de los jóvenes soldados entrando en Irak, mientras se preparan para un juego de destrucción amparado en razones de “justicia universal”.
Ficha técnica:
Última misión en Afganistán (Bratstvo), Rusia, 2019.Dirección: Pavel Lungin
Duración: 113 minutos
Guion: Aleksandr Lungin, Pavel Lungin
Producción: Pavel Lungin Studio
Fotografía: Igor Grinyakin
Reparto: Aleksandr Kuznetsov, Kirill Pirogov, Yan Tsapnik, Mikhail Kremer