Con su boina calada, con sus guantes de seda,
su sirena varada, sus fiestas de guardar,
su vuelva usted mañana, su sálvese quien pueda,
su partidita de mus, su fulanita de tal.
Con su todo es ahora, con su nada es eterno,
con su rap y su chotis, con su okupa y su skin,
aunque muera el verano y tenga prisa el invierno
la primavera sabe que la espero en Madrid.
Con su otoño Velázquez, con su Torre Picasso,
su santo y su torero, su Atleti, su Borbón,
sus gordas de Botero, sus hoteles de paso,
Su taleguito de hash, sus abuelitos al sol.
Con su hoguera de nieve, su verbena y su duelo,
su dieciocho de julio, su catorce de abril.
A mitad de camino entre el infierno y el cielo...
yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid.
Joaquín Sabina y Fito Páez
Extracto del tema Yo me bajo en Atocha, perteneciente al álbum Enemigos íntimos
A lo largo de la historia del cine español, la ciudad de Madrid ha servido de reflejo de un país en perpetuo esfuerzo por salir adelante, por progresar y alcanzar un desarrollo digno, a la altura de las grandes potencias mundiales. El principio de este repaso a mano alzada es lo que, seguramente, nos dará más vergüenza recordar. Las primitivas imágenes en movimiento de Madrid, todavía mudas, responden a los clásicos estereotipos que hemos arrastrado de cara al exterior. Mientras que en Estados Unidos se realizaba El maquinista de la general (The General, Buster Keaton, Clyde Bruckman 1927) y Amanecer (Sunrise, F.W. Murnau, 1927), nosotros hacíamos ¡Viva Madrid que es mi pueblo! (Fernando Delgado, 1928). El título lo dice todo. Un año más tarde, encontramos un agradable recorrido por la capital en los albores de los años treinta en El misterio de la Puerta del Sol (Francisco Elías, 1929), una precoz cinta de intriga. Aún dentro de esta línea y en los tiempos en los que el cine consistía, en buena medida, en filmar teatro, se enmarcaría la zarzuela La verbena de la Paloma (Benito Perojo, 1934). Este filme contribuiría a establecer el particular sambenito madrileño de los chulapos/as y la tipicidad del baile del chotis -que, curiosamente, es originario de Centroeuropa.
Tras la Guerra Civil, las primeras cintas del franquismo no transformaron mucho esta situación. Una de las películas más reseñables sobre el Madrid de la época es Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951). Recogiendo la vida cotidiana en la ciudad de mitad de siglo, esta cinta sobre el éxodo rural está rodada entre las zonas urbanas de Atocha, Lavapiés y Delicias, y está considerada como una de las mejores producciones de nuestra historia cinematográfica. En un intento de modernizar la imagen española en Europa, el filme, hoy para algunos de culto kitsch, Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958) dejaba atrás el cine de posguerra para inaugurar, de la mano de una jovencísima Concha Velasco, la desenfadada España ye-ye. Viendo las imágenes de las sonrientes y sexys muchachas, más de un ingenuo debió de imaginar una transformación más radical en las formas; para su chasco, la película no sólo carecía de espíritu picante, sino que además pasó por el rasero de una censura implacable. Por su parte, Los golfos (Carlos Saura, 1959) se posicionaba dentro del realismo social, aplicado a un país de tradicional pillería, en unos años de miseria y aislamiento económico. La trama la protagoniza un grupo de rateros de poca monta que malvive en los arrabales madrileños procurando ahorrar para alcanzar un objetivo que revela otro topicazo ibérico: uno de ellos quiere ser torero.
El "cine madrileño" del franquismo se caracterizó por su desigual calidad. Podemos hallar obras apreciables como La gran familia (Fernando Palacios, 1962). En ella, un matrimonio de la famosa generación baby boomer con una prole compuesta por quince criaturas, pierde a uno de los niños en una abarrotada y navideña Plaza Mayor, en una de las míticas escenas del cine español de todos los tiempos. No obstante también es fácil dar con infantiles aberraciones casposas pretendidamente cómicas como La ciudad no es para mí (Pedro Lazaga, 1966), donde el sobreactuadísimo Paco Martínez Soria interpreta su eterno rol de chusco pueblerino que se muda a la capital, y cuyo choque cultural respaldarán unos forzados chistes. Estas zafiedades, hoy afortunadamente en peligro de extinción, divertían a grandes y pequeños. Qué atraso.
