Nosotros los malditos *

Howl

Rob Epstein y Jeffrey Friedman, EUA, 2010

Por Manu Argüelles

Los prestigiosos documentalistas Rob Epstein y Jeffrey Friedman dan el salto a la ficción, a través de la figura del poeta Allen Ginsberg, Howluno de los insignes pilares de la generación beat (los otros dos serían Jack Kerouac y William Burroughs). A tal fin utilizan uno de sus poemas más famosos, Howl, publicado en 1956, como eje cenital, para erigir una declaración manifiesta en torno a la libertad de expresión.

En este sentido, tres vértices se apuntalan en la trayectoria de los realizadores. Así toma cuerpo presente la declamación del poema combinado con leves apuntes biográficos, mediante el recurso de la recreación de una entrevista al creador, encarnado por un mimético James Franco, a los que se suma la dramatización del juicio que se llevó a cabo para dirimir la obscenidad de un poema que fue prohibido, poco después de ser publicado. Este último adopta vigencia ya que los patrones morales han cambiado con los años pero las acciones represivas siguen inalterables. Aunque nos suene lejano, no nos engañemos. Lo que vemos sigue perenne en los tiempos que corren[1]. Con ello, además, huyen del modelo típico del biopic, aunque hayan incurrido en una mixtura un tanto deslavazada y un pelín redundante.

HowlDesde aquel legendario y fructífero debate entre el cine de poesía y el de prosa, encarnados por los bandos contrarios de Pier Paolo Pasolini y Eric Rohmer, ¿cómo se plantean los realizadores llevar a la pantalla una obra innatamente escurridiza en celuloide para aliarse junto a Pasolini?[2] Pues deciden decantarse por una visualización bicéfala, de la que se desprende todo el lirismo de un film que hubiese necesitado brío, pero que acaba un poco atorado en su hibridación de formatos.

 Aunque no se menciona explícitamente, reproducen el mítico recital de La Six Gallery de San Francisco, acontecido el 7 de octubre de 1955, donde Ginsberg lo recitó enfervorizado. Este hecho provocó no solo un editor interesado en publicarle sus escritos, presente en la cita, sino su propia reafirmación definitiva como escritor. Lo presumo porque veo entre el público a Kerouac, tal como sucedió en el acontecimiento real, y el clima que se refleja coincide con el descrito por James Campbell[3].

Seleccionar este pasaje de su vida para llevarlo a pantalla es una muestra indeleble de la admiración y respeto que sienten por el Howlcreador, aparte de ser consecuentes con el homenaje a Ginsberg, al cual le encantaba recitar sus propios textos. Además, los propios versos rabiosamente entonados van acompañados de una animación demodé pero sumamente efectiva, para dar forma a las encadenadas imágenes de Howl. La alianza entre poesía oral y animación funciona, porque no existe expresión fílmica más libre y flexible para poder atrapar el imaginario de unos versos elásticos que rompen la métrica tradicional a ritmo de jazz.  De aquí podemos recoger los mejores valores del largometraje, ya que el aspecto de biopic resulta bastante insuficiente, solo para muy conocedores del escritor. Me resulta imperdonable la omisión de William Burroughs y se hace un flaco favor a Carl Salomon con su escasa mención, ya que el subtítulo del poema es para Carl Salomon. En detrimento del sacrificio de la parte biografiada (la importancia de Neal Cassidy y Kerouac en la vida de Ginsberg aquí se reduce a un telegráfico apunte sentimental) se opta por una excesivamente alargada parte destinada a recrear el juicio. Alargada, porque todos esos minutos ya están perfectamente sintetizados en el veredicto del juez.  Mientras que los anteriores tramos optan por contaminar la ficción de estrategias documentales (el recital, la entrevista) y alternar texturas y cromatismos (blanco y negro, decoloración de la imagen, imágenes de archivo... como si todo ello fuese un heteróclito collage), la parte del litigio responde propiamente a la ficción pura (muy aferrada al modelo genérico de los dramas judiciales), ya sin ropajes del cine de no ficción. En todo caso,  este punto clásico entorpece más que complementarse con el resto de los ingredientes, planteados desde una óptica más experimental.

HowlCerca del final del largometraje, Ginsberg comenta a cámara que hablar públicamente de la homosexualidad fue la forma de empezar a romper el hielo. Se refiere a la transgresión que se ejecutaba desde una contracultura erudita pero muy apegada a la calle, a las drogas, al sexo y a la delincuencia. Todo aquello que horrorizaba a la pacata sociedad norteamericana de los años cuarenta y cincuenta. De esta manera, Epstein y Friedman siguen siendo fieles a su trayectoria artística. Sus dos últimos documentales, El celuloide oculto (The Celluloid Closet, 1955) y Paragraph 175 (2000), no solo son tratados fundamentales sobre la cultura homosexual, ubicado el primero en la historia del cine y el segundo en el nazismo, sino que se erigen en auténticos manifiestos de lo que es silenciado por el discurso oficial, aquello que queda oculto y agazapado, y consecuentemente marginado. Con Howl no se consigue esa magnitud de sus anteriores incursiones cinematográficas, entre otras cosas porque el biografiado no es una persona desconocida, pero a pesar de sus fallas, debemos alegrarnos de que Howl vuelva a cobrar vida a través de la pantalla. Solo nos queda la duda de saber qué hubiese hecho con el mismo material Gus Van Sant, realizador afín que actúa aquí como productor ejecutivo.


[1] Veáse el encarcelamiento del realizador Jafar Panahi en Irán. O sin irnos más lejos, no existe mucha distancia entre lo que vemos y lo sucedido con Angel Sala al proyectar A serbian film (2010) en la pasada edición del Festival de Sitges. A tal efecto recomiendo que se visite el siguiente blog donde se glosa extensamente: http://proyectonaschy.wordpress.com/2011/03/12/a-serbian-film-moralismo-y-censura-entre-bastardos/

[2] El cine norteamericano siempre ha tenido serios problemas para llevar a pantalla las obras de la generación beat. Valga como ejemplo el proyecto, largamente frustrado, de Francis Ford Coppola para adaptar En el camino de Kerouac (miedo me da que lo haga Walter Salles, el que parece que por fin la realiza). Solo David Cronenberg consiguió con excelente resultado llevar al cine El almuerzo desnudo de Burroughs. Y para ello, tuvo que distanciarse de una novela imposible, recreando muy sabiamente el espíritu del libro para convergerlo con las obsesiones del realizador canadiense. Quizás eso explique que las figuras fundamentales del nacimiento de la contracultura norteamericana contemporánea hayan quedado prácticamente reducidas a documentales.

[3] Campbell, James: Loca sabiduría. Así fue la Generación Beat. Alba Editorial, Barcelona, 2001.

* Me permito robarle el título a la recopilación de los escritos de Pau Maragall, una de las personalidades fundamentales de la contracultura barcelonesa de los años 60 y 70.

Ficha técnica:

Howl, EUA, 2010

Dirección: Rob Epstein, Jeffrey Friedman
Producción: Elizabeth Redleaf, Rob Epstein, Jeffrey Friedman, Christine K. Walker
Guión: Rob Epstein, Jeffrey Friedman
Fotografía: Edward Lachman
Música: Carter Burwell
Montaje: Jake Pushinsky
Interpretación: James Franco, Mary-Louise Parker, Jon Hamm, Jeff Daniels, Alessandro Nivola, David Strathairn, Treat Williams, Aaron Tveit, Bob Balaban, Jon Prescott

Trailer:

 

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