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Últimas muertes por compasión en el cine
Últimas muertes por compasión en el cine
En este artículo nos vamos a centrar en algunas películas que en los últimos años han abordado una reflexión sobre la muerte digna, desde una perspectiva acotada a entender el suicidio asistido o la eutanasia activa como la solicitud de una persona a otra, profesional médico, familiar o amigo, para que le cause la muerte de la forma menos traumática y dolorosa posible, al estar inmerso en una enfermedad que considera insufrible, o se encuentre afectado por una dolencia de carácter terminal, que presumiblemente acabará agravándose y limitando enormemente sus capacidades físicas y psíquicas.
En la mayoría de los países este tipo de prácticas de colaboración al suicidio están perseguidas penalmente, permitiéndose en mayor o menor medida, y con más o menos condicionantes, únicamente en apenas media docena de naciones, estados o ciudades, entre las que se encuentra Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Suiza, algunos estados norteamericanos como Oregón, Washington, Montana y Vermont, además de en la canadiense Quebec. Desafortunadamente para algunos, el suicidio en sí, de la propia mano, sin ayuda ajena, aunque no esté reconocido oficialmente como un derecho, no está perseguido penalmente, por la razón evidente de quedarse sin autor de crimen a quien castigar. En España, el Código Penal de 1995, en su artículo 143, vigente en la actualidad, castiga la inducción al suicidio y su cooperación con actos necesarios, rebajando la pena al causante o cooperante del suicidio “eutanásico”, esto es, el que se produce a solicitud del que sufre una enfermedad mortal o padecimientos difíciles de soportar.
Dos instituciones, principalmente, son las que se encuentran en los polos opuestos del enfrentamiento que el tema suscita. Por un lado, se sitúa la Federación Mundial Pro-Derecho a Morir Dignamente, en donde se integran las diferentes organizaciones que luchan por el asunto en distintos estados, siendo en el caso español la Asociación Derecho a Morir Dignamente, creada en el año 1984. Apoyan la posibilidad de que cualquier persona pueda disponer de su vida como derecho humano fundamental, que un estado legítimo, laico, democrático y plural tiene el deber de garantizar, especialmente facilitando el acceso a la eutanasia activa a aquellos enfermos terminales o con sufrimientos insoportables. En el otro polo se encuentra la Iglesia Católica, cuya doctrina se basa en que “nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente”; se trataría de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona, de un crimen contra la vida, de un atentado frente a la humanidad. Prohiben categóricamente, como vemos, la eutanasia, aunque también rechazan el encarnizamiento terapéutico y admiten que el enfermo pueda oponerse a la utilización de medios extraordinarios para tratar la enfermedad, aceptando como válidos los cuidados paliativos, aunque acorten la vida del paciente. El problema es que la Iglesia Católica, como en tantos otros temas, pretende imponer sus creencias a toda la humanidad, tanto a los que pertenecen a su institución como a los que no. Los que abogan por la libertad del individuo para decidir, no obligan a nadie a practicar la eutanasia, pero la Iglesia Católica prohibe a toda persona, de cualquier creencia o de ninguna, el recurso a una muerte digna, y lo prohibe no únicamente con palabras, sino intentando dirigir las legislaciones de los diferentes estados, utilizando todo su poder e influencia.
Las cinco recientes visiones cinematográficas que recogemos seguidamente, proceden de países, culturas o religiones diferentes, pero parece que, en general, coinciden en los siguientes aspectos:
- En casi todas ellas el suicidio asistido se practica o pretende practicarse por profesionales pertenecientes al sector sanitario.
- La eutanasia activa está penalizada en los países de las cinematografías representadas (Francia, Dinamarca, Israel, Alemania, Austria, la mayor parte de Estados Unidos…).
- La mirada de los directores es en su mayoría permisiva, o por lo menos, empática, con las prácticas de “muerte dulce” en los casos extremos relatados.
- Las repercusiones judiciales están presentes, ya de manera muy directa, ya de un modo marginal, pero marcando en todo caso la forma de actuar de los personajes.
- El género elegido es el dramático, excepto la propuesta israelí, que intenta jugar con el humor negro.
- El amor incondicional y la compasión, además del respeto por la dignidad de la persona y el derecho a decidir sobre el propio futuro, se encuentra presente en las cinco obras.
