El año 2009 nos trae una efeméride que desde EL ESPECTADOR IMAGINARIO no queremos obviar. Se cumplen cincuenta años del nacimiento de la Nouvelle Vague, el movimiento más destacado entre sus contemporáneos (Free Cinema, New American Cinema o el Cine político latinoamericano), fuente de inspiración y propulsión para las nuevas cinematografías que fructificarán en los años sesenta: el nuevo cine alemán, español e italiano; el cine del octubre polaco; el nove vlna de Praga; el cine húngaro del renacimiento; la nueva ola mexicana, la japonesa o el naciente cine africano, entre otros...
Recordemos brevemente cómo en 1951 André Bazin junto con Jacques Doniol-Valcroze y Joseph Marie Lo Duca fundan la revista Cahiers du Cinéma, desde la que configuran una nueva forma de entender la crítica profesional y, por extensión, el cine. En dicha publicación, junto a Bazin se agrupan "los jóvenes turcos": Jacques Rivette, Jean Luc Godard, Eric Rohmer, Claude Chabrol y François Truffaut.
Desde sus páginas plantearán una firme oposición al cine que mayoritariamente se realizaba en Francia después de la posguerra, el llamado cinèma de qualité o, en un marcado tono edípico, el cine de papá. Un cine que se componía de filmes asentados en reconstrucciones históricas, que partían de adaptaciones literarias prestigiosas, donde las biografías de los personajes ilustres de la cultura francesa solían ocupar un gran espacio en la producción fílmica. En lo formal, destacaban por su corrección técnica, asentada en fórmulas de probada eficacia sin capacidad de innovación. No se asumían riesgos y se desarrollaban guiones bajo recetas establecidas. El director, entonces, actuaba como un artesano, ya que el guionista que realizaba la adaptación era el que cobraba mayor protagonismo. Por ello, el famoso artículo de Truffaut, escrito en enero de 1954, "Una cierta tendencia del cine francés" atacaba frontalmente el trabajo de aquellos libretistas, hasta entonces intocables.
Precisamente, la reacción de los críticos de Cahiers ante el cine que se elaboraba en aquel momento, les llevó a crear una taxonomía de directores, estableciendo una selección ajustada de nombres, en función del concepto de autoría. Entenderán, así, a la dirección como la expresión directa de la personalidad del realizador. De forma irreverente y provocadora fijarán su atención en directores norteamericanos considerados simples empleados de los estudios (Alfred Hitchcock, Howard Hawks o Fritz Lang, entre otros), para elevarlos al rango de autores. Esta distinción constituirá la famosa política de autores. Por ello, otorgarán consideración crítica valorativa a directores como Jean Renoir, Roberto Rossellini, Robert Bresson u Orson Welles.
Frente al anquilosado panorama cinematográfico francés, este grupo de críticos, fervorosos cinéfilos, estaba reclamando a gritos un necesario relevo generacional para revitalizar una industria cinematográfica que se estaba atrofiando. Su acción los llevaría al extremo de predicar con el ejemplo. Así nace la Nouvelle Vague, que tendría su presentación oficial en el festival de Cannes de 1959, cuando François Truffaut recibe el premio al mejor director por Los 400 golpes (Les Quatre cents cops) y el premio especial del jurado se lo lleva Hiroshima, mi amor (Hiroshima, mon amour), dirigida por Alain Resnais.
En este número de EL ESPECTADOR IMAGINARIO revisaremos las dos películas-faro que marcaron el inicio de una nueva forma de entender el cine: Los 400 golpes, a través de la crítica de Manu Argüelles sobre esa sensible obra de Truffaut, que nos remite a una infancia abandonada; e Hiroshima, mon amour, revisada por Arantxa Acosta, donde destaca cómo el dúo Resnais-Duras (director y guionista de excepción) consiguió crear un film atemporal, que nos continúa inquietando y emocionando cincuenta años después.
Complementará este primer acercamiento, la exploración a la claustrófica Ascensor para el cadalso, en la que Liliana Sáez tratará cómo esta obra de Louis Malle confluye con las preocupaciones estilísticas y temáticas de la Nouvelle Vague. Y no podríamos finalizar sin incluir al heteredoxo e indomable Jean Luc Godard: Javier Moral detendrá su mirada en una pequeña gran obra de su extensa y diversa filmografía: Bande apart, como fiel epítome de lo que fue Godard en sus inicios.
Desde aquí, desde nuestra más modesta intención, queremos comprobar lo bien que han transcurrido cerca de cincuenta años a unas películas que son ya inmortales.