Críticas
Señales de amargura
Walk Up
Hong Sang-soo. Corea del Sur, 2022.
Nos ocupamos aquí de la última obra del director surcoreano Hong Sang-soo que hemos tenido oportunidad de visionar. Con una vasta y prolífica filmografía, el autor alcanzó reconocimiento internacional con el largometraje El poder de la provincia de Kangwon (Kangwon-do ui him, 1998). Con los años, se ha ido convirtiendo en exponente de cierto minimalismo asiático. Además, posee una tendencia innata hacia repeticiones y montajes en los que la estructura narrativa es revuelta y trastocada. La elipsis, la falta de linealidad, las rupturas temporales y los personajes entendidos como seres sociales se erigen en pilares de su legado. Una filmografía en la que se convierte, además de realizador, en productor, guionista, responsable de la banda sonora, de la fotografía o montador. Sus propuestas se transforman en piruetas acrobáticas en las que lo importante se sitúa en el cómo y no en el qué. Sus reflexiones acerca de la vida y la existencia alcanzan verdaderos tratados sobre historias cruzadas que ahondan en la posesión, el miedo, el fracaso, la infidelidad o los celos.
Con una mirada limpia y obteniendo una aparente invisibilidad en una puesta en escena muy trabajada, con Walk Up utiliza una fotografía de un blanco primoroso que otorga pureza y una falsa inocencia a las imágenes. La película se desarrolla casi en su totalidad en un edificio de varias plantas. Un director de cine acude al mismo con su hija para visitar a una amiga decoradora de interiores. La chiquilla quiere dedicarse a esa misma profesión y, al parecer, va a buscar asesoramiento. La comida, la bebida, los cigarrillos o la conversación en torno a una mesa continúa imponiéndose en las propuestas del coreano; también el amor por las bebidas alcohólicas, sustituidas en esta ocasión y de forma preferente por el vino y no por el soju habitual. Enredados en sus experimentos laberínticos, hay que estar atentos si hemos llegado o nos hemos ido. Pero también se puede adoptar la actitud de dejarse llevar por las bellísimas imágenes y los intensos momentos; nos referimos a aquellos en los que las almas, tras titubeos iniciales, terminan abriéndose para tapar verdades o transmitir mentiras.
Contamos apenas con cuatro personajes, quizás cinco. Y creemos que para Hong Sang-soo, como para muchos otros, el tiempo no ha transcurrido en vano. La amargura y tristeza se ha ido apoderando del coreano para mostrarnos con énfasis la decadencia física, el fracaso profesional, el egocentrismo y aquellos perfiles de hombres o mujeres que intentan no desaprovechar sus oportunidades a la búsqueda de lo que anhelan en cada instante. Todo, envuelto en las máximas de un cineasta que, como diría Santos Zunzunegui, resta en lugar de sumar; esto es, se siente confortable creando con pocos elementos: con historias concisas, con decorados reducidos a su esencia, con mesura en interpretaciones, con juego por el fuera de campo, con parquedad en la banda sonora… Mientras tanto, sabe plantearse las preguntas esenciales que regulan la imagen cinematográfica: dónde colocar la cámara, duración de planos, distancia, ángulos o sonido. No hablamos de otra cosa que de sensibilidad fílmica.
El realizador de Introduction (2021) nos enseña que los filmes registrados a contracorriente y sin causalidad aparente pueden ser unos instrumentos válidos en algunos dominios del conocimiento. No debe resultar insólito que los acontecimientos que se desarrollan en pantalla se inscriban en una lógica especial. Sang-soo experimenta con la variación del ritmo temporal para acercarse a lo bello, a lo cotidiano, a lo dramático… Al final, si lo pensamos bien, no está muy lejos de aquellos registros caseros en los que se inmortaliza al familiar, ya sea niño, bebé, adolescente o adulto sin orden ni concierto. Podemos pasar de la bicicleta al biberón o a la graduación sin pestañear. El tiempo cinematográfico se erige como variado y variable. Su mutabilidad hace que ningún pasado, que ningún presente, que ningún futuro, se alce como valor seguro. Cosa distinta es que el director haya facilitado a su público recomponer cronologías mediante conexiones; aquellas referentes a la evolución de los personajes en cuanto a su comportamiento o continuidades en atrezo, por ejemplo. Como espectadores, debemos disfrutar de esa oportunidad que nos otorga este arte y algunos de sus autores en liberarnos del ritmo constante de nuestros relojes-patrones.