En el film francés Hace mucho que te quiero (Il y a longtemps que je t’aime, 2008), dirigida por Philippe Claudel y protagonizada por Kristin Scott Thomas, una mujer de mediana edad, Juliette, sale en libertad después de pasar muchos años en prisión, acogiéndola su hermana menor en la casa que comparte con su marido, dos hijas adoptivas, y su suegro. Claudel, afamado escritor y también responsable del guion de la pelicula, nos está dejando en sus incursiones cinematográficas un cine que podríamos denominar de sentimientos, reflejando, en esta ocasión, sin ninguna prisa, la soledad, el espejo de una vida detenida, de una existencia alejada del resto de los seres. Los silencios llenan la pantalla, y los secretos permanecen en los infiernos particulares, cada vez con mayor indiferencia a otras realidades, de las que nos hacemos más y más distantes a medida que transcurre el tiempo.
El director galo aborda la “muerte dulce”comenzando el film con el cumplimiento de su condena judicial, y se acerca con delicadeza al lento camino de retorno a una vida propia que ya nunca volverá a ser igual, ni tampoco los años perdidos podrán recuperarse, lo que no se olvida de recordarnos la hermosa canción que acompaña los títulos de crédito finales. Con exquisitas localizaciones de la ciudad de Nancy y la región de Lorena, al noreste de Francia, soberbias interpretaciones que no necesitan de las palabras, y una puesta en escena convincente y respetuosa con la historia y sus protagonistas, Claudel va desgranando, sin prisa pero sin pausa, el horror que produce un terrible incidente del que la sociedad, y en su reflejo la legalidad, no quiere ni pretende implicarse, dejando que el sentimiento de culpabilidad, la impotencia y el dolor inmenso ocupen su terreno.
En el año 2010, de la mano del director estadounidense Barry Levinson, se llevó a la pantalla la conocida historia del doctor Jack Kevorkian, patólogo norteamericano de origen armenio, cooperador de numerosas muertes en los años noventa, poniendo a disposición de pacientes terminales o con grandes sufrimientos un máquina de su invención, que posibilitaba el fallecimiento de forma plácida y con rapidez, mediante la inyección de determinadas sustancias comatosas, relajantes y letales. La película se denomina No conoces a Jack ( You don’t Know Jack), y fue protagonizada por Al Pacino, John Goodman y Susan Saradon. Mediante un estilo casi de carácter documental, se va desgranando la biografía del denominado “Doctor Muerte”, con el relato de la asistencia a los enfermos, y los sucesivos enfrentamientos con la justicia, a la que llegó incluso a retar, al objeto de fomentar una legislación y jurisprudencia más respetuosa con el derecho a decidir el propio futuro.
Los hechos, acaecidos en el estado de Michigan, son presentados por el realizador de una forma neutra, en la distancia, sin tomar partido sobre el verdadero carácter del protagonista: ¿humanista, luchador por los derechos humanos, pionero en debates bioéticos, médico concienciado de la importancia de la muerte en la profesión, compasivo ante el sufrimiento, instigador de avances en tratamientos paliativos, testamento vital, muertes dignas? ¿sádico obsesionado con la muerte, pervertido macabro, asesino en serie, insolente frente al sistema?
El brillante director austriaco Michael Haneke, realizó en el año 2012 la película Amor (Amour), en una coproducción entre Francia, Alemania y Austria, protagonizada por Jean-Louis Trintignant, Emmanuelle Riva e Isabelle Huppert. El film, que consiguió la Palma de Oro en Cannes y el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, coloca la cámara dentro de la vivienda parisina de una pareja de ancianos, profesores de música jubilados, y de una forma realista, tomándose su tiempo, sin concesiones, con elipsis que producen incluso mayor impacto que las imágenes, va desgranando una historia de complicidad, ternura, decrepitud y terror.
En una Europa envejecida, casi como mirada premonitoria de lo que nos espera en los últimos kilómetros de nuestro recorrido, Haneke va diseccionando la perturbación anímica y desolación que puede provocar el desarrollo de la enfermedad, tanto en quien la sufre en persona, como con quien comparte la convivencia. Al director no le importa tanto crear una intriga (empieza la obra por su final), sino que se concentra en elaborar un ambiente que oprime, turba, y reflexiona sobre el límite al que podemos llegar para proteger nuestras dignidades y recuerdos. La violencia, como en otras películas del director austriaco, también está presente, pero en esta ocasión se trata de una violencia sorda, desvalida, y resignada. La película consigue con sobriedad, solo mostrando los hechos en excelentes interpretaciones, que nos enfrentemos a la vejez y a la muerte con escalofrío y emoción, en una época que ha prolongado la longevidad hasta llegar a hacer de ella una pesadilla.
