Críticas

De la avidez humana

Eo

Jerzy Skolimowski. Polonia, 2022.

EoCartelJerzy Skolimowski es un director polaco de larga trayectoria. Desde sus inicios en 1960 ha dirigido una veintena de largometrajes, entre los que se encuentran El grito (The Shout, 1978), Trabajo clandestino (Moolighting, 1982) o Essential Killing (2010). Con 84 años, todavía no se ha cansado de experimentar y en esta ocasión, nos ofrece una singular película de carretera protagonizada por un burro. Se trata de un homenaje a la obra Al azar, Baltasar (Au hasard Balthazar, 1966), del maestro francés Robert Bresson. Y si bien este último utiliza al animal para hilvanar la historia tanto del mismo como de ciertos personajes que le rodean, con Eo, Skolimowski coloca su cámara desde el punto de vista subjetivo del asno. Su nombre, el del título, corresponde a la onomatopeya del rebuzno de estos equinos. La dirección y el guion tratan de huir de la narrativa convencional de introducción, nudo y desenlace, y de la forma tradicional de narrar historias. 

Sí, el protagonista es el asno. Está interpretado por seis equinos que se intercambiaban y que hubo que tratar con mucha delicadeza, suavidad y abundancia de zanahorias. Según el realizador polaco, le ha resultado mucho más placentero trabajar con estos que con  profesionales. Según opina, los actores y actrices tienden a hacer ardua su dirección con preguntas de todo tipo, opiniones e innovaciones propias y deben ser alejados de la artificiosidad. Un claro guiño al maestro Bresson, que con su Baltasar huyó de un asno amaestrado y siempre prefirió en sus filmes intérpretes no profesionales por su ausencia de dramatismo y exageración, tanto en gestos como en voces. Parafraseando a Montaigne y al autor de Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veut, 1956), “Todo movimiento nos descubre pero solo si es automático y no controlado o deliberado”. Se trata de penetrar en el fondo de los seres, de llegar a ese corazón del corazón del que hablaba Proust.

Eo vive en un circo. En él es feliz interpretando números con la joven que lo amaestra, alimenta, cuida y quiere. Pero un día, llegan animalistas y el departamento de quiebras del Ayuntamiento (no queda claro si a la vez), y liberan/requisan a los animales. Así, se inicia el road movie mencionado por tierras de Polonia e Italia. Cualquier ser vivo siente, quiere, padece, sufre… Todos ellos, humanos o no, entienden de supervivencia y amor . Skolimowski ha partido con esta película desde su amor a los seres sin voz, intentando otorgarles esa característica de la que carecen. La expresión oral es sustituida por la mirada desconcertada y llorosa de Eo, que se abate entre su inocencia e incomprensión de maldades humanas. Esa imagen resulta poderosa cuando la cámara se sitúa en el lugar en el que siempre debería estar, a la altura de los ojos del asno. 

Una de las especiales características de este largometraje se encuentra en la ausencia de muchos diálogos, al ser protagonizado por un semoviente. Así, el director aprovecha ese silencio para rellenarlo con una música orquestal, una melodía sinfónica ejecutada por unos setenta y cinco instrumentistas. El sonido nos envuelve con las extrañezas y alborotos que Eo se va topando en su recorrido, mientras se solapa con su monólogo interior. El mecanismo transporta al espectador a un universo hipnótico de colores explosivos, bruscos movimientos de cámara y barroquismo visual. Muy alejado de la forma fílmica de Bresson, siempre caracterizado por su búsqueda del ascetismo mediante la estilización de lo cotidiano. Y si raramente este último cambia los ángulos de la cámara, el autor polaco no duda en agitar las imágenes, modificar lentes o intentar alcanzar un clima apocalíptico. Además, el carácter fuertemente lineal de Bresson choca con las continuas escenas retrospectivas de Skolimowski en las que Eo rememora la felicidad que le embargaba junto a la joven en el circo.

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En Eo viajamos entre hinchas violentos, emigrantes o camioneros descerebrados. Y lo hacemos desde campos de fútbol, cuadras de caballos pura sangre o criaderos de zorros para pieles. Desde el realismo al expresionismo, desde el verismo hasta el cromatismo más audaz y abstracto. Mientras tanto, la parodia y la denuncia se asoman con un constante ritmo visual. Entre sueños, palizas y diferencia de clases sociales, también entre equinos, nos deslizamos por una película de aspiración modesta y que da la sensación de que se queda en tierras de nadie, zozobrando entre clásicos de Walt Disney como Bambi, de David Hand (1942), Mi mula Francis, de Arthur Lubin (Francis-Francis the Talking Mule-, 1950) o Platero y yo, de Alfredo Castellón (1965). Atravesamos con Eo circos, mataderos, ferias, espectáculos con animales… ¡Qué lugares! Pero, lamentándonos de que sigan existiendo, pero conscientes de que sin la asistencia del público no sería posible, nos indignamos cada vez que son subvencionados públicamente con nuestros impuestos.

Merece capítulo aparte la patética aparición de Isabelle Huppert con un papel de condesa a lo Cruella de Vil. Y les aconsejamos que no se pregunten continuamente cómo nuestro protagonista se desplaza de un sitio a otro, a pesar de cadenas y otros impedimentos; y que también pasen por alto las escenas en las que el punto de vista del burro se difumina. Les sugerimos que centren su atención en la estupidez humana; en ese combate de hombres y mujeres porque una pelota caiga aquí en lugar de allí, en la constante explotación de animales como juguetes de usar y tirar, en la escucha de ruidos atronadores a los que llamamos música… Junto a la dignidad y al respeto que merecen nuestros compañeros de planeta, nos acordamos de una de las mejores comedias de la historia del cine, El guateque (The Party, 1968), de Blake Edwards. En ella, el personaje de origen hindú que interpreta Peter Sellers, asustado ante la falta de respeto hacia un elefante utilizado como pared de grafiti, dirige a la masa hacia un rito de purificación bajo las aguas. 

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Entre rebuznos, zanahorias y demasiada tristeza quedan en el aire muchos interrogantes: ¿Es mejor la libertad no reclamada o permanecer bajo la protección de alguien que te cuida y aprecia? ¿Por qué establecemos clases entre todos los seres, ya sea por economía, belleza, talento o beneficio? ¿Cómo se soporta la humillación y el dolor en seres vivos que no entienden, que jamás abandonan su inocencia, que padecen con estupefacción nuestro egocentrismo? El planeta parece que no lleva idea de reproducirse y por tanto, debe ser compartido por unos y por otros, por todos los seres vivos y con respeto máximo a la naturaleza.  La película de Skolimowski se erige en un valiente y experimental documento necesario para insistir en la acusación de la conducta mezquina y codiciosa que sigue dirigiendo la mayoría de nuestros movimientos.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Eo ,  Polonia, 2022.

Dirección: Jerzy Skolimowski
Duración: 86 minutos
Guion: Jerzy Skolimowski, Eva Piaskowska
Producción: Coproducción Polonia-Italia; Skopia Film, Alia Film. Productor: Jerzy Skolimowski
Fotografía: Michal Dymek
Música: Pawel Mykietyn
Reparto: Sandra Drzymalska, Lorenzo Zurzolo, Mateusz Kosciukiewicz, Isabelle Huppert, Tomasz Organek, Saverio Fabbri, Lolita Chammah

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