Críticas

Registrando lo profundo

Al azar, Baltasar

Au hasard Balthazar. Robert Bresson. Francia, 1966.

Alazar,BaltasarCartelRobert Bresson intentó, a lo largo de toda su filmografía, que sus espectadores miraran viendo y escucharan oyendo. Con un estilo trascendental, trata de resaltar el misterio de la existencia, huyendo de cualquier interpretación convencional de la realidad. Su mirada ascética pretende expresarse mediante la forma, dejando al contenido en mero vehículo del desarrollo de  la “superficie” de la obra, como denominaba Leonardo da Vinci a lo que consideraba lo primordial. Esa atención lleva al cineasta a una aproximación cuasidocumental de la realidad configurada con sonidos naturales, imágenes estáticas, rodaje en exteriores o rostros inexpresivos. Se trata, en definitiva, en palabras de Paul Schrader, de “desnudar la acción de su significación”. Consiste en perseguir el interior filtrando música o ángulos de cámara con una planificación austera que mira al entorno para atrapar pasiones espirituales.

Al azar, Baltasar se rodó en 1966. Es la historia de un burro desde su infancia hasta su muerte. Una larga trayectoria que se cruza por diferentes grupos de personas que representan los vicios de la humanidad. La elección de un jumento no es circunstancial y viene apoyado por sus constantes referencias bíblicas. El mismo nombre elegido, el de Baltasar, alude a uno de los Reyes Magos y entre los animales de la creación el borrico ocupa un lugar primordial tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Igualmente, se encuentra representado en muchas iglesias y catedrales. Además, en contra de lo que se cree, es muy inteligente y dócil. Así mismo, es avispado, resuelto y cuenta con una gran memoria para recordar lugares, rutas y vínculos fuertes con humanos. Cauto, pasa por terco cuando se niegan a realizar lo que no desea. Pero no estamos solo ante la historia del burro sino también  la de Marie, la persona que más le quiere y más atenciones le dispensa. Al mismo tiempo, recorremos la vida de la chica, desde su infancia, hasta que alcanza la edad adulta. Uno y otra no podrán evitar los golpes del destino, ese azar que se une a la predeterminación, los dos elementos de los que está hecha nuestra existencia según el jansenismo, el movimiento apadrinado por el realizador francés.

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La obra se circunscribe a unos cuantos personajes que permanecen, salen o entran de una zona rural donde Marie crece junto a sus padres, con un progenitor maestro de escuela reconvertido. Mientras tanto, el burro va pasando por distintos “amos” y “amas”, desde aquellos que le miman y valoran hasta los más viles, aquellos otros que le golpean, le hacen trabajar hasta la extenuación o le exprimen reventándolo. Baltasar, como el asno de Eo, de Jerzy Skolimowski (2022) o el equino protagonista de El caballo de Turín, de Béla Tarr y Ágnes Hranitzky (A Torinói ló -The Turin Horse-, 2011), al igual que cualquier otro animal, siente, padece, tiene hambre, sed, dolor, melancolía, angustia o miedo. E igualmente es capaz de detectar peligros evidentes por su repetición, no porque los comprenda. ¿Cómo entender el “fenómeno” por el que pasa un hombre desde el sosiego a la extrema violencia por la ingesta de bebidas alcohólicas? Bresson no intenta buscar imágenes bellas sino necesarias. Y en su montaje consigue dotarlas de pleno significado a través de un corte regular y exento de ostentación.

El director no cae en el peligro de convertir Al azar, Baltasar en una película de episodios. Precisamente, para evitarlo, añade personajes que aparecen y desaparecen, intentando establecer cierto paralelismo entre sus trayectorias y la del semoviente protagonista. Así, contamos con la ya citada Marie o su padre, con un vagabundo, llamado Arnold, que aporta momentos que nos llevan hasta el mismo Jesucristo, con Jacques, compañero de vacaciones procedente de París o con Gerard, un canalla capaz de violentar a cualquier o cualquiera que se le ponga por delante. Todos los humanos están representados por actores no profesionales con los que se consigue recrear la vida en actuaciones que ahondan en regularidad y mecanismo rítmico. De tal modo, se plasma la existencia desde el interior de cada uno, hasta alcanzar la emoción. Siempre, huyendo de lo espectacular, del artificio o de lo impostado para procurar el roce de la complejidad del hombre.

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Bresson también se ha erigido como un maestro de la elipsis y Al azar, Baltasar es buena muestra. El realizador es capaz de registrar un accidente de coches con dos vehículos implicados, mostrando únicamente uno de ellos; basta exhibir el abandono para sugerir el paso del tiempo; una frase recitada en off procedente de una carta sobrecoge con todo el pesar que no hace falta mostrar; el inicio del fin de la resistencia es suficiente para incitar a la posterior entrega; la imagen de alguien desnudo y humillado se alza de manera autónoma sin que precise exhibirse en imágenes lo acontecido… El autor maneja con habilidad la técnica de sugerir sin ostentaciones, dejando amplio margen para que el pensamiento del espectador se ponga en marcha. Incluso los caracteres de los personajes son aprehendidos con mínimas pinceladas. El avaricioso, el estafador, el vagabundo, el inocente o el orgulloso son perfectamente reconocibles de inmediato dentro de todos sus rasgos universales.  

Y terminamos hablando del sonido, aquel que muchas veces es manipulado por el temor de que el público se aburra, como acertadamente declaraba Bresson. ¿Tenemos miedo al silencio? El oído es mucho más creador que el ojo, menos perezoso y sus evocaciones son inmensas. El sonido natural de la naturaleza como el rugir del viento o el golpeteo de la lluvia, el murmullo del agua de una fuente, así como los producidos por la acción de los seres vivos como el restallido de una vara, el cierre de una puerta, el traqueteo de un trote desangelado o el timbre del claxon son elementos que aportan su realidad sonora completando la esfera de lo visual. Además, la música es utilizada por el realizador francés en su filmografía diegéticamente, excepto en aquellos momentos finales serenos, acompañados en Al azar, Baltazar con una espectacular sonata de Schubert. Pero, en esta ocasión, seguimos a un animal cuyo lenguaje verbal es parco y, excepcionalmente, se inserta música extradiegética en otros instantes puntuales. 

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Si en la reciente película Eo de Skolimowski se adoptaba el punto de vista subjetivo del burro, Bresson no pretende que su animal sea el ojo que todo lo ve y no vislumbramos únicamente través del mismo. El protagonismo lo adquiere concatenando su trayectoria con otros grupos humanos intercohesionados. El cine, con el maestro francés, se sacude los prejuicios del objetivo final de divertimento para convertirse en un arte de profundización y descubrimiento de la naturaleza, del hombre y de los seres vivos que compartimos el mismo territorio. 

Tráiler:

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Ficha técnica:

Al azar, Baltasar (Au hasard Balthazar),  Francia, 1966.

Dirección: Robert Bresson
Duración: 95 minutos
Guion: Robert Bresson
Producción: Coproducción Francia-Suecia; Argos Films, Parc Film, Svensk Filmindustri (SF)
Fotografía: Ghislain Cloquet
Música: Jean Wiener
Reparto: Anne Wiazemsky, Walter Green, François Lefarge, Pierre Klossowski, Philippe Asselin, Nathalie Joyaut, Jean-Claude Guilbert, Guy Renault

Una respuesta a «Al azar, Baltasar»

  1. Aquellos buenos viejos tiempos del cine club y nos envolviamos en la capsula de autores cinematograficos y soñar que el mundo era otro. Del arte.

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