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Wendy Carlos. Una vida tras otra
“Mi vida era un infierno”. La frase podría adjudicarse a cualquiera, pero viniendo de una personalidad ligada a la música, una de las artes más vitales y pasionales, impacta aún más a quien la recibe. La discriminación sexual es uno de los flagelos que asolaron desde siempre a la humanidad, y sus coletazos no han conocido límites en ninguna de las áreas de la sociedad, como tampoco las consecuencias psicológicas que afectaron a quienes sufrieron su incidencia y no lograron contrarrestarla.
No fue el caso de Wendy Carlos, que nació como Walter el 14 de noviembre de 1939, en Pawtucket, Rhode Island, Estados Unidos, en el seno de una familia de clase trabajadora y costumbres conservadoras, que no comprendió las inclinaciones femeninas que insinuaba su hijo, y tampoco se lo hizo fácil. “Cuando tenía cinco o seis años, recuerdo estar convencida de que era una niña, prefería llevar el pelo largo y ropa de chica y no entendía por qué mis padres me trataban como a un muchacho, por lo que decidí esconder mis sentimientos”, contó Wendy en una entrevista trascendental, ya en su madurez.
Era aquella una sociedad que no hablaba ni debatía públicamente esos temas. Walter, como tantos otros en su misma condición, se convirtió en un ser “inexistente”. Sin embargo, a fuerza de voluntad y coraje, desde muy pequeño, intentó sobrellevar el estigma, y encontró consuelo en el piano, que aprendió a tocar admirablemente con solo seis años, y a los diez, ya había compuesto una pieza para clarinete, acordeón y piano.
Viendo sus inicios y el pesado lastre de los prejuicios que tuvo que soportar, sorprende que haya llegado hasta donde llegó. Desde ese prisma, sus logros valen doble. Se graduó en Física y Música en la Universidad de Brown, Long Island, y se inscribió luego en la primera escuela de música electrónica de Estados Unidos, en Columbia-Princeton, donde obtiene un Master y estudia con Otto Luening y Vladimir Ussachevsky, pioneros de la vanguardia musical electrónica, y gran influencia en el trabajo posterior de Wendy. Sus virtudes no se limitaron al ámbito meramente artístico, sino que sus conocimientos en electrónica llevaron a Walter a destacarse en la faz tecnológica, y a los catorce años ganó el primer premio en una feria de ciencias, auspiciada por la firma Westinghouse, por construir un teclado con ordenador en su propia casa.
Sin resolver su conflicto interior, con el que de todas formas intentaba convivir, viajó a Nueva York a los veintidós años, y allí reside desde entonces. En Manhattan, conoció al ingeniero Robert Moog, emprendedor y fundador de su propia fábrica de sintetizadores, quien inmediatamente percibió las habilidades técnicas y musicales del joven artista, y lo convirtió en su asesor en ambos aspectos. Su colaboración en el diseño del primer sintetizador analógico comercial del mundo debutaría en el Festival Internacional del Pop de Monterrey. Con ese instrumento, en 1968, mostraría su talento de arreglador en su primer álbum, Switched-On Bach, ensamblando fragmentos de piezas del celebérrimo compositor germano del barroco, en lo que fue el primer intento de sustituir una orquesta completa con un sintetizador. Con gran creatividad y brillantez, exprimió las posibilidades sonoras de la serie 900 de Moog que había ayudado a diseñar, y fue uno de los primeros del género catalogado como música clásica en vender un millón de copias. El álbum obtuvo el disco de platino, ganó tres premios Grammy, y Walter Carlos se convirtió en una celebridad.
Pese a todo, no encontraba la paz ni estaba satisfecho con su presente. Había llegado al centro neurálgico de las artes, a la vidriera mejor expuesta de la tierra, pero no terminaba de definir su estilo, no se sentía a gusto con ser un mero adaptador de piezas clásicas, y su interpretación del repertorio de Bach no lo había convencido del todo. Quizás fuera la perfección lo que buscaba. Tal vez, la sorda lucha interior que desperezaba su personalidad dual le impedía disfrutar de sus logros. ¿Sería la germinal Wendy la que pujaba por salir a escena? ¿O acaso Walter se ruborizaba sintiendo que el mérito era exclusividad de su lado femenino, y no quería robarle el crédito? ¿Era eso, o simplemente se creía más un compositor que un intérprete que no encajaba en el ambiente de la música culta? “A principios de los sesenta era muy difícil conseguir que la gente escuchase, ni hablemos de tomarse en serio, cualquier música que fuese producida de forma electrónica (…) El público general la consideraba vanguardista, pero en el peor sentido de la palabra, absolutamente sin ningún valor positivo o interés comercial”, sostuvo Carlos cuando le consultaron sobre su trabajo. “En realidad, casi toda la música hecha con medios electrónicos entonces eran composiciones originales de música contemporánea. Era la disonancia, la dodecafonía, lo aleatorio, la elusión de la melodía o armonía y otros rasgos distintivos de la música moderna lo que hicieron de esta experiencia algo tan hostil y extraño para tantas personas. La música electrónica, hecha con las mismas características, no era ciertamente mejor, pero tampoco peor. Sin embargo, el medio electrónico estaba ya maldito», explicaba en la reedición de aquel álbum.
