Críticas

Cuento de hadas

Un hombre sin pasado

Otros títulos: The Man Without a Past.

Mies vailla menneisyyttä. Aki Kaurismäki. Finlandia, 2002.

UnhombresinpasadoCartelUn hombre sin pasado es una obra maravillosa, entrañable, luminosa en la desgracia. Cuenta con ese sentido del humor tan especial que nos regala el autor, Aki Kaurismäki, a lo largo de su filmografía. Un humor seco que viene acompañado de personajes desarraigados que saben enfrentarse al infortunio con una sonrisa, con imaginación, sin aspavientos o quejas que a nadie importan. Son parias, seres fuera del sistema que cuando pueden trabajar lo hacen con agradecimiento, que saben apoyarse entre ellos, que sí responden al lema cristiano de amor al prójimo, que aprecian divertirse cuando toca… Se trata de expulsados que dan las gracias por poder vivir en un contenedor, y que menos si posee vistas al mar, que comparten la media docena de patatas que han conseguido que broten con sus vecinos, que celebran una salida a un comedor asistencial como si fueran a un restaurante de estrella Michelin…

Y además de todo lo anterior, que no es poco, también saben enamorarse en silencio, aceptan con gratitud sobras de comida que creen no merecer, que saben dar gracias cuando toca y callarse cuando no hay nada que decir. También adoptan perros no buscados sin rechistar, organizan conciertos de rock para otros menesterosos, saben lo que significa la palabra solidaridad  e igualmente el vocablo desarraigo. Además, no se ceban en el pasado e intentan seguir adelante, por muy aciago que se presente el futuro. Y siempre encuentran motivos para sonreír, aunque no los haya. Son seres que no se olvidan, que parecen escondidos, que quizás no existan…. Son los personajes que transitan en este largometraje, la segunda entrega del maestro finlandés de la trilogía denominada “de los perdedores”, “del proletariado” o “de Finlandia”, tras Nubes pasajeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996) y previa a Luces al atardecer (Laitakaupungin valot, 2006). En Un hombre sin pasado su protagonista, M, viaja en un tren hacia Helsinki. Lleva consigo una maleta. Al llegar a la ciudad, se sienta en un banco y se duerme. Anochece. Unos desconocidos le asaltan, le roban todas sus pertenencias y le abandonan inconsciente tras propinarle una brutal e innecesaria paliza. Nos referimos a un aumento deliberado del sufrimiento de la víctima durante la comisión de un delito, lo que jurídicamente llamaríamos ensañamiento.

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M es el hombre sin identidad (le han robado todos los documentos) pero también sin pasado (los feroces golpes le han producido amnesia). ¿Se puede seguir existiendo así? ¿Es posible conseguir un trabajo, una vivienda, abrir una cuenta corriente? ¿Es soportable estar sumido en la incertidumbre de quién eras, de dónde venías, a qué te dedicabas, cómo había sido tu infancia, de cuáles eran tus virtudes o defectos, tus aficiones, tu ideología…? Y seguiremos los pasos de este hombre en un itinerario en el que cara y cruz se exhiben con delicadeza, de forma austera y seguramente con maniqueísmo. No importa: el resultado fascina y emociona. Terminamos cayendo en la cuenta de que lo que forma al ser humano no es su nombre, su número de seguridad social o su lugar de nacimiento. Su esencia es otra cosa y vuela independientemente de aquellos parámetros con los que pretendemos identificarnos y clasificarnos. Al final, Kaurismäki nos recuerda que siempre es posible encontrar algún resquicio para la esperanza. Sí, y la recuperación de esta última se combina en la película con el registro de una especie de resurrección de la carne, a la manera del monstruo de Frankenstein. 

Los  personajes de Un hombre sin pasado, como la mayoría que pueblan la obra del director, destacan por su capacidad de resistencia, por una especie de fortaleza que les facilita la supervivencia. Afrontan la penuria de manera tranquila, melancólica, fría. Responden a las agresiones del mundo con serenidad. Parece que la capacidad de rebeldía ya la han agotado en choque con el universo postmoderno y han llegado al final del compromiso, tal y como lo expresaba Sartre. La oposición ruidosa al sistema ha desaparecido y se limitan a sobrevivir en el aquí y en el ahora, mientras se constituye el azar como elemento primordial en el devenir de oportunidades. La carencia es afrontada con términos de inevitabilidad. Permanecen flotando en el limbo del no poder y la sociedad neoliberal es testigo de su hundimiento sin inmutarse. Hablamos de un neoexistencialismo como forma de sobrevivir en estado de alerta permanente; mientras tanto, depositan su salvación en una actitud pasiva que puede verse no como heroica sino más bien como estoica. Capítulo aparte merece en el largometraje la actitud valiente del empresario honrado que pretende tomarse la justicia por su mano, ante la nula respuesta de los poderes que deben aplicarla. Pero eso sí, para culminar, como todos, afrontando el destino con resignación y sin más batallas adicionales. 

