Existe un tipo de películas, cada vez más habitual en la cartelera, cuya carga explícita de violencia actúa como motor omnipotente de recaudación taquillera. A tal efecto se pueden considerar las macabras lecciones de la saga de Saw (2004-2010, varios directores) -que convenientemente ha tocado a su fin en la séptima entrega-, el falsario realismo de Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, Darren Aronofsky, 2000) o la explicitud grotesca de La pasión de Cristo (The Passion Of The Christ, Mel Gibson, 2004). Pese a que todas ellas atentan en mayor o menor medida contra la psique del espectador, sensibilizándole a través diversos mecanismos de representación del horror, la cuestión se torna mucho más seria cuando la cinta se sustenta en la seducción que genera un acontecimiento casual y nefasto, susceptible de ocurrirle a cualquier persona (entiéndase, lejos de las "fantasías" propuestas por los filmes citados). Cabría preguntarse por qué se hacen o por qué se ven estas películas que recrean situaciones que nadie en su sano juicio querría experimentar. El morbo de pasar un mal rato desde la segura y privilegiada comodidad del asiento son respuestas insuficientes para salvar un precepto casi seguro: su revisión será casi imposible, por inapetente.
Secuestrados es una grata e inédita sorpresa española dentro de este género, más por su origen y el de su director, Miguel Ángel Vivas -que ha evolucionado desde pequeñas y mediocres obras independientes hacia un thriller psicológico que sabe aprovechar sus truculentos recursos- que por su calidad; precisamente su oportunismo, siempre en forma de manifiestos y duros impactos, le hace perder puntos por el camino del metraje. No seré el primero ni el último que la confronte con cintas como Los extraños (The Strangers, 2008, Bryan Bertino) o Funny Games (cualquiera de las dos idénticas versiones -1997 y 2007- que filmó Michael Haneke es válida), sin embargo considero la comparación, sobre todo con esta última, necesaria para indagar en los defectos de la española.
La divergencia principal salta a la vista. En Funny Games, el dantesco despliegue de angustia procedía de un enfermizo juego que daba cuenta de un evidente desequilibrio mental en sus perpetradores. Ese era el único (y, aunque suene mal, maravilloso) encanto que podía destilar una trama tan desagradable, el suspense de un impredecible, por azaroso e indeliberado, guión de terrorismo doméstico. Secuestrados, sin embargo, presenta un incidente desencadenante mucho más racional, un robo, componente que permite pasar directamente y sin pudor al desquiciado frenesí de una violencia de esencia gratuita -olvidando por completo durante determinados momentos su pretendida "etiqueta" de thriller psicológico-, así como introducir algún que otro prejuicio tópico (los asaltantes albanos).
Hablando de los malos, su entrada en escena ya lanza alguna pista sobre lo que se verá a continuación. En Funny Games, el primer contacto entre agresores y víctimas fraguaba una tensión que abría la puerta a los malos presagios, dejándolos flotar en el ambiente hasta su confirmación. La llegada a la casa de los enmascarados allanadores en Los extraños pasaba de inquietante misterio a sentirse como un mazazo directo al cráneo. Sin embargo, en Secuestrados se ha optado por el socorrido sobresalto de andar por casa (nunca mejor dicho). No es de extrañar, bajo esta premisa, que sus también enmascarados agresores decidan prescindir pronto de sus pasamontañas descubriendo una identidad cuyo secreto residía, más que en averiguar de quiénes se trataba por consabido, en conocer el aspecto de semejante gentuza.
Pese a todo, el objetivo principal de la cinta, que pasa por mantener la tensión durante la hora y media de metraje, se logra, aún a base de salvajismo. Sólo se resiente de un pequeño goteo al comienzo de una prescindible narración dual calle-casa, que lejos de funcionar como solvente táctica de estilo, lo que consigue es filtrar la empatía del espectador; si éste lograba sentirse partícipe del "malrollismo" que supura el chalet, se aliviaba al volver a airearse a la calle. No obstante, la implicación del público se recupera gracias a un truco sencillo e infalible: el dibujo del perfil de los secuestradores dentro de una total abyección, sin percepción alguna de sentimientos ni escrúpulos en ellos. Con el respetable en la mano, la cinta puede presumir de hacerse incluso corta, con la falta imperdonable de dejadez al no haber exprimido del todo el juego de los imprevistos en la trama (se podía haber jugado más con, pongamos por caso, el episodio de la escapada de la casa, algo que en Funny Games activaba uno de sus mejores golpes de efecto). En su lugar, las "inesperadas" visitas de rigor de personal ajeno a la casa. Otro elemento que colabora en el relleno de minutos.
Lo cierto es que no hace falta ser un genio para despertar curiosidad e interés sobre un argumento como el de Secuestrados. Tan sólo se debe mantener un oportuno tempo narrativo y arrancar unas buenas interpretaciones (gran acierto el de Manuela Vellés) que carguen y descarguen la tensión en flujos armónicos y uniformes, imprescindibles si se quiere tratar de pasar por alto la falta de imaginación en un guión plagado de excesos innecesarios para la trama, pero obligatorios para lograr el shock que busca, que no le hacen apto siquiera para todos los públicos adultos. Aún sabiendo que esta clase de filmes no suele caracterizarse por un final feliz, los últimos minutos de la cinta de Vivas conseguirán vapulear la sala con una áspera y desencantadora previsibilidad.
Ficha técnica
Secuestrados, España-Francia, 2010
Dirección: Miguel Ángel Vivas
Producción: Emma Lustres y Borja Pena
Guión: Miguel Ángel Vivas y Javier García
Fotografía: Pedro J. Márquez
Música: Sergio Moure
Interpretación: Fernando Cayo, Manuela Vellés, Ana Wagener, Xoel Yáñez, Guillermo Barrientos, Martijn Kuiper, Dritan Biba.
Trailer:
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