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Cine postapocalíptico: bichos, niños y distopías

En nuestro anterior artículo, “Cine postapocalíptico I: Aproximación al género”, establecimos el marco conceptual al que se remitirían todas las películas en esta segunda parte, destinada al corpus fílmico recogido. De un lado, observamos la estrecha relación que existe entre Literatura de Ciencia Ficción y el Cine del mismo género, en tanto se observa que, generalmente, detrás de una gran película de este género se sitúa un guion basado en una gran novela. Se advierte, pues, el rico espacio comparatista que se establece entre ambos artes. Ahora bien, dentro de la disparidad temática relacionada con el Cine postapocalíptico, dejamos fuera todas aquellas películas que no se ocupen explícitamente de la vida tras un apocalipsis ya acontecido, es decir, no en el antes o el durante de la devastación del planeta, no en la causa, sino en el espacio temático del después: cuando en un planeta más o menos desolado, arruinado y empobrecido de cuanto abastecía al ser humano, se ubican unos personajes que luchan por su supervivencia en condiciones extremas y en unos escenarios arrasados.

De otro lado, incidimos en nuestra preferencia, más que por la proyección social colectiva y distópica que poseen algunos filmes, por la doble lucha del ser humano que, o bien se decanta por preservar su humanidad a costa incluso de su vida, o bien se rinde a la animalidad de nuestra especie, que le dicta comer y sobrevivir un día más a toda costa. Esta lucha interior, esta doble elección, esta revisión de valores y creencias que impulsa a cada individuo nos interesa más que el estudio de sociedades distópicas futuristas. En cualquier caso, se han referido, siquiera de pasada, también las más destacadas obras de esta elección temática.

En este espacio fílmico que, según vimos, se inicia en los años 30 del pasado siglo, hemos hallado cardinalmente cuatro agrupaciones heterogéneas que se reiteran y donde encontramos valiosas películas postapocalípticas: a) filmes en donde salvar la infancia individual o colectiva es el motivo impulsor de los protagonistas; b) películas postapocalípticas distópicas; c) otras en donde huir de bichos alienantes sea la razón de la supervivencia −entiéndase el hiperónimo como un genérico humorístico que desde el título señala virus, bacterias, simios, personas cosificadas como zombis o vampiros, animales alienígenas, etc., y d) un subgrupo muy diverso no siempre predeterminado temáticamente por la causa del apocalipsis.

A) En el primer grupo, la infancia era el bien rescatable más valioso, se trata de filmes que adquieren un especial valor humano que les reporta calidad, pero son películas de género, de bajo o medio arte, raramente obras de autor, de gran arte. Sin embargo, Hijos de los hombres (2006) de Alfonso Cuarón es una excepción muy premiada, lo comercial se adentra aquí en el arte. Basada en la novela Children of Men (1992) de la escritora P. D. James, la historia sigue a Theo, un excelente Clive Owen como un antiguo activista desengañado contratado por Julian –siempre excelente, Julianne Moore– para que proteja a la última mujer embarazada en un mundo desolado porque ya no nacen niños. Cuenta con el gran Michael Caine. Un viaje épico el de Theo a través del mundo acabado, desamparado, con una humanidad que bordea la extinción. Un recital de planos secuencia nos introduce en los escenarios otorgándoles un abrasador e impactante realismo, la verosimilitud abruma al espectador, que sale –salía– con un extraño regusto del cine. La importancia de los niños, de la vida, de la humanidad, en suma, como principal interés de fondo. El apocalipsis redime a Theo, lo reconecta con los valores de los que había renegado, potencia su humanidad y nos recuerda la nuestra. Un viaje épico el suyo, redentor y vitalista, que obtuvo excelentes y merecidas críticas.

Hijos de los hombres

De este subgrupo, acentuamos por su calidad La Carretera (2009) de John Hillcoat, basada en la novela de Cormac McCarthy de 2006 ya comentada. Deslumbrante Viggo Mortensen, el niño Kodi Smit-McPhee, y cuenta también con la aparición de Charlize Theron, Robert Duvall, Guy Pearce. Javier Aguirresarobe contribuye con su poderosa fotografía a esta obra, las interpretaciones son igualmente memorables. Un hombre intenta llevar a la costa a su hijo, el mundo está arrasado por causas que todos desconocen, entregado a una humanidad embrutecida que se sustenta mediante el canibalismo.