La originalidad de Carlos residía, justamente, en haber combinado tecnología y arte, lo moderno y lo clásico, con extrema naturalidad, la misma con la que hombre y mujer se descubren y se rinden a sus sentimientos. Como una transformación latente, que no terminaba de producirse.
Sus siguientes álbumes, The Well-Tempered Synthesizer (1969) y Sonic Seasonings (1972) lo encontraron formando equipo con Rachel Elkind (productora, cantante retirada y secretaria de Goddard Lieberson, capitoste de Columbia Records), con quien se le adjudicó una relación sentimental que no se molestó en desmentir, mudándose a su casa en el West Side. Rachel transformó un piso entero en el más sofisticado laboratorio de música electrónica del país, donde Carlos podía trabajar sin moverse del hogar, mientras Columbia firmaba con ambos un exclusivo contrato para grabar lo que sería su siguiente éxito: Walter Carlos by Request, en el que su música electrónica sintetizada llegaría a temas de Lennon & McCartney, Tchaickovsky y Bacharach.
En 1971, Elkind, enterada de que Stanley Kubrick trabajaba en la adaptación al cine de la controvertida y bizarra novela de Anthony Burguess, La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange), en la que la música tenía central importancia, le propuso que considerara al “sintetizador” como forma novedosa y audaz para musicalizar la película. Kubrick pretendía respetar la impronta musical de la novela y llevarla a niveles aún más arriesgados. Aceptó el desafío, contrató a Carlos, y le transmitió su obsesión que, insólitamente, se transformaría en un control enfermizo sobre cada nota de la partitura, y un nuevo infierno para Walter Carlos. Entre otras cosas, Kubrick le exigió una versión acelerada del final de la obertura de Guillermo Tell, de Rossini, para la escena del trío sexual, y descartó varias composiciones originales que Walter había escrito. Este, lejos de tirarlas a la basura, las compiló en un álbum que lanzó tres meses después del estreno de la película, como su versión personal de la banda sonora.
Pionero ya de la música electrónica, le imprimió al film el tono futurista que necesitaba. El Funeral de la Reina Mary, de Purcell, se popularizó en los setenta como el tema principal de la película, y la Marcha de La Naranja Mecánica, basada en la Novena Sinfonía de Beethoven, fue la primera canción en la historia con voces grabadas con vocoder, sintetizador de voz que más tarde utilizaron grupos como Kraftwerk y Daft Punk.
Walter había llegado a la cima, y al mismo tiempo su vida comenzó a dar un giro a partir de su decisión de aceptar su naturaleza e iniciar su transformación en Wendy. Su existencia transcurría entre excusas para mantener su tratamiento hormonal en absoluto secreto. Solo algunos íntimos lo sabían, y para evitar que otros lo advirtieran llegó a aplicarse patillas falsas, peluca y pintarse vello facial para mantener la apariencia de varón. “Una monstruosa pérdida de tiempo”. Así se refería Wendy a sus años vividos como Walter, al tiempo que se realizaba la intervención quirúrgica de cambio de sexo en 1972, y se lanzaba a mostrarse al mundo tal como era: una mujer. Tantos sentimientos retenidos la llevaron a liberarse y a contar su verdad, como una forma de renacimiento, una catarsis que se debía como ser humano, una especie de “vendetta” personal y autorreferencial, que la vida misma le pedía a gritos.
Decidida a hablar, concedió una entrevista a la revista Playboy, convencida de que ese medio interpretaría su presente y alejaría su pasado. “La revista siempre ha estado preocupada por la liberación y yo estoy ansiosa por liberarme”. “Tenía mucho miedo, estaba aterrorizada, no sabía qué efectos podría traer esta decisión, y tenía miedo por mis amigos, que se pudieran convertir en blanco de agresiones de gente prejuiciosa, que viera lo que yo había hecho como algo inmoral, demoníaco en términos médicos, enfermizo, un asalto al cuerpo humano. Y a nivel personal, temí que el ambiente de la música ya no me tomara en serio y me rechazara. Pero estaba tan cansada de ocultar mi verdadero ser, que me decidí a dejar de yacer disminuida frente al público, y evitarles a mis amigos el tener que seguir mintiendo y disimulando por mí”. En la entrevista, entre otras confesiones, contó que sus padres, avisados de su cirugía, no entendían ni digerían la situación y seguían llamándolo Walter, pese a no haber mantenido comunicación habitual durante prácticamente diez años.
