Investigamos
Van Gogh en el cine
Si la consigna es “pintura y cine”, lo primero que viene a mi mente es el nombre de uno de los pintores malditos, caracterizado por su simpleza como hombre y por su pasión como artista. Si pensamos en el delirio, la efusividad y el colorido de grandes pinceladas, no puede sino sobresalir el nombre y la obra de Vincent Van Gogh (1853-1890). Con una historia personal que nos invita a cobijarlo y una profusa obra que uno quisiera coleccionar, podemos decir que este artista es el más cinematográfico de la larga lista de personalidades que firman la pinocateca universal.
Su vida sencilla, transcurrida en amplios campos de trigo y humildes viviendas de su Holanda natal, el aprendizaje de la técnica a una edad madura, cuando sus compañeros estaban apenas saliendo de la adolescencia, la amistad tortuosa con Paul Gauguin o el enamoramiento apasionado de mujeres que no le correspondían… no son nada, al lado de los lienzos a los que les daba color sin “lamer” la pincelada, imprimiendo en cada una la pasión que lo consumía, el fervor que lo desbordaba, en fuertes azules, amarillos, verdes… colores prohibidos en la academia francesa, donde se trabajaba con el siena hasta el hartazgo.
La vida dura que llevó, las distintas reclusiones en centros de salud mental, así como la entrega a la pintura y la imposibilidad de poder vender una sola de sus obras en vida, constan en la prolífica correspondencia que mantuvo con su hermano Théo. Gracias a esas cartas, cargadas de bocetos, podemos darnos una idea del personaje, de su entorno y del fervor en que se le iba la vida.
El cine se nutrió de su obra, y de su personaje, en varios largometrajes de ficción, sin contar la gran cantidad de documentales que ha inspirado. Su figura fornida, su cabellera roja y sus ojos azules cobraron vida a través de los actores que lo interpretaron en las cuatro o cinco películas que reseñaremos, dando cuenta de su pasión y de su transcurrir trágico.
La más clásica, El loco del pelo rojo (Lust for Life) fue guionada por Norman Cowin, según la novela de Irwin Stone, y dirigida por Vincente Minelli en 1956. Narrada de manera lineal, recorre los momentos más sobresalientes de la vida del pintor, poniendo el énfasis en su necesidad de superación y el logro de un éxito que se le retaceó hasta su muerte. El personaje es un perdedor en todo el sentido de la palabra, padece la incomprensión de sus semejantes, comenzando por la relación problemática con su padre, el rechazo que sufre por parte de las mujeres a las que ama, la búsqueda de refugio en la religión y en los paisajes del sur de Francia, especialmente de Arlés, donde desoye todas las directivas de los profesores franceses para darle rienda suelta al colorido de un sol que lo encandila y un campo que lo subyuga.
El personaje de Vincent Van Gogh está interpretado por Kirk Douglas en una actuación que recuerdo memorable y totalmente convincente, mientras que Anthony Quinn recrea a Paul Gauguin. La relación tormentosa entre ambos pintores es el núcleo del film, donde recae la impronta de desolación que se tiende sobre un Vincent desprotegido, una vez que Gauguin decide partir en busca de su propio sueño. En sus encuentros salen a la luz las contradicciones de sus caracteres, de sus modos de vida, de su manera de trabajar y de entender el arte.
La obra de Van Gogh aparece en la pantalla, integrando escenas de la vida diaria del artista, y la recreación de los escenarios que ilustraba en sus lienzos invita al espectador a descubrirlos. Así vemos a Los comedores de patatas recorriendo el campo, mientras Vincent los observa y pinta. De la misma manera, vemos el Retrato del Dr. Gachet inmóvil, al comienzo de un plano, pero cuando la cámara se retira, incluye en la escena al pintor ejecutando su obra.
La película de Minelli intenta ser fiel a la historia conocida del pintor, narrada con visos románticos, bajo los parámetros de Hollywood, que no sólo ilustra acerca de la vida del personaje, sino que le acentúa aquellos rasgos dramáticos que son un verdadero anzuelo para atrapar al espectador. Un buen ejemplo de lo que digo puede verse en el tráiler, donde los créditos tapan casi por completo el cuadro y enfatizan las características de superproducción, en la que dos estrellas del firmamento hollywoodense (Kirk Douglas y Anthony Quinn) brillan en la interpretación de los personajes principales, unidos y enfrentados en una historia “de pasión y violencia”.