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Kaurismäki nos vuelve a regalar otra dosis de estilo personal que, fundamentándose en el minimalismo, paradójicamente, aboca en una suerte de barroquismo. Nos introduce en un cuento de fotografía preciosista y abarrotado de saturación cromática, que abraza el optimismo. Un optimismo cada vez más acusado en la filmografía del finlandés, a medida que envejece. Nos abre a un cine que, como definiría Gérard Wajcman, hace ver aquello que no se quiere que sea visto, que no solo filma el presente sino en presente, que nos abre nuevos espacios de observación, que derriba los muros que tapan las imágenes insolidarias. Se trataría de una mirada capaz de explorar el espacio acotado por Paul Klee: “El arte no reproduce lo visible; más bien lo hace visible”. El realizador se situaría entre aquellos autores que Godard pensaba que creían “en la igualdad y fraternidad entre la ficción y lo real”. Kaurismäki edifica su ficción sobre bases tomadas de la realidad sin enredarse en las redes de la mímesis, y no olvidándose nunca de que una película “está hecha de sentimientos» (Danièle Huillet). Y todo con sus marcas de identidad como la elipsis, la ironía, el hieratismo humano, música fundamentalmente diegética y constante soporte en la naturalidad en los sonidos. 

La rabiosa necesidad de supervivencia recorre inexorablemente Un hombre sin pasado. Y resulta entrañable el ingenio volcado ante la carestía: lavadoras de último modelo, espectaculares duchas de propulsión inmediata, gramolas que funcionan cuando se les retiran piezas sobrantes… Cualquier argucia es válida para capear la indigencia. Eso sí, no se llega a los extremos del griego Ektoras Lygizos en su Boy Eating the Bird’s Food (To agori troei to fagito tou pouliou, 2012), cuyo protagonista le roba alpiste a su canario para nutrirse o incluso lo intenta con su propio semen. Aquí, en este largometraje del finlandés, los desarrapados destacan por su honestidad. Ello les quita la tarea adicional de observar al prójimo como “una instancia inquietante”, denominación proveniente del escritor Adam Kotsko. Y la permanencia en el desamparo culmina en ese instante profundamente tierno y digno en el que M y su exmujer se funden en un tímido y abrupto abrazo de despedida. Estremece como gesto de súplica por un doloroso pasado qe solo con la desmemoria no es posible borrar. Un abrazo en el que los cuerpos se pierden afirmando sin necesidad de expresar nada. Un abrazo que trata de cercar un pasado doloroso que ha vaciado al ser hasta desmembrarlo. Un abrazo que atraviesa el tiempo y congela la amargura.

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Y no nos olvidamos que, como buena historia del maestro finlandés, nos encontramos también ante una historia de amor: la que surge entre M e Irma, voluntaria del Ejército de Salvación. M, ese hombre extraño en el mundo, entre los hombres y para sí mismo, al igual que Meursault, el protagonista de El extranjero de Camus, encuentra el amor entre sorbos de silencio. Un silencio que consigue mucha mayor proximidad que el ruido de la comunicación. Una historia de amor que Kaurismäki culmina de espaldas, con las manos entrelazadas, en camino hacia un lugar desconocido, por muy previsible que parezca. Y al tiempo, un tren de mercancías portando contenedores, embalaje de múltiples usos como ya hemos visto, atraviesa el plano. Un medio de transporte con el que empieza y termina el largometraje como símbolo de aquella aceleración de tecnología y capital que nos invade. Una aceleración que ha convertido el mundo en un gran almacén de atracciones uniformes que intenta eliminar la negatividad de lo extraño, de lo desapacible, de lo siniestro.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Un hombre sin pasado  / The Man Without a Past (Mies vailla menneisyyttä),  Finlandia, 2002.

Dirección: Aki Kaurismäki
Duración: 97 minutos
Guion: Aki Kaurismäki
Producción: Coproducción Finlandia-Francia-Alemania; Sputnik, Pandora Film
Fotografía: Timo Salminen
Música: Varios
Reparto: Markku Peltola, Kati Outinen, Juhani Niemelä, Kaija Pakarinen, Sakari Kuosmanen, Annikki Tähti, Anneli Sauli, Elina Salo, Outi Mäenpää, Esko Nikkari, Pertti Sveholm, Matti Wuori, Aino Seppo

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