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Personajes en CGI para un nuevo siglo
A finales de los años noventa, la tecnología en CGI (Computer Generated Imagery) había avanzado lo suficiente para empezar a producir personajes binarios completos en las nuevas producciones cinematográficas que se estrenarán a comienzos del presente siglo. Casper (Brad Silberling, 1995) y Toy Story (John Lasseter, 1995) señalan el camino natural a seguir para las adaptaciones a la gran pantalla de comics, desde los héroes de la factoría de Marvel hasta los personajes de autor de Frank Miller y Hergé, y de las ficciones infantiles, tanto para Hanna-Barbera y Walt Disney como para obras autorales como la española Las aventuras de Tadeo Jones (Enrique Gato, 2012), que logran re-vivir esplendorosamente gracias a la técnica de animación digital.
Por otra parte, en el presente siglo las criaturas que nacen en CGI, para vivir exclusivamente en la gran pantalla, vuelven a asentarse en el reino de la ciencia ficción, como primer género natural. Tal como lo hizo James Cameron en The Abyss (1989) y Terminator 2 (1991) en el pasado, y continuando en su senda en las dos últimas décadas. Así, las primeras interpretaciones que logran los personajes binarios son las de los extraños y misteriosos “otros”, esos no humanos que pueden ser extraterrestres, cyborgs, humanoides, simios o seres monstruosos como los orcos creados por J. R. R. Tolkien. Pero, poco a poco, se nos acercarán, convivirán con nosotros y, cual Prometeo, nos entregarán el fuego divino de la vida con un ADN pixelado.
Igualmente, sus existencias estará acompañada por una firma autoral, que en muchos casos será sinónimo de abultados presupuestos y éxito de taquilla, tal es el caso de James Cameron, Steven Spielberg, George Lucas y Paul Verhoeven, que continúan en la ruta, y de Peter Jackson, Neil Blomkamp, Ang Lee y Martin Scorsese, entre otros, que se suman en este siglo veintiuno.
La batalla contra extrañas criaturas
Así, los primeros personajes creados íntegramente en CGI comienzan una particular batalla por conquistar su futuro, especialmente en sagas cinematográficas que dan vida y continuidad a su especie.
En la Tierra se presentan como legiones miméticas, amenazadoras hordas de plagas insectiles de origen alienígeno, que desafían a seres humanos de carne y hueso en Starship Troopers, de Paul Verhoeven, en 1997. Y continúan su lucha de poder en sus secuela con Starship Troopers 2: Hero of the Federation (Phil Tippett, 2004), Starship Troopers 3: Marauder (Edward Neumeier, 2008), para finalmente conquistar íntegramente en Starship Troopers: Invasión (Shinji Aramaki, 2012) a los personajes humanos de Johnny Rico, Carl Jenkins y Carmen Ibáñez, que ahora cobran vida en el reino binario de sus amenazadores enemigos arácnidos.
Por su parte en Distrito 9, la opera prima de Neil Blomkamp (2009), cambia el cristal para ver a los extraterrestres como exiliados a la deriva que llegan a la Tierra para quedarse entre nosotros. Su condición de no-humanos los ha convertido en la nueva clase marginada de un “apartheid” en el ucrónico año 2010 que impera en Johannesburgo. Incluso está la posibilidad de poder llegar a contener su ADN y mutar en ellos, como le ocurre al protagónico Wikus (Sharlto Copley), conquistándonos con una apariencia solamente posible en el reino binario. Y quedamos a la espera del desenlace en District 10, que se encuentra en postproducción.
En el espacio las cosas no son diferentes, George Lucas emprende la aventura en una saga de precuelas de su “trilogía original” de La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977, 1980 y 1983), en vista de que, en los albores del siglo veintiuno, la tecnología en CGI había avanzado lo suficiente para hacer realidad sus sueños cinematográficos. Así, los caballeros Jedis vencen con sus sables de luz a series de androides, en batallas creadas íntegramente por ordenador en el La guerra de las galaxias: episodio I – La amenaza fantasma (1999). Y de paso se presenta el primer personaje creado íntegramente en CGI del universo Stars Wars: Jar Jar Binks, que aparecerá en los tres episodios iniciales. Luego le tocará el turno al venerado maestro Yoda, cuya alma era el actor Frank Oz en los episodios V y VI (El Imperio contraataca, en 1980 y El retorno del Jedi, en 1983) , para revivir en La guerra de las galaxias: episodio II – El ataque de los clones (2002)de forma binaria y lograr incluso la perfección en su apariencia en La guerra de las galaxias: Episodio III- La venganza de los Sith (2005), al igual que su temible antagonista General Grievous, un complejo cyborg.