El limpiadorEl limpiador (2012) es una película peruana con guion y dirección de Adrián Saba, la cual ha recibido menciones y premios, y que no siempre ha sido bien entendida. Se trata de una tierna historia en una Lima sucia diezmada por una misteriosa enfermedad que ha acabado con media población. Eusebio es un señor silencioso y taciturno que vive solo, limpia y desinfecta las casas de los fallecidos por esta pandemia. Halla a un niño y debe hacerse cargo de él. La lentitud, su ensimismamiento, la estética feísta de la pobreza, del realismo sucio de la representación, de los pisos viejos, de su hogar desvencijado y sus bocadillos humildes no hacen concesiones comerciales al espectador ávido de acción y explicaciones chispeantes. Pero hay mínimos matices que cambian según él se acerca al niño, lo cuida, empatiza con su miedo y le da seguridad. Entonces la estética se abre a unas flores blancas que Eusebio lleva a su anciano padre, se revela junto al observatorio astronómico de arquitectura más atractiva que las sucias calles limeñas, la vemos en el mar que muestra al niño, en el campo de fútbol vacío en el que “ven un partido imaginario”. A Eusebio no le quedan fuerzas, no es vital, es gris y triste, pero saca fuerzas para ayudar a este niño. De nuevo el final de la humanidad hace rebrotar lo más hermoso de la humanidad misma, siquiera en estos dos personajes angustiados que se encuentran y se acompañan. Y no hay más: ser nobles y compasivos cuando el mundo se abandona a la mera supervivencia estéril y egoísta. Lo que es mucho.

Bird Box (2018), de la danesa Susanne Bier, posee un guion de Eric Heisserer sobre la novela de Josh Malerman. Cinco años después de que la humanidad se lanzase al suicidio colectivo por razones desconocidas, una madre sobrevive en una barcaza río abajo con sus dos niños. De nuevo la lucha por la infancia, por el futuro de la humanidad. Aunque no está nada mal, no es la mejor película de quien realizara obras de la importancia de En un mundo mejor (2010), que le valió un Oscar, o la película Dogma, emotiva, siniestra y oscura, Después de la boda (2006). Y desde luego sorprende que dirigiese bodrios histriónicos como la miniserie The Undoing (2020), con una cada vez peor Nicole Kidman, cuya herramienta principal actoral, el rostro, gana rigidez y pierde capacidad expresiva año tras año a causa de ciertas elecciones estéticas. Hugh Grant nunca fue un gran actor, tampoco ha mejorado.

Mejor sin duda Un lugar tranquilo (2018) y su secuela, Emily Blunt será la madre que intente salvar a sus hijos de las criaturas ciegas y voraces que ahora pueblan el planeta. Otra muestra más regular la constituye Light of My Life (2019), con dirección y guion de Casey Affleck. Un trabajo que, desde el casi copiado cartel, recuerda demasiado a La carretera. Aquí padre e hijita, pero también incidiendo en los valores educativos de una moral humana que debe preservarse a pesar del horror del presente. Sergi Sánchez afirmó acertadamente, en La Razón, que el papel parece diseñado para un autolavado de imagen por parte de Casey Affleck, quien hubo de disculparse por dos casos de acoso sexual que él mismo admitió y por los que sufrió denuncias. En el actual filme, las mujeres han sido borradas del planeta por una pandemia y él, claro está, defiende a su hijita de los violadores. Una redención nada casual.