Para Wendy Carlos, “transexual” es una persona nacida con características físicas de un género que se identifica con el género opuesto, y completa esa identificación mediante la operación de cambio de sexo. La palabra “transgénero” la define mejor que transexual, ya que la sexualidad per se, es solo un factor en el espectro de sentimientos. Encuentra una diferencia esencial entre personalidad “gay”, como opción de preferencia sexual (hetero, bi, u homo), y transexualidad, que es una identificación de género. Nimios eran para Wendy los miedos infantiles a la oscuridad, al monstruo del closet, al hombre de la bolsa o a la figura icónica del payaso. Sus terrores eran más reales: que sus padres dejaran de quererla si se comportaba como la mujer que ella sentía que era. Se paralizaba de terror de solo pensar que, si comprendían su condición, pudieran rechazarla. Las confesiones que Wendy brindó valientemente a Playboy, merecían una devolución de similar nobleza. Pero no fue así.
Ante el tratamiento frívolo que le dispensaron, pasó de la desilusión a la furia, arrepentimiento, tristeza y decepción. Sin embargo, lo que a otro le hubiera causado una profunda depresión, en Wendy sirvió para fortalecer aún más su voluntad. Siguió componiendo, perfeccionando las posibilidades artísticas de la música electrónica, con nuevos álbumes como Switched-on Brandenburgs, Digital Moonscapes y Beauty in the Beast, donde experimenta con escalas provenientes del Tíbet, la Polinesia y la India, combinadas con escalas cromáticas inventadas por ella misma, y ejecutadas en dos teclados simultáneamente. Con Kubrick volvió a trabajar en la banda sonora de El Resplandor (The Shinning), y también recaló en Disney con su score para la famosa cinta futurista Tron, la primera en usar imágenes generadas por ordenador.
Pero más allá de sus logros artísticos y de su impronta de pionera de la música electrónica, fue su testimonio personal, su coraje y su honestidad lo que la diferenció de los demás compositores de su tiempo. Aunque descree de su influencia, sembró una semilla de estímulo para otros seres que, como ella, pugnaban por vencer sus miedos y espantar sus propios fantasmas. “El público resultó ser increíblemente tolerante o, si lo prefiere, indiferente…”, dijo en la traumática entrevista de Playboy, sobre la tibia repercusión generada por su confesada condición de transexual.
Wendy Carlos tiene ahora 79 años y vive en Nueva York. Sigue tocando sus teclados en el mismo estudio de siempre, en la misma habitación renovada. Y lo más importante: sigue siendo una mujer.
Había escuchado bastante sobre Wendy Carlos, éste artículo me parece definitivo para conocer cabalmente su historia. Felicitaciones.
Gracias Guillermo. Es muy interesante la investigación de personalidades no muy conocidas, y no hay muchos medios que te insten a hacerlo. Este es uno de ellos. Me alegro mucho de que nos leas. Gracias de nuevo.
muchas gracias por este articulo, soy estudiante de música y estoy haciendo una investigación sobre ella y fue de mucha ayuda ya que hay muy poca información por internet y de ella en general y no se diga su música
nuevamente gracias y felicitaciones me gusto mucho tu comentario final.
saludos desde México se que son tiempos difíciles por allá, un abrazo fraterno.
Gracias a ti, Rodrigo, por tus palabras y me alegro muchísimo de que el artículo te haya sido de utilidad. Me dices que estudias música, así que aprovecho, por si no lo viste, que Aula Crítica ha lanzado un Curso de Apreciación de la Música de Cine e Introducción a su Historia, que tengo el honor de dictar, que quizás podría ser de tu interés. Podrás encontrar el link con la información del curso en el Home de esta web, y también en el propio artículo de Wendy Carlos, arriba a la derecha. El curso comienza el próximo lunes 30 de marzo, así que si fuera de tu interés, estarías justo a tiempo para anotarte. Nuevamente gracias por tu comentario, siempre es estimulante cuando alguien valora tu trabajo. Espero que estés muy bien en tu hermoso México, que he tenido la fortuna de conocer, y que esta crisis no te afecte en nada. Un abrazo enorme desde Barcelona. PD: si te gusta la música de cine, también te invito a consultar mi página web, TheMovieScores.com, dedicada a esa materia en especial, en la que trato de transmitir mi pasión por las bandas sonoras. Nuevamente saludos, quedamos en contacto.