En foco
Viaje en tren al fondo del pantano
Alejado de la típica dicotomía entre el bien y el mal, Hayao Miyazaki es un realizador que prefiere trabajar con valores humanos, en vez de ser panfletario respecto al adoctrinamiento moral, cuyo tratamiento de temas universales y cuidado dominio de la imagen le han convertido en un ícono de la animación mundial. El Viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 千と千尋の神隠し, 2001), quizás su obra más reconocida mediáticamente, junto con La Princesa Mononoke (Mononoke-hime, もののけ姫, 1997), es una síntesis que refleja las inquietudes del resto de su trabajo, que muestra tanto la luz como la oscuridad del alma humana. En Chihiro, el viaje físico que emprende la homónima protagonista es una mera excusa para reflejar de forma simbólica un viaje espiritual de maduración y crecimiento personal.
Las heroínas de Miyazaki suelen afrontar vicisitudes que las expulsan de inmediato del mundo con el que se sienten seguras, como le sucede a Nausicaä, en Nausicaä del Valle del Viento (Kaze no Tani no Naushika, 風の谷のナウシカ, 1984) o a Sophie en El Castillo Ambulante de Howl (Howl no Ugoku Shiro, ハウルの動く城, 2004). En cada uno de los casos, es la capacidad de adaptación a un nuevo entorno lo que hace posible el aprendizaje del arte de la supervivencia, una característica mucho más importante que el heroísmo. Chihiro es arrancada del mundo que conoce y embutida en una realidad alterna que emana un nostálgico clasicismo que convive con la modernidad: renuente al inicio, asume la responsabilidad de relacionarse con este nuevo mundo y se adapta a sus reglas.
Connotativamente, el uso de los símbolos y referencias apuntan hacia un fin último de la jornada: crecer. La niña emprende un viaje hacia el autoconocimiento, una búsqueda de un yo individual condicionado por el colectivo que la rodea: el yo cultural que representa el Onsen (温泉), los baños termales de Yubaba. Tradicional e innovador a la vez, es la memoria de un pasado que se disuelve con lentitud, donde los valores espirituales también se pierden. Es en esta travesía interna cuando Chihiro olvida su propio nombre, trecho que alcanza su clímax simbólico en la secuencia del viaje en tren al fondo del pantano. En tres minutos de escaso diálogo y recurriendo al uso simbólico del color, la imagen y la música, Miyazaki resume la espiritualidad de su película: una transición lánguida, una melancólica y efímera sensación de dejar atrás algo importante para sumergirse en la oscuridad del futuro, que viene siendo una ilusión, una proyección de la mente.
Chihiro se aleja en la distancia después de que Lin, su compañera en la casa de los baños, la traslade hasta las vías del tren gracias a un rudimentario bote. La composición de la imagen en este primer plano confía plenamente en la interpretación sensorial del espectador, mezclando elementos minimalistas que, conjugados, reflejan el estado anímico del personaje principal: la niña se encuentra situada en el centro del cuadro, por encima de la línea del horizonte, como si el majestuoso mar fuese sólido por completo, realzando su figura. A pesar del ambiente cálido que emana del entorno, unas nubes cinéreas se alzan en el horizonte, en perfecta sincronía con su llegada a la estación. El color predominante es el azul, que aporta sensaciones de serenidad e infinito, y contrastado con el gris del cielo imprime una visión agridulce, reforzada por la penetración en lo desconocido.
Kaonashi (Sin Cara) la sigue a través de los rieles sumergidos por las aguas, y es arropado por las olas en cuanto el tren arriba a la estación. La puerta se abre y un conductor inmenso, cuyo rostro nunca se llega a ver, extiende su mano. Le apreciamos desde una perspectiva inferior, en contrapicado, que le confiere autoridad y un aura de misterio. Chihiro le entrega los boletos. El conductor numera a cada uno con su dedo: la niña, y sus dos pequeños amigos (la rata y el insecto). Entonces señala a alguien más, detrás de ellos.
“¿Tú también quieres venir?”
“Ah, ah…”
Sin Cara asiente y Chihiro accede a dejarle ir con ella en el viaje. El conductor destruye los boletos y se dirige a la cabina de mando. Los cuatro toman asiento al lado de los demás pasajeros: sombras solitarias, viajeros sin expresión alguna y cuya taciturna existencia es imperturbable. Entonces, el viaje empieza.
El tren avanza hacia la izquierda, casi hacia “atrás”. Miyazaki presenta una serie de microcosmos que se complementan, acompañados de la sublime animación y la música de su compositor, Joe Hisahishi. A través de la ventana, el paraje es desolado la mayoría del tiempo, pero un plano que llama particularmente la atención es el de una pequeña casa en una isla, con ropa tendida a la intemperie. Sirve como transición de pocos segundos para asimilar el paso del tiempo, pero también como ente provocador a la imaginación. Es una imagen poderosa que añade dimensiones al mundo ideado por Miyazaki, que pretende influenciar la percepción del mismo. ¿Qué hay más allá de la casa de los baños? ¿Qué tan grande es este lugar? El tren sirve como conector entre realidades, entre diferentes mundos que habitan dentro del universo al que está sujeta Chihiro.