En el año 2014 se presentó en el Festival de Venecia y en el de Valladolid (ganando el Premio del Público y la Espiga de Oro, respectivamente), una insólita comedia israelí que parece pretender ponerle sonrisa a la muerte: La fiesta de despedida (The Farewell Party), dirigida por Tal Granit y Sharon Maymon. En realidad, si el espectador no se queda únicamente en la superficialidad que otorgan ciertas situaciones irónicas o comentarios más o menos jocosos, nos encontramos ante un profundo drama, que termina afectando a todos sus intervinientes.
En esta obra, como en la dedicada a Jack Kevorkian, también se fabrica una máquina de eutanasia, pero se prefiere copiar la “patente” del médico australiano Philip Nitschke, “la máquina de la liberación”, que incluso tuvo soporte legal, mediante una ley del Territorio del Norte de Australia, del año 1996, que permitió el suicidio asistido de enfermos terminales en determinadas circunstancias y condiciones, aunque tuvo poco recorrido, ya que se utilizó “solamente” para siete pacientes, y fue revocada por el Parlamento Federal a los pocos meses.
En Israel, al igual que en la mayoría del planeta, también está penalizada la eutanasia, y como dice uno de los personajes, parece que morir se ha convertido en un crimen, en un fracaso de la ciencia, cuyo única lucha asemeja ser la búsqueda de la supervivencia a cualquier precio. En La fiesta de despedida, lo que arranca como una disparatada, ligera y ocurrente idea, acaba finalizando en una tragedia implacable, a través de una puesta en escena sencilla, sin grandes pretensiones, pero efectiva y entrañable.
También en el año 2014, la cinematografía danesa nos ofreció otra mirada sobre el tema, con la película Corazón silencioso (Stille Hjerte), del director Bille August. En esta ocasión, tenemos la enfermedad terminal y los medios para realizar el “acto”, pero se busca el consenso en la decisión entre los familiares, abriendo con ello la caja de Pandora que desencadena egoísmos, reproches y acusaciones. Destacando los primeros planos que reflejan lo tenso de la situación que se soporta, la cámara se mantiene muy estática, inmóvil, atenta a la represión inicial y explosión final de tantas sensibilidades.
El tiempo cobra un importante protagonismo en la obra, ese tiempo que es limitado, que se nos escapa, que no controlamos. Como ya señalaba Joseph Conrad en su novela Victoria (Victory, 1915), “solo se puede morir una vez, pero hay muchas formas de morir”. La menos atractiva de las muertes, la muerte deseada, precisa que sea procesada por el mundo, mirada de frente y amparada. El suicida ya tiene suficiente con su desesperación terminal y rechazo a una vida que ha acabado venciendo toda resistencia hacia el temor a un destino desconocido. No incrementemos además su angustia por el miedo al dolor del tránsito.
Si aún estás ahí, si en esta oscuridad
aún hay un lugar en el que tu espíritu
vibre sensible en las planas ondas del sonido
que una voz, solitaria en la noche,
agita en la corriente de una habitación alta:
escúchame, ayúdame. Mira, también nosotros,
sin saber cuándo, nos deslizaremos a la contra de nuestro progreso
hacia algo que no pensamos; en ello
nos enredaremos como en un sueño
y en ello moriremos, sin despertar.
Rainer Maria Rilke
Bibliografía:
*Ayudar a morir. Iona Heath. Con un prefacio y doce tesis de John Berger. Editorial Katz difusión.
*Eutanasia y cine. Benjamín Rivaya Ricardo García Manrique, Víctor Méndez Baiges. Editorial Tirant lo Blanch.
*Cinco meditaciones sobre la muerte. François Cheng. Editorial Siruela.
*Del inconveniente de haber nacido. E.M. Cierran. Editorial Taurus.
*La mirada del suicida. El enigma y el estigma. Juan Carlos Pérez Jiménez. Plaza y Valdés Editores.
*Réquiem. Rainer Maria Rilke. Poesía Hiperión.
Un muy buen recorrido por las zonas difusas de la vida y de la muerte