Balibó. Robert Connolly (Australia, 2009)
Una de las dos ganadoras del Festival. Corre el año 1975: faltan apenas unos días para que Indonesia invada Timor Este. Un joven Ramos-Horta contrata a Roger East, un periodista veterano, para que se encargue de investigar lo sucedido a cinco jóvenes reporteros australianos de los que se ha perdido rastro. El recorrido de East, desde su encuentro con el político hasta una Balibo invadida, sometida y diezmada, se hará de la mano de lugareños que lo ubicarán en el terreno minado que le tocará recorrer.
La narración va desvelándose efectivamente, a medida que East va sorteando las distintas estancias por donde ha pasado el grupo de periodistas. A través de imágenes sucias, con flashbacks urgentes, indefinidos, filmados con cámara en mano, se da cuenta de la alegría y el deber, matizado con esa inocencia típica de la falta de noción del peligro, con que los jóvenes deben haber emprendido su viaje.
Por un lado, la necesidad de reafirmación patriótica, el compromiso por mostrar una realidad que era escamoteada al mundo y el compañerismo entre periodistas de distintos medios, con una solidaridad que sólo da el estar expuestos al peligro, bañan la figura etérea de los jóvenes. Por el otro, el personaje del periodista veterano se crece, a medida que demuestra el empeño por saber lo sucedido, con una fuerza que no le da tregua a la cobardía, exponiendo el cuerpo desarmado frente al pelotón.
Una crónica real, narrada a través de personajes de los que no conoceremos demasiado, pero que dejan traslucir, en su incansable recorrido, la historia de un pueblo pacífico sometido por la ambición de un tiránico gobierno vecino.
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Cómplices del silencio. Stefano Incerti (Argentina/Italia/España, 2010)
Dos jóvenes periodistas llegan a Buenos Aires con la intención de cubrir el Mundial de Fútbol de 1978. El país que encuentran está doblegado por una dictadura que recorre las calles e interrumpe el andar de los transeúntes. Una familia de inmigrantes recibe al sobrino italiano y le da cobijo en su casa. Allí se reúne toda la prole junto al patriarca, que ofrece su mesa a los visitantes. Una sospecha velada será la punta para que la narración se desarrolle en dos vertientes: por un lado, la historia de amor casi imposible entre Maurizio y Ana, y por el otro, la persecución de los jóvenes por parte de agentes del gobierno de facto.
Stefano Incerti arma una estructura sencilla, básica. Los hechos de esos años oscuros están plasmados en la historia del joven italiano y la bella militante, en la de la familia que cobija al sobrino, en el comportamiento del esbirro del Estado. El amor, los ideales de juventud y el calor familiar son los puntos positivos de la historia. La amenaza, la oscuridad, la tortura y la muerte se ciernen sobre jóvenes vidas que todo lo que pretenden hacer es, sencillamente, vivir.
Hay buenas intenciones en esta historia dura, esquemática e ingenua, pero el desenlace que ofrece es totalmente inverosímil. Existe un desaprovechamiento del momento histórico. Mientras se llevaba a cabo una verdadera fiesta futbolística, muchos preferían detenerse a festejar goles, en lugar de enterarse lo que pasaba en los centros de detención. Es posible que el título del film intente resumir esa complicidad, pero apenas lo veamos desarrollado en la historia. Un epílogo forzado nos aleja aún más, distanciándonos de una historia propia que se siente ajena.
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Disparar al elefante. To shoot an elephant. Alberto Arce y Mohammad Rujailah (España/Palestina, 2009)
Un grupo de periodistas encubiertos registran imágenes en la Franja de Gaza, entre diciembre de 2008 y enero de 2009, cuando se lleva a cabo una matanza de civiles por parte de bombarderos israelíes.
Cámara en mano, frases entrecortadas por la emoción, los nervios o el miedo, mirada atónita frente a escombros, debajo de los cuales yace el propietario de un móvil que suena insistentemente, pero el dueño no contesta. Así ingresamos, con ojos vírgenes, a una realidad ante la cual ya no podremos ser inocentes observadores. El documental está armado sobre la base de una especie "frescos" que muestran distintos momentos en la vida de los agricultores de Gaza.
Un campo de perejil es bombardeado, un centro de las Naciones Unidas cerrado hasta nuevo aviso por falta de víveres, un hospital donde los niños mueren como moscas debido a las heridas recibidas durante el bombardeo a un parque de juegos. El registro de un joven de veinticuatro años que dice no pertenecer a Hamas, que quiere una vida tranquila y que no entiende por qué le toca esa realidad. El viejo labriego que ha realizado un hueco para esconderse de las bombas, chicos que corren con la respiración entrecortada por el miedo... Y la cámara que corre con ellos, se oculta con ellos, tiembla con ellos.
