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Vislumbres de espiritualidad cristiana

Soy una persona que ama profundamente el cine. Me encantan sus numerosas manifestaciones. Pienso que puede cumplir muchas funciones. Una ellas es inspirar en las personas una visión trascendente, que supere el normal funcionamiento material y mental que ocupa la mayor parte de nuestra existencia. Dadas las potencialidades del cine para crear realidades alternas, por llevar nuestra imaginación a todo tipo de universos paralelos (el terror, la ciencia ficción, el mundo del crimen, los terrenos de la depresión y de la angustia; los espacios de la locura y de la genialidad; el erotismo; la música; las emociones del deporte y de las aventuras extremas; el heroísmo, la valentía y la cobardía y el miedo; la alegría y el sufrimiento; el gris del cemento y el verde de los bosques y de los campos; los cielos del mar y de la esfera celeste; la compasión y el egoísmo) me parece que vale la pena que el cine se atreva a plantear los asuntos de la espiritualidad. Son fabulosos espacios de todas las posibilidades, espacios infinitos, sin límites, en los cuales el milagro es realidad esperada y patente.

El contemplar con mente abierta y con curiosidad generosa las ricas historias de la espiritualidad, nos puede llevar a mundos valiosos y preciosos. Ello tiene impactos especiales sobre nuestro sistema nervioso, estimulando una rica variedad de neurotransmisores y valiosas sustancias que nuestro cuerpo emite con fines especiales, con frecuencia relacionados con el bienestar y la sensación de gozo y felicidad. En general los neurotransmisores son usados por las neuronas del sistema nervioso como medios de comunicación entre ellas mismas y los tejidos relacionados, a través de contactos electroquímicos en las ramificaciones, dando lugar a una extensa red, en lo que se conoce como actividad sináptica. Cuando esta es repetitiva, se pueden generar efectos a largo plazo en las neuronas, incluyendo cambios estructurales y crecimientos. Así ocurre en los procesos de aprendizaje, el estudio y el repaso crea terminales que facilitan recuperar información cuando sea necesario.

La contemplación, la mirada apreciativa, induce experiencias y sensaciones que se identifican como trascendentales (belleza, iluminación, agradecimiento, solidaridad, confianza, fe, gozo, beatitud, bienaventuranza, felicidad, paz, aceptación, amor, cercanía, unidad, eternidad, salud, entre otras). Igualmente, tales sensaciones y experiencias generan estados de contemplación. El cine tiene la capacidad para generar sensaciones contemplativas. Si estas se relacionan con historias bien contadas y preciosas, se puede dar origen a aprendizajes neuronales, benéficos para la vida.

Dichas estas cosas, naturalmente discutibles y que deben ser objeto de experimentación, quiero referirme a tres películas de las denominadas del género cristiano, que son muy abundantes en el cine, bajo el estímulo de organizaciones que abiertamente tratan de inspirar a las personas, al compartir y crear estas producciones. He escogido tres muy distintas, para degustar un amplio espectro de sabores y experiencias.

BenéMe quiero referir en primer lugar a Bené (Luaran Lins, Brasil, 2022), una película basada en la historia real de Carlos Augusto, un convicto que luego de caer en el mundo del crimen y de la droga, desde su niñez desafortunada y vivir en él durante veinte años, llegando a ser el líder de una banda de ladrones, recibe su iluminación y despertar cristiano mientras está en la cárcel. En sus propias palabras conocemos el testimonio de alguien que ha sido atrapado por los mundos oscuros del egoísmo, de la maldad y abuso de los demás, y que ha visto, sorprendentemente, un mundo nuevo. ¿Y quién lo ha llevado a esas visiones novedosas, a esos cambios impactantes? Se podría decir, con escepticismo y cinismo burlón, que se volvió cristiano en apariencia, siguiéndole la corriente a los misioneros que visitan la cárcel, buscando arrepentimiento y conversiones. Pero también podemos aceptar que fue transformado por una presencia poderosa, que lo sacó de las tenebrosas oscuridades del egoísmo hacia el potencial de bondad infinita que logró asociar con la espiritualidad del mensaje cristiano, con la respuesta a un llamado, que lo ha convertido en un testigo tal, que es protagonista de esta película, absolutamente dura, porque casi toda se enfoca en la vida criminal y que apenas, al final, nos entrega los testimonios de perdón, amor y reconciliación.