Un lugar tranquilo

Recientemente, la serie The Last of Us (2023) ha sido, en nuestra opinión, muy sobrevalorada. Tras un apocalipsis ocasionado por extraños hongos mutantes que convierten en atacantes muy vegetales a las personas, otro señor se hace cargo de una adolescente desagradable y con muy malas pulgas, con la que habrá de cruzar medio país. La serie está basada en un videojuego y no aporta nada nuevo, nada de la extrema supervivencia on the road que no hayamos visto en The Walking Dead (2010-2023). Otra película de salvación de infancia postapocalíptica sería el exasperante refrito de referentes y motivos ya exprimidos: The Creator (2023), mucha escenografía y efectos especiales que no disimulan la tan pobre narrativa de personajes planos.

B) El segundo subgrupo, de cine situado después del apocalipsis del planeta en una sociedad distópica, resulta inabarcable y se aleja de nuestro interés. Se trata de los filmes con mayor contenido sociopolítico, y alberga los mayores clásicos del género: desde Metrópolis de Fritz Lang, que ya referimos en un artículo anterior acerca de Algol: La tragedia del poder (1920)[1], a Fahrenheit 451 (1966) basada en la novela homónima de Ray Bradbury dirigida por François Truffaut, con la quema de libros como protagonista.

Las adaptaciones de George Orwell también han dado juego en este espacio temático con distintas versiones ya referidas:  1984 (1956) de M. Anderson y 1984 (1984) de M. Radford; La guerra de los mundos, con distintas versiones, se centra más en el inicio del apocalipsis, lo que quedaría fuera de nuestro foco de interés. También Brazil (1985) de Terry Gilliam, The Island (2005) de M. Bay, etc. De Aldous Huxley, su novela Un mundo feliz ha brindado versiones en 1998 y en serie en 1980 y, su mejor versión, en 2020. Luego están algunas cumbres del género que no podemos desarrollar analíticamente en tanto han sido ya objeto de tesis, libros, documentales y recreaciones artísticas a las que no podemos añadir nada. Así La naranja mecánica (1971) de S. Kubrick, más thriller futurista distópico que postapocalíptico; la icónica película dirigida por Ridley Scott, sobre un texto de Phillip K. Dick, Blade Runner (1982) y Blade Runner 2049 (2017), ambas cimas fílmicas; o, en otro orden de calidad y arte, Gattaca (1997), Dark City (1998), District 9 (2009); las series El cuento de la criada (2017-2021), Silo (2023), etc. Obras, todas ellas, donde además se pone el acento en la importancia de los escenarios en el género, mediante estéticas originales, impactantes, de minuciosa elaboración y gran valor artístico, lo que introduce al espectador en una vivencia estética de gran intensidad.

Blade Runner

C) Las películas que ponen a la humanidad a huir de criaturas, o bichos, como vampiros / zombis, virus, bacterias, hongos, animales alienígenas, o incluso maquinas-bicho de otro mundo, constituyen un grupo ingente y ecléctico: de nuevo la buena literatura impulsa el género. Sobre holocausto zombi o vampiro mencionaría especialmente las adaptaciones de Richard Matheson de su notable novela I Am Legend (1954): The Last Man on Earth (1964) la primera y más fiel adaptación cinematográfica de la novela, otra versión protagonizada por Charlton Heston y menos fiel fue The Omega Man (1971), la moderna no es muy comercial, entretenida, pero se aleja mucho de su referente, I Am Legend (2007). La novela de Matheson empieza tras una guerra bacteriológica que ha convertido al resto de los hombres en vampiros, solo queda un hombre, su evolución psíquica será la verdadera trama, también la supervivencia extrema en una ciudad desierta y arrasada por personas degeneradas en chupasangres. Es de señalar la existencia de una versión española bastante fiel a la novela, de Mario Gómez Martín, Soy leyenda (1967). El terror del cambio de milenio avivó el género con la interesante 28 días después (2002) de Danny Boyle, a la que sigue 28 semanas después (2007) de J.C. Fresnadillo. Y más tarde la francesa La nuit a dévoré le mondeaka (2018) de Dominique Rocher.