Con la transición a la democracia, llegaron las modas y el cosmopolitismo al cine. La desprejuiciada década de los ochenta, y en especial la "movida madrileña", calaron hondo en la estética de directores como Pedro Almodóvar, uno de los fijos a la hora de contextualizar sus películas en Madrid, eso sí, envuelta en un personalísimo armazón pop. Sirvan como ejemplo, dentro de una filmografía de recurrentes rasgos comunes, su ópera prima Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) o el trastorno relacional que supone Mujeres al borde de un ataque de nervios (1983). Del mismo año que esta última cinta es la deliciosa adaptación de Jaime Chávarri de la obra teatral de Fernando Fernán-Gómez, Las bicicletas son para el verano. Se trata de una interesante y rigurosa crónica del inicio de la Guerra Civil en una sitiada capital republicana, a través de la experiencia de una familia de clase media. Como consecuencia del asedio, la ciudad va experimentando un progresivo receso en el abastecimiento de alimentos, que alcanza su desorbitado culmen en una discusión familiar sobre quién comió unas pocas cucharadas de lentejas. La película concluía con el padre indicando a su hijo que no había llegado la paz, sino la victoria. Una victoria que, claramente, tampoco trajo pan. En este contexto tiene lugar, asimismo, la más actual Las 13 rosas (Emilio Martínez Lázaro, 2007), que sitúa el fusilamiento de unas jóvenes acusadas de insurgencia delante de la tapia del madrileño Cementerio de la Almudena, entre otras localizaciones.
Precisamente, en la década de los ochenta se filmó una de las películas más ilustrativas sobre la ciudad, Madrid (Basilio Martín Patino, 1987), que versa sobre el proceso de documentación audiovisual requerido para elaborar un programa de televisión, que tiene como objeto la historia de la capital. También se produjo el auge del denominado cine quinqui, que narra las aventuras de jóvenes delincuentes reales, siendo Eloy de la Iglesia y José Antonio de la Loma sus principales abanderados. Dos de los filmes más relevantes, dirigidos por el primero, transcurren en barrios del extrarradio de Madrid: Navajeros (1980) y La estanquera de Vallecas (1987). Como también son cintas basadas en la vida de los distritos periféricos madrileños la entrañable Manolito Gafotas (Miguel Albaladejo, 1999), la simpática Días de fútbol (David Serrano, 2003) y, sobre todo, el profundo y duro retrato adolescente de Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998). Una escena a destacar de este film sitúa a los protagonistas en un recorrido subterráneo por las vías del metro de Madrid, con el fin de encontrar "la estación fantasma", alojada en la clausurada parada de Chamberí.
Fernando León de Aranoa fue uno de los directores responsables del brote del joven cine español de los noventa. Se reformulaba así un cine ya caduco, gracias a originales propuestas. A esta hornada de impetuosos debutantes pertenecían directores de la talla del consagrado Alejandro Amenábar, el devoto de la abstracción Julio Médem, el actual presidente de la Academia, Álex de la Iglesia, o el esperpéntico Santiago Segura. Cintas como Tesis (Alejandro Amenábar, 1996), rodada en gran parte en la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, o Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997), donde la soledad vital del protagonista se plasma en una desértica Gran Vía, son dos de las producciones modernas que más se pueden identificar con Madrid. Otra sería El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995), filme apocalíptico que ofrece un recorrido urbano muy completo, desde la Gran Vía, pasando por la calle Preciados y la Puerta de Europa, hasta el Parque de El Retiro. Esta película catalogó el subgénero conocido como "comedia madrileña", en el cual se encuadrarían varias de las obras de Fernando Colomo, -alguna anterior a la fecha- como Bajarse al moro (1988), El efecto mariposa (1995) o Los años bárbaros (1998).
Partiendo de estos reseñables modelos, un gran número de cintas españolas se ambientaron en una ciudad de ambiente juvenil y costumbrismo en boga. Historias del Kronen (Montxo Armendáriz, 1995), adaptación de la novela homónima acerca de los excesos de la juventud o Los amantes del Círculo Polar (Julio Médem, 1998), trágico film sobre el amor verdadero, son dos buenos paradigmas para confirmar esta tendencia. Con peor gusto, pero con un magnífico personaje que encarnaba todos los vicios sociales, Santiago Segura engendró en Madrid su Torrente: el brazo tonto de la ley (1998). También fueron habituales las localizaciones del casco antiguo, del auténtico corazón castizo de la ciudad. De ellas daban cuenta la revolucionaria Noviembre (Achero Mañas, 2003), a través de las actuaciones callejeras de un contracultural grupo de teatro y la insustancialmente romántica Cha-cha-cha (Antonio del Real, 1998), con baño en la fuente de la diosa Cibeles incluida. En el terreno de las comedias, la alternativa Gente Pez (Jorge Iglesias, 2001) reproducía la convivencia de una heterogénea colección de freaks en un piso de la calle Pez; y Km. 0 (Yolanda García Serrano y Juan Luis Iborra, 2000), que asentándose sobre una buena ración de equívocos, aludía a la reinvención personal, al partir desde el lugar geográfico al que hace mención su título, en plena Puerta del Sol. El último caso digno de mención es el debut de Daniel Monzón, el flamante triunfador de los recientes premios Goya, El corazón del guerrero (1999), film fantástico que interconecta la capital ibérica con un épico universo de espada y brujería.