Noche serenaAhora quiero hablar de otra película muy distinta. Noche Serena (Silent Night, Christian Vuissa, 2012). Es la historia de Joseph Mohr, un joven sacerdote que, por allá en 1818, fue asignado a una pequeña parroquia en Oberndorf, localidad austriaca cercana a Salzburgo. Es una región musical y el joven, que es también muy musical, ve posibilidades inmensas en acercar a la Iglesia a la gente común por medio del canto y del servicio desinteresado. Mohr organiza un coro parroquial, al cual invita a personas alejadas, más afines a la taberna que a la misa. Por distintas circunstancias, nada parece salir bien y la sensación de fracaso lo agobia. Pero siente un obsesivo deseo de celebrar la Navidad, componiendo con su amigo músico de la parroquia una canción navideña, para que la cante su coro, en medio del pesebre. Eso lo toma como un llamado, como una prueba de fe. Y de ello resulta la hermosa canción de navidad Noche de Paz ¿Cómo negar la fuerza poderosa de esta melodía, de sus versos sencillos y tiernos, que se han extendido por el mundo entero, sin que jamás sospecharan, el joven sacerdote y su compañero compositor, que estaban siendo instrumentos de una gran inspiración universal? La película, calladamente, sin hacer demasiadas insinuaciones, nos permite apreciar que la espiritualidad flotaba por allí en esa noche decembrina.

El hombre que fue al cieloY termino mi recorrido con una tercera película, esta muy representativa de un género de películas de la espiritualidad cristiana estadounidense, el de las personas que han sufrido estados de muerte cerebral, habiendo sido declaradas muertas clínicamente por un cierto tiempo. Y cuando nadie lo espera, excepto quizás algunos dolientes amigos o familiares que rezan por ellas, vuelven a la vida, milagrosamente. Al despertar, traen recuerdos extraordinarios, que, poco a poco, venciendo los miedos al ridículo, a la incredulidad de los demás y a la timidez, se atreven a compartir. Algunos de ellos, se vuelven famosos, a través de libros o de programas de radio y televisión. Otros son elocuentes y cuentan con habilidades para describir y compartir sus experiencias. En el caso que nos ocupa, El hombre que fue al cielo (The Man Who Went to Heaven, Jason Campbell, 2021), David, el protagonista, es una persona tímida y reservada, y viene experimentando extrañas visiones, pasado el tiempo de su caso mortal (resultante de un disparo que rozó su corazón durante un asalto). El médico que lo atendió ha escrito un libro que se convierte en éxito y en la ola de popularidad correspondiente, el protagonista se atreve a salir a la luz pública. Muy rápidamente se ve sometido a burlas y escarnios, pero se deja someter públicamente a un panel de pastores expertos, aunque él es una persona sencilla. Cuando más ensañados estaban en demeritar y negar sus vivencias, David recibe una luz interior y, utilizando palabras del Padre Nuestro, en forma elocuente y poderosa, se lanza con palabras que pudiéramos llamar de testimonio convincente de vida: “Necesitamos predicar sobre el cielo, necesitamos celebrar el cielo. No tienen ustedes que creer que yo fui al cielo, pero por favor, crean ustedes en el cielo para que se vuelva real para nosotros”. Termina la ocasión con esa espectacular canción “Amazing Grace”, que, escuchada de forma especial, siempre genera, en los oyentes atentos y apreciativos, vislumbres de espiritualidad.

 

Trailers:

The man who went to heaven

Bené

Noche serena

 

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