Con tema zombi, como pretexto en realidad, ha supuesto un fenómeno de excepción la serie, con 11 temporadas, The Walking Dead (2010-2022), dirigida, escrita y producida por Frank Darabont −Cadena perpetua (1994), La milla verde (1999)−, y basado en el cómic de Robert Kirkman y Tony Moore. Su episodio piloto es tenido por uno de los mejores de la historia de la TV. La serie ha generado otras de notable calidad dentro del mismo sello: Tales of the Walking Dead, Dead City,  Fear The walking Dead, Dylan Dixon, Origins, etc. También sobresale un libro donde críticos, guionistas y otros autores analizan el fenómeno: The Walking DeadThe Walking Dead: Apocalipsis zombi ya (2012). Es injusto comparar una serie de tal extensión con películas postapocalípticas de hora y media, pero sin duda nos encontramos ante una de las mayores creaciones del género postapocalíptico. El grupo de Rick Grimes se desplaza por el país huyendo de los zombis, pero especialmente de otros seres humanos degenerados moralmente tras los años de supervivencia extrema. En ese duro contexto se producen también notorias historias de amor sentimental, filial, amistoso, verdaderamente emocionantes. Las evoluciones psíquicas, la fe y esperanzas de los personajes, las desapariciones de personajes centrales por muertes brutales, la incorporación de otros, la redención de quien era más temible… Muchos personajes redondos, dinámicos, que evolucionan o involucionan. Algunas interpretaciones impactan por su talento. Los sucesivos escenarios asombran igualmente. También roza lo distópico en la medida en que los grupos sucesivos ponen en práctica distintas formas de gobierno: dictatorial y totalitario, democrático, asambleísta, etc.[2]

Una gran obra postapocalíptica con devastación planetaria por virus mortal la constituye, según nuestros fijados parámetros y considerando la ventaja de su extensión, la serie Station Eleven (2021) basada en la novela de Emily St. John Mande. Un grupo de teatro recorre un círculo de lugares y asentamientos tras el apocalipsis. Emociona la idea de la salvación por el Arte, la humanidad de los personajes, los perfiles psicológicos magníficamente trazados. Los vínculos, los cuidados y la protección mutua, la revelación de verdades a través del Arte, la sanación y superación de las circunstancias a través del amor y las disciplinas artísticas brindan una imagen consoladora acerca de nuestra especie. Sobresale la elección de sus escenarios, sus planos generales y profundos de parajes abiertos, la vida en la intemperie, la luz natural.

El postapocalipsis con intervención animal halla sus ejemplos más notables en la saga de El planeta de los simios (1968) y su secuela e imitaciones. Esta obra primera otorga el significado más claro al final, una escena de cine que queda impresa en la retina del espectador para siempre. Hemos de hacer hincapié en una variante biológica aunada a las máquinas que también ha influido en este subgrupo, en ocasiones los alienígenas envían máquinas-soldado usualmente de aspecto isóptero. Las máquinas poseen una parte orgánica y están conectadas al ente alienígena dominador y depredador de la tierra, así en la poco reconocida serie Falling Skies (2011-2015), una obra cuya calidad despega en la temporada segunda. También las recientes y notabilísimas series Invasión (2021) o La guerra de los mundos (2019), que sí entrarían en nuestra acotación y, además, esta última adaptación de Wells creemos supera la versión fílmica de 1953 y, desde luego, la protagonizada por Tom Cruise en 2005, como los bodrios de 2021 y 2023. Si G. H. Wells levantara la cabeza…

D) Dentro de este subgrupo diverso, tras un holocausto nuclear se sitúa Five (1951) de Arch Oboler, surgida por el miedo nuclear tras Hiroshima[3], y con más repercusión, On the beach/ La hora final (1959) de Stanley Kramer, basada en la novela de Nevil Shute On the Beach (1957). La historia relata la preparación y huida en submarino de un grupo que escapa de los efectos de la radiación residual tras una bomba nuclear. Los habitantes de Sidney esperan la muerte por la llegada de la nube radioactiva. Interesa ese compás de espera absurdo, esa alegría impostada por muchos, las fiestas y ganas de vivir que la inminente muerte ocasiona en los humanos, cómo la cercanía de lo oscuro nos hace volver ávidos los ojos hacia la luz. Por citar un ejemplo de película de serie B: Panic in Year Zero! (1962) de Ray Milland.

