El mundo es grande y la imaginación, pequeña

El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina

Svetat e golyam i spasenie debne otvsyakade, Stephan Komandarev. Bulgaria-Alemania-Eslovenia-Hungría, 2008

Por Javier Moral

El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquinaNo son pocos los países o regiones del mundo que lastran todo tipo de expresión cultural con el peso de un pasado reciente, a menudo tortuoso y sin cicatrizar. Es muy lícito querer presentar un teoría o una opinión sobre los acontecimientos que marcaron nuestra Historia hasta el punto de hacernos ser quienes somos, pero se corre el grave riesgo de terminar condicionando el arte al dictado de la memoria. Los españoles todavía sufrimos los ecos de una cruenta Guerra Civil por haberse instalado de una manera incendiaria, partidista y lacrimógena en un cine -entre otros ámbitos- que a menudo demuestra abatimiento y poca intuición (pese a las chanzas que procurara el intrépido maestro Berlanga en La vaquilla -1985- y que ahora pretende resucitar el humor blanco de la teleserie Plaza de España). En su caso, los países de Europa del Este hoy trabajan en moldear una cultura todavía en pañales por la inestable situación derivada de su independencia finisecular.

Ese es el principal problema que achacan obras meritorias como El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina, debut cinematográfico de Stephan Komandarev, a partir de la autobiografía homónima del novelista Ilija Trojanow, ambientada en la Bulgaria comunista de los años ochenta; alimentarse a expensas de un pretérito que aún no prescribió como objeto de denuncia resulta contraproducente, en lo que a la originalidad se refiere, en la mayoría de los casos. Y es que esos dramas de miserias y migración protagonizados por familias jóvenes transmiten una fuerte sensación de déjà vu.

El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina, fotogramaDe hecho, al contrario de lo que se espera de la nueva hornada de refrescantes realizadores europeos, los dos pilares argumentales sobre los que se cimienta El mundo es grande... ya huelen, en cuanto a trillados recursos narrativos. Los contextos sociopolíticos de represión (comunistas, en Europa), por muy cercanos que resulten en el tiempo, se han convertido en fútiles trivialidades del cine histórico. Y la amnesia, además de proporcionar una poderosa inyección de intriga a un thriller, como ya suscribí hace unos meses en la introducción de mi crítica a Sin identidad (Unknown, Jaume Collet-Serra, 2011), también sirve para promocionar el llanto en los dramas. Sin necesidad de ir muy lejos, en 2003 estos dos mismos componentes maridaron a la perfección en la estimulante Good bye, Lenin! (Wolfgang Becker), en un sentido diferente en la forma, pero muy similar en el contenido, al de la cinta de Komandarev: desempolvar el pasado para soportar el presente.

Fotograma de El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquinaPor otro lado, es preciso reconocer la hermosura que desprenden las imágenes de El mundo es grande... El cineasta búlgaro aprueba raspado al sacar a trompicones una poética adulterada y malparada por forzar la sensiblería, aunque, de un modo autónomo, los encuadres del director de fotografía, Emil Hristov, presentan una belleza digna de la ruta mediterránea que recorren abuelo y nieto. Habrá quien me tache de apuntar alto pero, a ratos, estos frescos de esencia rural remozados por melodías instrumentales tan dulces, no dejan de evocarme otras retrospectivas mediterráneas, las que dibujaban dos preciosas cintas italianas que parecen haber tenido algo que ver en los influjos de Komandarev: la romántica Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore, 1928) y la trágica La vida es bella (La vita è bella, Roberto Benigni, 1997). Es decir, puede que el arte final no sea óptimo -posiblemente, ni siquiera será parecido al que el novato director esperaba conseguir-, pero sí se distingue una firme declaración de intenciones subyacente al conjunto estético.

Crítica de El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquinaLos viajes iniciáticos más tangibles (y habituales en el cine) son aquellos que reflejan el paso de una etapa vital a otra. En ellos, lo verdaderamente interesante reside en las reacciones del viajero ante unos descubrimientos que cincelarán nuevos matices en su personalidad. No obstante, en una travesía puramente espiritual que lleva por objeto la búsqueda de las raíces identitarias (aquí sí adquiere un gran valor el recurso de la amnesia), se estima la presencia de un mentor que dirija el rumbo del recuerdo. En este aspecto, supone un acierto la elección de un intérprete de excepción, Miki Manojlovic, en la piel de un idílico y excéntrico abuelo que diluye sus fijaciones maniáticas en una improbable mente abierta (sin obviar el admirable trabajo de Hristo Mutafchiev, como el padre en un pasado migratorio que funciona también como iniciación), que acentúa el contraste con un chaval que sabe hacerse muy bien el atolondrado.

En El mundo es grande... todo es bonito y tosco a la vez, hasta un simbolismo que se refugia bajo la poco ortodoxa metáfora de vida que se desprende del omnipresente backgammon, el juego de mesa más antiguo que conoce el hombre. Antiguo como la lección canónica de cine que el director demuestra aprendida y que le llevó a competir por una candidatura en la categoría de mejor película extranjera para los Oscar de 2010. 

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