La confrontación de humanos y criaturas binarias también marca profundamente la obra de Peter Jackson en su trilogía de El señor de los anillos (2001, 2002 y 2003) y su secuela en la saga en curso de El Hobbit (2012, 2013 y 2014) que transcurren en la mítica Tierra Media de J. R. R. Tolkien. Así la primera obra de la trilogía, La Comunidad del Anillo (2001), abre con el enfrentamiento entre los guerreros de la raza de los humanos aliados a los elfos y el ejército de Sauron con sus temibles orcos, como toda una declaración del guerra del bando del mal que se alía progresivamente con el CGI: los humanos que daban vida a disfraces y máscaras de estas terroríficas criaturas, poco a poco, abandonaran sus alma para dejarlos completamente a merced de los designios de programación informática, tal como queda plasmado en El Hobbit: La desolación de Smaug (2013).
Igualmente, en las sagas de Jackson, los seres binarios comienzan a enfrentarse en solitario, como el monstruoso Troll contra Frodo Bolsón y sus amigos en La Comunidad del Anillo, hasta lograr poco a poco la perfección de sus formas y alcanzar un rol protagónico, como el del majestuoso dragón que da nombre a la segunda obra de la trilogía de El Hobbit: La desolación de Smaug. Pero sin duda el personaje más icónico en CGI de la mítica Tierra Media es Gollum, figura determinante que es apenas esbozado en La Comunidad del Anillo, y que con cada entrega va alcanzando la perfección y el protagonismo absoluto.
Ante nuestros hermanos evolutivos
También los grandes simios, nuestros hermanos evolutivos, han sido alcanzados por ta técnica de CGI en las sagas cinematográficas. Tal es el caso del imponente King Kong (Peter Jackson, 2005), tercera generación de un linaje que nació en el stop-motion en la obra de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack (King Kong, 1933) y continuó en el remake robótico de John Guillermin (King Kong, 1976), aunque con la ayuda del equipo de arte que por momentos enfundó y maquilló a un actor como Kong.
Por su parte, El planeta de los simios, toda una franquicia instalada desde 1968 con la obra inaugural de Franklin J. Schaffner que dio lugar a cuatro secuelas seguidas en el tiempo (Regreso al planeta de los simios, en 1970; Huida del planeta de los simios, en 1971; La rebelión de los simios, en 1972 y Batalla por el planeta de los simios, en 1973), a dos series de televisión (El planeta de los simios, en 1974, y Regreso al planeta de los simios en 1975), a una nueva re-visión de la obra original de parte de Tim Burton (El planeta de los simios, 2001), hasta la saga actual que está en progreso con El origen del planeta de los simios (Rupert Wyatt, 2011) y El amanecer del planeta de los simios (Matt Reeves, a estrenarse próximamente). Caracterizándose todas las sagas, por más de treinta años, por sus protagonistas esculpidos en su apariencia simiesca por el equipo de arte con maquillaje, prótesis, vestuarios y pelucas. Pero, sobre todo, por sus protagonistas que poseían nombre y apellido de actores renombrados: Kim Hunter y Roddy McDowall, que en las tres primeras películas de la saga original interpretan a la pareja de científicos Zira y Cornelius, manteniéndose McDowall en las dos últimas como César, el hijo de la pareja original, o como Helena Bonham Carter y Tim Roth, que encarnan a la científica Ari y el general Thade, pareja protagónica imposible en la obra de Burton. Mientras que los protagonistas de la nueva saga acabarán con esta tradición y marcarán distancia con César que toma el testigo ante el resto de los simios, y serán creados completamente en CGI.