Una de las más loables obras, también con holocausto nuclear, la constituye el mediometraje francés La Jétee (1962), con guion y dirección de Chris Marker, un photo-roman que inspiraría a Terry Gilliam para su 12 monos (1995). Esta belleza francesa compuesta mediante fotografías fijas en blanco y negro relata una historia que una voz out nos va refiriendo al hilo de la sucesión de imágenes. Un hombre prisionero es designado para viajar al pasado y al futuro para buscar una solución, no halla más que un recuerdo que se reitera y, mediante una estructura circular, lo sitúa en un recuerdo de su infancia que no había sido más que la visión de su propia muerte. El fin del mundo da igual, la obra subraya la atemporalidad de los sueños y recuerdos, su valor de vivencia, la importancia de la memoria y su circularidad, y el amor como ancla.

También francesa y de los 60 es Le Week-end (1967), de Jean L. Godard, basada parcialmente en una historia de Julio Cortázar, es una película satírica, ácida y sarcástica. Describe el egoísmo descontrolado, las palizas, robos y asaltos que perpetran en las afueras unos burgueses retratados como individuos ególatras y odiosos, atrapados en un atasco, provocando accidentes, grupos vandálicos cometiendo asesinatos a sangre fría, practicando el canibalismo… Todos ellos respetables padres burgueses o jóvenes vestidos a la última moda, con atuendos caros, joyas, etc. La crítica social es evidente, a Godard le asqueaba esta clase social del París más pedante y déspota. «Los burgueses son tan horribles que solo podemos acabar con ellos de una forma horrible», dice un personaje. Una obra de crítica social disfrazada de filme postapocalíptico.

Por su gran proyección comercial y éxito de taquilla, más que por su calidad, merece ser referida una serie postapocalíptica en la que el fin de un mundo conocido se debe a un holocausto nuclear: Mad Max. Salvajes de la autopista (1979), Mad Max 2. El guerrero de la carretera (1981) y Mad Max 3. Más allá de la cúpula del trueno (1985), con la más reciente Mad Max: Furia en la carretera (2015), a pesar de la curiosa propuesta de feminismo radical como salvación del futuro y la siempre acertada Charlize Theron, consideramos que esta última –todas en realidad– ha sido algo sobrevalorada. Merece ser referida Threads (1984), un telefilme británico dirigido por Mick Jackson, con guion de Barry Hines, también con apocalipsis nuclear.

Otra rareza fímica notable es Undergods (2020) la primera película larga del español Chino Moya, una producción inglesa rodada en Lituania, cuyas fábricas abandonadas, ruinas industriales y edificios sombríos recuerdan a las de Estonia que ya aparecieron en Stalker (1979), la obra maestra de A. Tarkovsky. Moya relata historias entrecruzadas mediante una imaginería visual de excepción. Personajes malditos, turbios, trastornados en una Europa postindustrial ruinosa poblada de desesperación y oscuridad.

Undergods

Una verdadera obra de arte de peculiar singularidad es la extraña Last and First Men (2021) del malogrado genio islandés del cine y la música, Jóhann Jóhannsson. Una voz out, de Tilda Swinton, nos va narrando la fábula con fragmentos de la novela homónima del gran pionero filósofo y escritor de ciencia ficción inglés Olaf Stapledon, nacido en 1886, quien en los años 30 escribió obras de las que se declararon deudores Arthur C. Clarke, G. H. Welles, Stanisław Lem, etc. Mientras suena el texto en off sobre el fin del mundo futuro, se suceden 70 minutos de imágenes en blanco y negro. Reveladora la fotografía de Sturla Brandth Grøvlen de las hermosas y espectaculares geometrías de monumental piedra que corresponden a los Spomeniks, las esculturas memoriales contra el fascismo construidas a propósito de la II Guerra Mundial en Croacia, Bosnia, etc. Este escenario subraya la atemporalidad, y la circularidad de esta historia, el blanco y negro, la voz out relatando la relación fantástica entre la humanidad del futuro y la del presente. Se aprecian remotos ecos venidos de la ya comentada película de Marker, La jetée (1962), un referente que Jóhann Jóhannsson declaró tener en mente para crear esta obra, pero a la que supera sobradamente. La historia también, la humanidad de dentro de 2000 millones de años contacta telepáticamente y envían mensajes esporádicos relatando que también ellos se acercan a la destrucción. Una estrella se les aproxima, dependemos del entorno y la naturaleza física. Fuimos concebidos por una estrella y seremos aniquilados por otra, se nos explica. También hay ecos de Béla Tarr en el poso reflexivo de extremo pesimismo y en la monocroma visión de las imágenes, como del Kubrick de 2001: Una odisea del espacio (1968), por la relación del monolito de piedra. La música no podía dejar de ser excepcional teniendo al nominado Jóhannsson como responsable, la atmósfera es hipnótica, el relato genera un trance meditativo extraño. Una exquisita obra experimental en donde los tres planos se instituyen separadamente como obras de arte en sí mismas: texto, imagen y música.