Los camarógrafos eligieron infiltrarse entre los médicos y enfermeras del hospital para contarnos hechos terribles, que para nosotros son imposibles de ver en una sala de cine, pero para ellos es una realidad cotidiana. El valor de este documental, esté del lado ideológico que esté, es indiscutible y por eso creemos que hubiera merecido el Primer Premio del Festival.
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Distancia. Sergio Ramírez (Guatemala, 2011)
Don Tomás recorre durante dos días el camino que lo llevará hasta su hija, secuestrada cuando niña por hombres del ejército, hace veinte años. El recorrido del hombre nos llevará desde el campo hasta la ciudad y lo acompañarán distintos personajes en su camino. Todos ellos, representantes de algún sector de la sociedad guatemalteca.
El paisaje rural, de grandes campos extendidos en las laderas de las montañas, con las nubes bajas y el cielo encapotado, definen a un hombre tranquilo, paciente, que ha ido bordando cada una de las horas que ha vivido lejos de su hija, en las páginas de un cuaderno. El cuaderno es un alter ego de don Tomás, una especie de conciencia que habla por él. Allí narra, saltando las barreras de un cuasi analfabetismo, cada cosa que ha sucedido a su alrededor, durante la ausencia de la hija. Y lo ilustra con imágenes infantiles pero muy gráficas, que van narrando su calvario.
El ritmo del film nos recuerda a las películas iraníes. Rostros amables pero insondables, con una historia que no se atreve a ser contada, sino que va siendo descubierta por el entorno y los elementos que rodean a los personajes. Sergio Ramírez nos narra la historia de una reparación, donde hay cicatrices que no podrán curarse jamás, a través de escenas de antología, como la conversación imposible entre los dos amigos, uno sumergido en el rencor y el otro en la necesidad de perdón, o la elocuencia de la escena donde padre e hija dialogan a través de un traductor, porque la chica ha sido criada en una familia de otra cultura.
A pesar de su ritmo lento, Distancia se disfruta grandemente, pues nos habla de una historia actual, basada en un pasado traumático, y lo hace sin prisas, como si fuera una confesión.
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El piloto de Perón. Ezequiel Comesaña (Argentina, 2010)
Esta es la única película fuera de la competencia internacional que vimos. Se trata de un documental, basado en un personaje que se destacó en la historia aeronáutica argentina. Uno de esos seres olvidados por los libros, que brindó su pasión por el vuelo a un proyecto de país más grande, en un momento en que la Argentina buscaba su crecimiento como nación, bajo el gobierno de Juan Perón. Ezequiel Comesaña aborda la figura de Edmundo Weiss, el probador de los aviones construidos durante la industrialización argentina, con la intención de destacar la obra llevada a cabo durante esta etapa de la historia argentina, a través de la pasión de un hombre y el compromiso por la causa nacional. Utiliza para ello imágenes de archivo, entrevistas y animación.
Quizá el punto más flojo del film sea intentar resumir (en todo el sentido de la palabra) diez años de gobierno en frases básicas, monótonas, sobre unas nubes intensas, en lugar de haber aprovechado la animación, como lo ha hecho para ilustrar las hazañas del piloto. Su aporte: el rescate de una figura anónima y su proyección sobre una obra de gobierno que apabulla, debido a la transformación que logró en la Argentina.
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Eva y Lola. Sabrina Farji (Argentina, 2010)
Juventud, plasticidad, alegría. Dos mujeres jóvenes son amigas y actúan en un circo. Primerísimos planos sobre los rostros jóvenes, muy maquillados. Ojos expresivos, bocas y mejillas rojísimas sobre pieles blancas. Ambas amigas, aparentemente felices, con la alegría que da la juventud. Sin embargo, cada una tiene su pasado... y cada una le huye a su manera. Sabrina Farji nos cuenta una historia posible, latente en las noticias de los últimos años. La hija de una desaparecida y la niña apropiada por quienes desaparecieron a los padres. Una escribe una historia de fábula para tener un pasado. La otra no quiere aterrizar en la realidad.
Un verdadero drama es contado por Sabrina Farji, a través de la alegría y la frescura de la juventud. Pero esa aparente irresponsabilidad, pone en boca de una de las chicas, interpretada por Celeste Cid, un mensaje al espectador (con mirada a cámara y todo): que se haga eco de esa búsqueda interminable que consiste en restituir a sus hogares a los niños apropiados por los represores. Todavía faltan cerca de cuatrocientos nietos por encontrar. En una hora y media está representada, a través de estas dos chicas, toda esa generación que pareciera no haber terminado de crecer, a pesar de promediar hoy los treinta años. El film condensa en su historia otras problemáticas, las de las abuelas que buscan a sus nietos, las de los sobrevivientes que son sospechados de traición, la indiferencia de muchos argentinos... Creo que es la primera vez que veo este tema, narrado con bastante frecuencia desde hace unos años, tratado con tanta alegría, con tanta frescura, sin miedo a los primeros planos que aprovechan la belleza y la frescura de las chicas.
