Una leve cortina de arena se levanta sobre la costa, bordeando el mar. El plano-almohada[1], según denominación de Nöel Burch, que se repite dos veces, guarda algo de fantasmagórico, de inquietante belleza natural. Santiago desaparece... y vuelve a aparecer. Contracorriente, del debutante Javier Fuentes-León, integra así la premisa fantástica en su relato. Mediante un plano vacío que responde al color terrario del hombre, el azul incorpóreo convive en armonía, gracias a las tradiciones de una apacible villa sujeta entre escarpadas montañas y una pulimentada playa. Marrón y azul: carne y espíritu.
Ni jóvenes, ni guapos, ni urbanos. Javier Fuentes-León, como en Ander (Roberto Castón, 2009), se aleja de los tropos del cine de temática homosexual para narrarnos una bellísima y sosegada historia sobre la dignidad. Y para ello, al ritmo omnipresente de las olas batiendo en la arena, nos lleva al Perú pesquero, endogámico y fuertemente seglar. Miguel, pescador respetado en la comunidad, oficia las últimas honras al cuerpo fallecido de su primo para que su alma pueda alcanzar el descanso final. También espera ilusionado un hijo de su entregada mujer. Pero donde nadie le ve, Miguel busca el encuentro con el Otro, ese forastero que solo viene cada verano y lo único que hace es mirar aquí y allá y hacer fotos. Ese pintor, que ya saben, está aquí porque lo echaron de su sitio por maricón. ¿Qué es ser un hombre? ¿Se puede querer a un hombre y a una mujer? ¿Se puede combinar espiritualidad católica con homosexualidad? El realizador debutante responde a estas cuestiones con contenida emotividad para narrarnos el vía crucis de Miguel.
Para ello, Contracorriente, mediante un costumbrismo folklórico que hace acordarnos del engalanado realismo del cine italiano de posguerra -La terra trema (1948) de Luchino Visconti, con su comunidad de pescadores será una fácil evocación-, se articula en tres bloques modulados pero bien diferenciados. El primero, con Miguel y Santiago en su pasión clandestina, trae a la memoria el referente de Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005), para reflejar las prisiones emocionales en las que se confina el amor homosexual en entornos tradicionalistas y lejos de las urbes con mente progresista. La doble vida de Miguel es el encierro forzado de Santiago, a cambio de unas briznas de entrega, las cuales justifican cada vez menos la mazmorra que se han forjado.
Pero ahogar Contracorriente con la banalización de la cita del film de Ang Lee sería estrechar la propuesta. Porque en todo caso, actúa como motor de arranque para que la película nos lleve por otros senderos, alejados de los transitados por Jack Twist y Ennis del Mar. Lo siguiente que veremos, una vez que el mar se lleve lejos a Santiago, será una agraciada metonimia que actúa como idealización de una situación disonante. Donde antes había cadenas ahora correrá libre con cielo despejado. De la misma manera, en un doble ejercicio metafórico, gracias a las posibilidades de incluir el fantástico en los pliegues cotidianos, la misma situación permitirá canalizar el duelo por la ausencia del amado. Pero Fuentes-León, plácido, se aleja de la impresión grave (el gesto suave es la nota común), que suele derivarse de la profunda aflicción provocada por la pérdida. Porque mientras lo recordamos, sigue con nosotros. Y en esa viveza, Miguel consigue hacer feliz a todo aquello que más ama: Mariela, Miguel y Santiago, en ufana armonía. Pero el unchained melody en clave política no podrá sostenerse durante mucho tiempo, una vez que Miguelito haya nacido y la vela prenda su llama.
Un desafortunado descubrimiento que se propaga por la vía del chismorreo erige la ley de la sospecha y aquello que anida en la intimidad de Miguel trepa y escarcha los muros de contención. El estoicismo de Miguel provocado por el miedo ya anuncia su fin, momento en el que la respuesta conductual llega. En una variante del Gary Cooper de Solo ante el peligro (High noon, 1952), el western emocional que bate a Miguel con su pueblo y su mujer, debe dignificar la memoria de Santiago. Y aquello que jamás pudo tener en vida, debe tener su último momento de honorabilidad. Miguel quiere que en un futuro, su hijo pueda mirar con orgullo a su padre, porque hizo aquello que ennoblece al hombre. Aquí está el gesto a contracorriente, lo que un hombre debe hacer en nombre del amor.
El film, a través de una encomiable tolerancia y respeto hasta con los inquisidores consigue fundir agua y aceite, o lo que es lo mismo, homosexualidad y religión. Como Santiago, yo tampoco soy creyente ni muy amigo de las tradiciones ancestrales. Pero Javier Fuentes-León no aplica la intolerancia con los intolerantes, sin perder por ello un ápice de compromiso político. El discurso hace balance a través de los sentimientos. Pero sortea con laudable habilidad la emotividad desaforada, que podría precipitar la película hacia un culebrón de buenas intenciones.
Pero además, esa moderación tampoco asfixia a la obra en una ataraxia que nos deje fríos. Una puesta en escena, sutil y cuidada, nos trae la misma serenidad de las pinturas de Seurat, en la que confluyen colores opuestos. Así, al verse uno al lado del otro, se resaltan sus respectivas intensidades. Pero la discreción de las formas hace que todo esté al servicio de los actores, especialmente de los tres protagonistas que llevan sobre su peso la carga dramática del film. En ese triángulo equilátero, Mariela tiene la misma presencia e importancia, sin quedar restada por la relación entre los dos hombres.
En suma, el director consigue que todos los vectores dinámicos que intervienen confluyan en un perfecto equilibrio. Por ello, yo me quito el sombrero ante Contracorriente. Porque uno, que es de sangre caliente, sería bastante más agresivo. Pero no por gritar, uno es más convincente. Lo comenté en la crónica de FIRE!! y permitan que lo repita. Esta voz es la necesaria, no la que pide, sino exige que las relaciones gays se puedan vivir con la misma libertad que el resto de sus congéneres, sin faltar el respeto a las posturas contrarias. Es complicado llegar a esa tesitura sin que a uno se le enciendan los ánimos. Pero como Miguel, plantaremos cara. No se la pierdan.
[1] Denominación que Nöel Burch aplica a aquellos planos frecuentes del cine de Ozu, carentes de actividad humana, a modo de naturalezas muertas, que fragmentan la narración.
Festival de Sundance 2010. Premio del Público. Categoría World cinema-Dramatic.
Festival de San Sebastián 2009. Premio San Sebastián 2009.
Ficha técnica:
Contracorriente , Perú-Colombia-Francia-Alemania, 2010
Dirección: Javier Fuentes-León
Producción: Javier Fuentes-León, Rodrigo Guerrero
Guión: Javier Fuentes-León
Fotografía: Mauricio Vidal
Montaje: Roberto Benavides
Música: Selma Mutal Vermeulen
Interpretación: Cristian Mercado, Manolo Cardona, Tatiana Astengo
Por favor, comparte con los lectores de Revista de cine - Críticas, tráilers, sinopsis, análisis de películas tu opinión acerca de este artículo.