Los desastres nucleares han inspirado la que es tenida como una de las mejores series de la HBO, Chernobyl (2021), una serie testimonial en donde se rescata a los protagonistas que dieron su vida apurando el tiempo en la central nuclear con el fin de evitar males mayores. El relato de lo que produce la radiación en el cuerpo humano, el sacrificio de estas personas, la etopeya de estas personalidades, la Rusia (entonces Ucrania) desolada, con animales enfermos y campos contaminados durante décadas, todo ello ha sido realizado con una ejemplar maestría que ha cautivado y sobrecogido al público[4].

Para finalizar, recordar que, por razones de extensión, ha sido presentado un grupo heterogéneo que no excede el centenar de películas, pero −esperamos− representativo de un género adscrito a la Ciencia ficción y en el cual hemos comprobado son localizables reflexiones humanistas de gran valor; además de obras de arte fílmico cuyas imágenes sobre las posibilidades planetarias del fin del mundo impactan por cuanto conectan con el tan primitivo y propio miedo antropológico a la desaparición de la especie y de nuestro entorno. Interesan las deliberaciones acerca de la humanidad; qué es o no lo humano nos permite reflexionar acerca de si merece la pena vivir, si hemos de embrutecernos como animales para lograrlo, si hemos de deshumanizarnos.  Al comparar resultado y referente, sorprende y agrada la calidad literaria de algunas de las novelas que sustentan los guiones de las mejores obras del género y que, indudablemente, determinaron en gran medida la calidad artística de los filmes. Los personajes sobresalen vivamente, los perfiles dinámicos, redondos y complejos de estos personajes los sitúan entre los más recordados de la historia del cine. O no, pues, como todo lo vivido, todos esos recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia…

[1] I. Arbillaga: https://www.elespectadorimaginario.com/algol-la-tragedia-del-poder/ Consultado el 14/10/2023

[2] Dejamos fuera películas muy atractivas de tema zombi porque el apocalipsis no llega a producirse o la película se sitúa en sus inicios, por supuesto la increíblemente innovadora y precursora del género zombi La noche de los muertos vivientes (1968) de George Romero –con su respetable remake Amanecer de los muertos (2004)– y sus docenas de copias, también la correcta Guerra Mundial Z (2013) o la coreana Tren a Busan (2016). Y muchísimas que no tienen cabida en este espacio.

[3] Á. A. Feijóo Sarmiento, Estética del cine post-apocalíptico: de la revisión histórica al caso ecuatoriano, Universidad de Cuenca-Ecuador, 2016. El doctorando dedica un interesante apartado a Five (1959).

[4] Como todo el cine de animación con el tema que nos ocupa resulta inabarcable aquí, sí queremos al menos referir la que consideramos mayor y más profunda aportación, una joya humanista que relata cómo unos ancianos atrincherados en su casi arrasado hogar luchan por vivir manteniendo la fe y la esperanza: When the Wind Blows (1986), con dirección de Jimmy T. Murakami, y el guion de Raymond Briggs a partir de su propia novela gráfica.

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