Críticas
Insólito Nunca Jamás
Wendy
Benh Zeitlin. EUA, 2020.
Peter Pan, el niño que no quería crecer. Desde su lejano mundo de Nunca Jamás vivía libre, despreocupado, eterno, corriendo mil y una aventuras mientras esquivaba las trampas de la vida adulta. Fuego para la imaginación de varias generaciones y, desde luego, inspiración para no pocas películas, que el bueno de Pan ha protagonizado unas cuantas versiones de sus coloridas correrías.
A estas alturas, cabe preguntarse si es necesario otro viaje hacia la segunda estrella a la derecha y luego recto hasta el amanecer. Todas las metáforas, bastante evidentes, por otra parte, sobre la naturaleza del pizpireto chaval sin sombra, se han contado de decenas de maneras distintas. Siempre aparecerá algún director con ganas de reivindicar al niño interior, que se deje llevar por las posibilidades visuales del exótico mundo de Pan, plagado de pintorescos personajes.
Pues con esta reflexión en la cabeza afrontaba el enésimo encuentro con la mitología creada por J.M. Barrie, aunque con cierta esperanza en el resultado final. Porque el tipo al frente de esta revisión de esa historia que nos sabemos de memoria no es un director al uso. Benh Zeitlin es uno de esos directores con los que es imposible la indiferencia, que con la escasa filmografía que le precede ha mostrado identidad y mundo propio a niveles asombrosos, que ha firmado Bestias del sur salvaje (Beasts of the Southern Wild, 2012), bellísima e inverosímil historia de tintes fantásticos, pero rodada como una especie de espejo surrealista de nuestra propia realidad. Wendy es totalmente deudora de su anterior película en formas e intenciones, y remoza el relato original hasta transformarlo en parte de la etérea visión que ya es marca de la casa, entre el realismo casi herrumbroso y la ensoñación fantástica.
En Wendy encontraremos todas esas piezas del relato que despertarán la nostalgia del espectador, pero ofrecidas como algo nuevo, diferente, mucho más pequeño que los espectáculos a los que invitan los prodigios de Nunca Jamás. De hecho, empieza desde lo más bajo, a los pies de las vías del tren, entre gente humilde, sueños rotos, melancolía, sudor y decadencia. Realidad palpable y reconocible que desconcierta, pero pone las cartas sobre la mesa: Esto es lo de siempre, sí, pero nunca te lo habían contado así.
En lugar de efectos especiales y trucos digitales, Zeitlin apuesta fuerte por ese tono inicial y reduce al mínimo sin perder la magia o el sentido de la maravilla. Nuestra pandilla aventurera no vuela ni necesita polvo de hada, ni recorre los cielos de Londres. Se dirigen a lo desconocido en un afanoso viaje basado en la esperanza de dejar atrás una vida que se antoja insípida, que pueden ver reflejada en el rostro de sus padres, de los vecinos que se arrastran con sonrisas melancólicas por el día a día. La rutina, el guion de una vida que parece escrita de antemano, es el auténtico horror de la vida adulta contemplada como prisión, como el fin de toda esperanza.
En el particular Nunca Jamás de Zeitlin, descubren la libertad, la oportunidad de gritar, correr sin miedo, reflejado en los ojos llenos de brillo de este grupo de actores infantiles que disfruta cada minuto en pantalla, como si estuviesen viviendo la aventura en carne propia.
Por supuesto, aparece el drama. Los giros inevitables que llevan a esa reflexión tras los colores y la fantasía, el pilar que sustenta la moraleja de Peter Pan. La responsabilidad, la inevitabilidad del paso del tiempo.
Mientras tanto, con tan poco, Zeitlin deslumbra, hace suyo el relato, lo transforma y lo manipula con respeto reverencial por el personaje mítico de Pan. Nos da niños perdidos y piratas, claro, en otro inteligente retruécano sobre las intenciones de la película, e incluso se atreve con algo de descaro a dar pinceladas de Moby Dick al pasaje final de su adaptación. Hasta tenemos al Capitán Garfio, otra de la sorpresas que nos depara Wendy.
En todo caso, es única en su especie, como adaptación y como película con identidad propia, capaz de hipnotizar con el increíble talento visual de Zeitlin. Director capaz de bajar a la trinchera, cámara en mano, montaje enloquecido mediante, y completar el delirio con planos estudiados, calma, ritmo reposado y despliegue de luz; una luz natural, hermosa, deslumbrante.
Aunque hasta aquí me he despachado con las virtudes de la película, llega el momento de dar repaso a alguno de sus puntos flacos. Y es que la propuesta de Zeitlin, aunque apabullante, se encuentra en tierra de nadie. En cierto modo, parece quedarse a medias en todas sus intenciones. Hermosa factura, pero quizá sea demasiado parecida a su anterior película, lo que hace sospechar de la capacidad de su talento. Es libre y evocadora, pero muestra cierta frialdad en los momentos más emocionales, que restan al conjunto. Es visualmente atrevida, pero el estilo del director puede resultar confuso y contradictorio.
Por mi parte, no tengo dudas. He disfrutado mucho de esta reinvención del cuento. Con sus mínimos tropezones, me encanta la visión de lo pequeño que defiende Zeitlin, rotundo y fresco en su apuesta por dar rienda suelta a la imaginación sin olvidar que tiene los pies en la tierra.
El realizador demuestra que se puede volver a los clásicos, desmontarlos e insuflar nueva vida, devolverlos al espectador, relucientes y osados. Se agradece la renovación y el respeto absoluto que desprende la película. Tan solo espero que este particular director vuelva pronto tras la cámara, y que no pase tanto tiempo entre proyectos, porque algo me dice que dará mucho que hablar.
Tiempo al tiempo.
Tráiler:
Ficha técnica:
Wendy , EUA, 2020.Dirección: Benh Zeitlin
Duración: 112 minutos
Guion: Benh Zeitlin, Eliza Zeitlin
Producción: Cinereach, Department of Motion Pictures, Court 13 production
Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen
Música: Dan Romer
Reparto: Devin France, Gage Naquin, Gavin Naquin, Yashua Mack, Shay Walker, Tommie Lynn Milazzo, Lowell Landes, Ahmad Cage, Romyri Ross