Quizá el 95% de las cintas que han filmado todas o parte de sus escenas en Madrid sean de producción española. Sin embargo, no podemos concluir esta nota sin una referencia a todos aquellos filmes extranjeros que eligieron nuestra ciudad como escenario para desarrollar sus historias. Uno de los más relevantes fue 55 días en Pekín (55 Days at Peking, Nicholas Ray, 1963), que lejos de mostrar emplazamientos insignes de Madrid, hizo pasar sus calles por las de China, utilizando más de quinientos extras españoles. Al igual que ocurrió con otra emblemática obra maestra, Doctor Zhivago (David Lean, 1965), que situaba las gélidas travesías de Rusia en el madrileño barrio de Canillas. Las últimas películas de renombre en recurrir a la capital española fueron Los fantasmas de Goya (Goya's Ghosts, Milos Forman, 2006), empleando, entre otras, localizaciones de Aranjuez, como su Palacio, o Los límites del control (The Limits of Control, Jim Jarmusch, 2009), que seguía el viaje de un misterioso sicario a España, durante el cual visitaba el Museo Reina Sofía y paseaba por las calles de Malasaña.
Así es Madrid, alegre a veces y otras gris, dice la canción de Medina Azahara. En una revisión histórica como ésta, observamos una evolución, sí, un avance hacia la mejora del país, como señalábamos al principio. Pero, el aspecto a considerar es, más bien, la disparidad de propuestas y, sobre todo, una irregular calidad en un cine nacional que, a día de hoy, prosigue en una infructuosa lucha por adquirir una distinguida posición en la cinematografía internacional.
Filmografía citada (en orden de aparición):
El maquinista de la general (The General, Buster Keaton, Clyde Bruckman 1927)
Amanecer (Sunrise, F.W. Murnau, 1927)
¡Viva Madrid que es mi pueblo! (Fernando Delgado, 1928)
El misterio de la Puerta del Sol (Francisco Elías, 1929)
La verbena de la Paloma (Benito Perojo, 1934)
Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951)
Las chicas de la cruz roja (Rafael J. Salvia, 1958)
Los golfos (Carlos Saura, 1959)
La gran familia (Fernando Palacios, 1962)
La ciudad no es para mí (Pedro Lazaga, 1966)
Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (Pedro Almodóvar, 1980)
Mujeres al borde de un ataque de nervios (Pedro Almodóvar, 1983)
Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1983)
Las 13 rosas (Emilio Martínez Lázaro, 2007)
Madrid (Basilio Martín Patino, 1987)
Navajeros (Eloy de la Iglesia, 1980)
La estanquera de Vallecas (Eloy de la Iglesia, 1987)
Manolito Gafotas (Miguel Albaladejo, 1999)
Días de fútbol (David Serrano, 2003)
Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998)
Tesis (Alejandro Amenábar, 1996)
Abre los ojos (Alejandro Amenábar, 1997)
El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995)
Bajarse al moro (Fernando Colomo, 1988)
El efecto mariposa (Fernando Colomo, 1995)
Los años bárbaros (Fernando Colomo, 1998)
Historias del Kronen (Montxo Armendáriz, 1995)
Los amantes del Círculo Polar (Julio Médem, 1998)
Torrente: el brazo tonto de la ley (Santiago Segura, 1998)
Noviembre (Achero Mañas, 2003)
Cha-cha-cha (Antonio del Real, 1998)
Gente Pez (Jorge Iglesias, 2001)
Km. 0 (Yolanda García Serrano y Juan Luis Iborra, 2000)
El corazón del guerrero (Daniel Monzón, 1999)
55 días en Pekín (55 Days at Peking, Nicholas Ray, 1963)
Doctor Zhivago (David Lean, 1965),
Los fantasmas de Goya (Goya's Ghosts, Milos Forman, 2006)
Los límites del control (The Limits of Control, Jim Jarmusch, 2009)