En 1989 se estrenó un nuevo film sobre el tema, Vincent: vida y muerte de Vincent Van Gogh (Vincent: The Life and Dead of Vincent Van Gogh), dirigida por el australiano Paul Cox. Compuesto por una secuencia de imágenes de los cuadros, musicalizado por Vivaldi y Rossini y narrado por Vincent (en la voz de John Hurt), el film roza el documental, ya que los textos se inspiran en la correspondencia mantenida por Van Gogh con su hermano Théo, donde se desnuda el alma del pintor. Cox también echa mano de cuadros vivientes en locaciones inspiradoras para el autor impresionista. Narrado linealmente, el film recorre la vida del artista, sin representarlo por medio de un actor, sino desplegando innumerables autorretratos, mientras su voz en off va narrando lo que le sucede: ante un paisaje, con una mujer que lo deja despechado o con las urgencias económicas que debe correr. Hacia el final, un plano subjetivo, tambaleante, nos transmite su muerte. Mientras en la banda sonora se oye la última misiva dirigida a su hermano, que permanece junto al cuerpo como testigo mudo del final de una vida desesperada y desesperanzada.
Planos contemplativos, con música de fondo y la dicción británica de Hurt nos permiten captar, tal vez, la huella sensorial que habría descubierto el pintor holandés en la naturaleza, donde el viento y las ramas ejecutaban un concierto de sensaciones.
En este paseo por la figura de Van Gogh en el cine, no podemos dejar de mencionar uno de los Sueños de Kurosawa, Los cuervos, en el que un joven japonés recorre los campos de Arlés, donde el pintor, interpretado por Martin Scorsese, trata de recrear a los cuervos que sobrevuelan el campo de trigo. Tomándose las licencias poéticas correspondientes, con respecto a la fidelidad cronológica, a Kurosawa le interesa, por un lado, dejar expresa su propia pasión por la pintura, en general, y por Van Gogh, en particular; y por otro, establecer un diálogo entre el joven (que bien podría ser él) con el artista. Diálogo que tendrá como eje central temas que son preocupaciones sensibles en ambas profesiones artísticas, la utilización de los paisajes y su iluminación.
Técnicamente, la obra de Kurosawa en este “sueño” particular, ofrece una cierta frescura que proviene del tratamiento que el autor le imprime a los paisajes que recorre el joven en busca del pintor. Por momentos, una pincelada ocupa toda la pantalla, pero cuando se abre el cuadro, vemos al joven como un intruso, recorriendo las calles pintadas con ese trazo nervioso, característico del pintor.
El “sueño” se inicia y se cierra con el recorrido del muchacho por un museo que ofrece una exhibición de las obras del artista. El joven se traslada de esa sala fría, con cuadros que parecen ventanas de vida sobre la pared, a los espacios abiertos de la campiña inspiradora con sus aves y campesinos, con sus puentes y lavanderas…
En 1990 se cumplieron cien años de la muerte de Van Gogh, lo que sirvió de inspiración a varios directores para ofrecer su visión de la tortuosa vida del pintor. Robert Altman filmó Vincent y Théo, una obra para televisión que ofrece la historia de los hermanos, a través de un paralelismo de sus vidas (un inseguro y enfermo Théo se opone a la figura avasallante de un desaliñado y descuidado Vincent, magníficamente interpretado por Tim Roth), con momentos de gran emoción en los encuentros fraternos, donde queda evidente el amor que se tenían en la desvalidez de cada uno. Por su parte, Maurice Pialat ofreció su versión en Van Gogh, inspirado más por el conflicto vivencial que por la trayectoria del pintor. Es una apuesta más intimista, basada en la posible relación de Vincent con la hija del doctor Gachet. Estamos ante un Van Gogh terminal, desengañado y falto de inspiración para crear y para vivir.
Sin querer agotar las versiones fílmicas de la vida del artista, cerramos aquí un recorrido que no sale de una premisa común: contar la vida tortuosa del personaje e ilustrarla con su maravillosa obra. Ya sea a través de la correspondencia mantenida con su hermano o de la amistad con Paul Gauguin, que tanto lo marcó. Y desde lo formal, estas películas también comparten el gusto por los tableaux vivents, representando los espacios inspiradores, así como el muestrario de las obras, resultado de su pasión. Sin embargo, yo “veo” la vida de Van Gogh como una sinfonía… sólo música y colores. Formas que se recortan bajo un sol radiante y humanidades que se recogen bajo el cielo azul de la noche. Todavía queda con qué expresar aquello que nos sugiere la obra de este fascinante holandés.
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