Durante apenas 100 minutos, paseamos por las plantas de un mismo edificio, una decoradora y arrendadora va poco a poco enseñando las uñas, la intimidad parece que no exista y vemos perfilarse vidas propias vacías que precisan de las ajenas para justificar sus existencias. Y si nos ausentamos, volvemos, aunque sea tarde y el futuro transcurra antes de regresar al presente. Con una cámara muy fija, prescindiendo de sus habituales zooms, el director constata cómo esperanzas volaron, cómo se alejó el oro que casi tocamos y cómo el cuerpo se va desmoronando. La satisfacción culebrea sin dejar su esencia devoradora, la creatividad ya se rompió y solo queda aceptar el destino o agarrarse a clavos ardiendo como dioses o similares. Al tiempo que la escalera va acumulando mayor suciedad, se instala la amargura por las ocasiones perdidas. En esta ocasión, creemos que ninguna criatura de Sang-soo es exhibida con filtros. La opiniones ajenas halagan a pesar de su vacuidad, se obtienen premios desconocidos y únicamente cabe sostenerse en retrospectivas cuando no queda más salida que declararse fuera del sistema. Solo resta justificarse en aquellos productores (empresarios) que, maldita sea, se olvidan de buscar el arte para centrarse en el beneficio.
En Walk up, seguimos disfrutando de un cine sin prisas, contemplativo, no necesariamente en silencio y que derriba fronteras entre documental y ficción. Jacques Rancière señalaría que la ficción no sería la creación de un mundo imaginario opuesto al real sino “el trabajo que opera disensos, que cambia los modos de representación sensible y las formas de enunciación, al variar los marcos, las escalas o los ritmos, al construir relaciones nuevas entre la apariencia y la realidad, entre lo singular y lo común”. La tradición aristotélica de persecución del tiempo como causal, presente en el cine clásico, se dinamita en cineastas actuales como el coreano para metamorfosear el tiempo, que abandona su patronazgo sobre el movimiento para dejar paso a este último como perspectiva del tiempo (Gilles Deleuze). Disfrutamos con tomas largas que dilatan la extensión de planos, como una especie de reacción frente a la velocidad de la vida contemporánea y los acelerados montajes de las películas de Hollywood.
Los personajes de Sang-soo siguen existiendo en una estética del vacío a lo Rohmer, en la descolocación y frustración que el asiático ya exhibió en largometrajes como La puerta del retorno (Saenghwalui balgyeon, 2002) o Un cuento de cine (Geuk jang jeon, 2005). El primero, acerca de un actor en horas bajas y el segundo, sobre un director cinematográfico para el que rodar un filme resulta una verdadera quimera. Repetimos, para adorar a Sang-soo es suficiente con dejarse arrastrar con sus variaciones de estructura, con la naturalidad que transmite y con su estatismo expresivo. La experiencia resulta enriquecedora al tiempo que abrimos nuestros sentidos a nuevos campos de creación fílmica.
Tráiler:
Ficha técnica:
Walk Up , Corea del Sur, 2022.Dirección: Hong Sang-soo
Duración: 97 minutos
Guion: Hong Sang-soo
Producción: Finecut, Jeonwonsa Finecut, Productor: Hong Sang-so
Fotografía: Hong Sang-soo
Música: Hong Sang-soo
Reparto: Kwon Hae-hyo, Lee Hye-young, Song Seon-mi, Cho Yun-hee, Park Mi-so, Shin Seok-ho