Sin embargo, detrás de la pantalla de César, King Kong y Golum, por citar las interpretaciones más emblemáticas, está el “actor digital” Andy Serkis que presta su voz y sus movimientos como base para la generación de sus personajes en CGI. Su trabajo, como el de la nueva profesión de actores digitales que se desarrolla en un nuevo contexto de producción, consiste en enfundarse en trajes con varios marcadores e interpretar su papel ante cientos de cámaras que captan cada uno de sus movimientos. Un equipo de programadores observa las escenas y las renderiza simultáneamente, lo que permite mostrar en las pantallas del “set de rodaje” los primeros resultados, desde una versión esquematizada de los movimientos, pasando a la imagen básica del modelado tridimensional, hasta una imagen ya renderizada, aunque en “preview” del personaje ya compuesto. Y aquí el trabajo de postproducción, que dará vida al CGI, recién comienza al otorgar credibilidad y emoción a las expresiones faciales: los rostros de los actores han sido marcados con pequeños puntos para que los animadores tengan indicaciones de movimiento para comenzar a trabajar al detalle cada gesto.
Avatares y autómatas, más cerca de nosotros
Gracias a la alianza tecnológica que se lleva a cabo en las salas de proyección entre las imágenes en tercera dimensión y las generadas por ordenador, los personajes binarios se han acercado a nosotros y nos han abierto las puertas de su reino de manera generosa.
James Cameron vuelve a mostrarnos nuestra duplicidad en CGI, como ya lo hiciera proféticamente en The Abyss (1989), con Avatar (2009), aflorando a la vez la firma del actor de carne y hueso. Aquí su protagonista Jake Sully (Sam Worthington) en un hipotético futuro de 2154 es un marine parapléjico de carne y hueso que se infiltra por medio de un avatar en una raza humanoide llamada na’vi, hermosos seres espigados de piel azul y rasgos felinos. Pero pronto Jake es conquistado por su nueva forma de vida, dando el paso final de traspasar su existencia al mundo binario de Pandora, la luna del planeta Polifemo. Y como es de esperarse para estos modos de vida eternos de la programación, vendrá la secuela en Avatar 2, que se desarrollará en los océanos de Pandora.
Por su parte Martin Scorsese se acerca al CGI con La invención de Hugo (2011) y nos hace reflexionar sobre nuestra existencia en el sueño de un niño que se transforma en autómata, en esa máquina que ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales imitando nuestros movimientos y semblante, y que al final aguarda en el último plano de la película para hacernos dudar en signo contrario ¿y si era el autómata el que soñaba que era un niño?
La vida con nosotros
También el 3D nos ha aproximado y sensibilizado ante la vida de nuestro próximo reino animal que empieza a tomar forma en los últimos años en CGI. Tal es el caso de La vida de Pi (Ang Lee, 2001) que pone a la deriva en un bote por en el océano Pacífico al joven Pi Patel (Suraj Sharma) con unos especiales compañeros de viaje binarios: una hiena, una cebra, un orangután y un tigre de bengala. Anticipándose así al titánico trabajo que emprenderá Noé (Darren Aronofsky, 2014) al embarcar en su arca a una pareja de cada especie ante la inminencia del diluvio, trayendo aparejado el rescate de otras vidas por parte de los seres humanos con una estima por la nuestra como iguales.
Y conscientes de que somos frágiles, y que la muerte nos puede sorprender como seres humanos, recurrimos entonces a las imágenes generadas por ordenador como una segunda oportunidad en la Tierra. Así ocurrió con el malogrado Oliver Reed en pleno rodaje de Gladiador (Ridley Scott, 2000), por lo que se continuó en las escenas restantes con un doble del actor, al cual se le reconstruyó el rostro por CGI, y vuelve a suceder con dos producciones recientes en curso que forman parte de sendas sagas cinematográficas: Fast & Furious 7 (James Wany) y Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 1 (Francis Lawrence). En ambos casos los actores Paul Walker y Philip Seymour Hoffman, a los que la muerte los sorprendió en plena produccion, volverán a la vida por el camino que ya señaló Reed.
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