Además, la analogía del viaje en búsqueda de la evolución espiritual y el crecimiento personal se intensifica al combinar esta imagen con sus posteriores hermanas: no es que Miyazaki esté recurriendo al surrealismo para “explicar” algo; más bien su mundo está tan perfectamente delimitado que las interpretaciones nacen de él, y no al revés. El imaginario es más poderoso que la lógica, por lo que es más fácil “sentir” primero, y luego “pensar”. La casa solitaria en medio de la isla recuerda la calidez del hogar, el refugio sagrado en el que nadie puede hacerte daño. No hay ningún otro elemento en el pequeño entorno, y la ropa tendida transmite una extraña sensación familiar al conjunto; el agua la rodea, y la mantiene a salvo de extraños.
Sin embargo, el tren sigue su marcha, y más adelante, en una parada aislada, mucho más pequeña que la anterior, se encuentran dos sombras: un hombre gordo con traje y sombrero, y una niña pequeña con un vestido rosa. La ausencia de acción los sitúa en un contexto brumoso, apenas visible, como si se tratase de un recuerdo aislado de la memoria. ¿El tren avanza en el subconsciente de Chihiro? ¿Entre las aguas profundas de su pensamiento? La niña fantasma y su padre no suben al tren; más bien, apenas le ven pasar.
Una nueva estación, y los pasajeros bajan al andén. La luz del atardecer se hace paso. Y mientras Chihiro observa desde su ventana, una niña un poco más grande que la anterior, de camisa blanca y falda rosa, les observa partir sin quitarles la mirada de encima, quedándose sola mientras se oculta el sol. ¿Qué representan estos fantasmas? ¿Estas niñas? Chihiro lleva puesto un pequeño short rosa y una camisa blanca con franjas verdes, complementando así la vestimenta de las otras dos. Su evolución la ha llevado desde la calidez y la calma del hogar, pasando por la protección de sus padres, hasta el enfrentamiento definitivo con el mundo y las responsabilidades, estando sola; esperando en el andén la llegada de un protector, pero sabiendo que no sucederá.
El tren se adentra en la noche, con letreros de neón refractando en las ventanas; luces intermitentes entre las sombras, como lugares que avanzan, que desaparecen sin dejar rastro alguno. Chihiro mantiene la mirada firme en la distancia, preparada para afrontar lo que sea que le espere en el fondo del pantano, en la última estación, sin retorno. Ha cambiado, y redescubriendo el pasado ahora es capaz de proyectarlo en su presente y futuro. Es una persona diferente a aquella niña que corría asustada cuando sus padres se convirtieron en cerdos.
“La escena en la que Chihiro toma el tren sola: ahí es donde la película acaba para mí. Recuerdo la primera vez que viajé solo en tren y lo que sentí en ese momento, el recuerdo de ese primer viaje no contiene absolutamente nada de los paisajes o de lo que pasaba afuera, estaba absorto en el viaje mismo. Para traer de vuelta ese sentimiento no podía tener una vista a través de la ventana del tren, ni montañas, ni bosques; solo el interior del vagón. Ya había creado las condiciones para lograr esto en las escenas previas, cuando llueve y el paisaje se cubre de agua, pero lo había hecho sin saber el motivo, y lo vine a comprender al llegar a esa escena, en ese momento me dije: “Qué suerte haber hecho de esto un océano”. Al finalizar la escena me di cuenta de lo que había estado haciendo de un modo no consciente. Hay cosas más profundas que la simple lógica para guiar la creación de una historia”
Hayao Miyazaki*
No hay un final feliz. Quizás ni siquiera haya final alguno. Pero Chihiro ha superado la adversidad: su búsqueda de identidad ha tenido éxito y no necesita vivir feliz para siempre. Su viaje prosigue, y con eso basta.
*Fuente: http//:elmalpensante.com
“Una entrevista imaginaria con Hayao Miyazaki”
Excelente, muchas gracias.
Muy buen análisis. Muchas gracias por poner en palabras sentimientos y emociones que Miyazaki gestiona con imágenes.
muy interesante en tu comentario, pero debo corregirte cuando hablas de una » parada aislada pequeña » y es que esa no es una parada es un cruce de nivel, en donde las personas que quieren cruzar al otro lado deben esperar que pase el tren. lo que significa que el señor y la niña en ningún momento subirían al tren. ellos solo estaban esperando para pasar al otro lado.