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General Nil. Ryszard Bugajski (Polonia, 2009)
No sólo hubo, en los filmes ofrecidos en el Festival, historias recientes. La Segunda Guerra Mundial también está presente en el biopic de Emil Fieldorf, agente secreto del ejército polaco durante la Segunda Guerra Mundial, acusado y condenado por los soviéticos bajo falso testimonio. Una historia ambientada en el invierno de la estepa rusa y en los oscuros recovecos de las cárceles, que no nos da respiro. Su recorrido lo irá hundiendo cada vez más en ese callejón sin salida que pretende ser una metáfora de la insensatez de la guerra.
Una película dura, oscura, fría, agobiante por lo desesperanzadora. Contada en planos generales cuando es la naturaleza el lugar del paradójico encierro, pero muy cercanos en los espacios más opresivos del tren o de la cárcel.
Sin embargo, y sin intención de ser fríos e indiferentes ante su historia, en el marco del Festival ha quedado como un film anacrónico, respecto a las otras historias presentadas, aunque no podemos negar que está claramente enmarcada en la temática política propuesta por el FICIP.
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La cicatriz de Paulina. Manuel Legarda (Suiza, 2010)
Manuel Legarda bien podría haberle dado formato de cortometraje a su documental y hubiera dicho lo mismo sin tener que repetir imágenes hasta el cansancio. La temática, estremecedora. Un grupo de mujeres de la zona andina del Perú denuncian haber sido engañadas durante la campaña de planificación familiar emprendida por el gobierno de Fujimori en 1985.
Entre los primeros planos de las mujeres víctimas y los planos generales de reuniones inaugurales de proyectos políticos, el contraste es evidente y conmovedor, porque qué distantes están esas mujeres vestidas para un coctel de las campesinas que alegan haber sido engañadas. Unas, enmarcadas en una atmósfera fría y metálica, mientras que las otras poseen la calidez de la tierra y los colores de los tejidos que ellas mismas fabrican.
El control de la natalidad se llevó a cabo mediante la esterilización de estas mujeres, que el film identifica en su título con el nombre de Paulina, pero se trata de toda una generación y habitan varios pueblos agrícolas del Perú. El engaño partía, en una primera instancia, de intentar convencerlas de no tener más hijos, pero ante la negativa, se ejercía la presión y la cirugía cuando iban por otras consultas ginecológicas.
Como había que cubrir unas expectativas estadísticas, no se cuidaron las formas. El resultado ha sido el engaño, pero mucho más que eso, la mala praxis y, por tanto, las consecuencias nefastas que hoy sufren esas mujeres aún jóvenes.
Tremendo alegato, valiente denuncia. Una pena que este tipo de películas sólo pueda verse en festivales, donde muchas veces pasan inadvertidas y pronto se olvidan.
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Macuro. Hernán Jabes (Venezuela, 2008)
La más floja de la competencia. Ha sido grato ver cine venezolano, pero Macuro ofrece una historia de injusticia en clave de épica popular tipo Fuenteovejuna. Un pueblo vive a expensas de una fábrica de cemento, que crece sin importarle la comunidad vecina. Totalmente esquemática, con buenos (los "héroes" del pueblo, provincianos que cumplen con todos los estereotipos) y malos (obviamente, los empresarios que manejan la fábrica cementera, capitalinos insensibles y aprovechadores) enfrentados y con una historia de poder que doblega las necesidades y derechos del prójimo.
Durante la primera media hora, la cámara pide a gritos un trípode. En planos fijos se balancea insoportablemente (ni siquiera puede pensarse que se haya buscado una expresión estética en ese movimiento inestable, propio del pulso humano) sobre unos seres iluminados por velas y con una verborragia avasallante.
La historia transcurre hacia lo previsible, sólo refrescada por una especie de separadores televisivos con imágenes de -por fin- una Venezuela que ostenta un mar azul y un cielo donde perder la mirada.
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Presunto culpable. Roberto Hernández y Geoffrey Smith (México, 2008)
Cerramos con la otra ganadora del Festival. Un film que viene con cuantiosos premios y que ofrece en clave documental la historia de un joven mexicano, del cual no importa tanto su nombre, sino su situación. Situación que es compartida por muchos mexicanos debido a la praxis de una Justicia que, paradójicamente, es injusta.
El mundillo de abogados, jueces y notarios, la cárcel y el sueño de la libertad, a través del baile, componen un relato equilibrado, con una perspectiva amplia que poco a poco va enfocándose hacia el centro de la denuncia.
El documental llama la atención del espectador, no sólo arrojándole cifras que romperían cualquier intento de justificación, sino convocándolo a una lucha para solucionar ese error social. Es allí donde radica el mérito del film. Y lo hace formalmente, desde el montaje ágil, donde el baile del acusado, con el salto mortal, como lapidaria metáfora, se combina con la mediocridad de las oficinas del juzgado.
Para leer la crítica que hemos hecho del film, pulsa aquí.
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