El cuento chino del otro

Un cuento chino

Sebastián Borensztein, Argentina, 2011

Por Paula Segovia

Nuestra gloria más grande no consiste en no haberse caído nunca,
sino en haberse levantado después de cada caída.

Confucio

Un_cuento_chino_cartelSebastián Borensztein con su tercer largometraje, Un cuento chino, nos obsequia una fábula. Aquí, una vaca, que como bien sabemos es una especie que no está dotada para el vuelo, cae estrepitosamente del cielo para cegar la diminuta vida humana que con sus embarcaciones se aventura en el agua. El desafío de ambos seres a su naturaleza, parece una lección para abrir y cerrar el relato. Pero se suma otro factor, el azar, que juega sus dados para asombrarnos con un acierto inesperado, pero contundente, ya que antes podemos esperar que nos parta un rayo, pero nunca una vaca voladora. Un suceso inverosímil como el de toda fábula, real como todo lo absurdo de la vida misma. Sin embargo, lo ilógico no tiene razón alguna para salir de la coherente pluma del fabulador, que hilvana cuidadosamente cada acontecimiento. Pero en nuestro mundo globalizado todos los días leemos la prensa, en papel o en Internet, vemos un noticiero televisivo o escuchamos los últimos avances de radio, y en cualquier lugar, los sucesos de la realidad siempre superan a la ficción. Siendo el desafío y el azar nuestras constantes cotidianas de actualidad.

Un cuento chino es una fábula contemporánea de este mundo multicultural que no termina de entenderse, posiblemente el motivo sea que sus protagonistas son seres de una misma especie. En las fábulas de Esopo era más fácil que se entendieran astutas liebres con pacientes tortugas, o que se unieran un león y un asno, en un equipo y por una causa común. Pero lograr un entendimiento entre los hombres, imposible, así es que el diálogo entre un argentino y un chino es algo utópico. Antes en ellos hizo estragos el derrumbe de la Torre Babel, y posiblemente ambos ponían ladrillos en el mismo piso, pero en la caída se confundieron con la multitud para olvidarse que eran compañeros de faena. Entonces se hicieron extraños, desconocidos, forasteros, y finalmente fueron extranjeros.

Un_cuento_chino_1Y en este mundo en ruina, patas arriba y sin sentido, está Roberto, interpretado por Ricardo Darín, un hombre atrapado en el pasado, absolutamente analógico en este tiempo de comunicación digital: no usa, no tiene ni quiere un ordenador. Las redes sociales son un cuento de ficción para él, que atesora en un cajón una carta manuscrita de su amada, sin abrirla por el debido respeto y temor a ese agujero negro que es el amor. Mientras, su hogar, que lo retiene en el tiempo, lo salva del desafío del presente como una dura coraza de recuerdos de lo que una vez era una familia. Un personaje romántico y nostálgico, pero con un aroma rancio y añejo a la vez. Sin embargo, y a pesar de refugiarse en un recodo de la espiral del tiempo, la vida también se ha encargado de tenderle caídas azarosas, que en parte le han trucado su lineal existencia, como caer en una absurda guerra sin desearlo o presenciar la caída del otro, que sin quererlo, lo arrastra a un nuevo giro del relato.

Un_cuento_chino_3Y ese otro es Jun, interpretado por Huang Sheng Huang, que logra dar el empujón a Roberto para sacarlo del mundo de formol en que se encuentra. Pero también es el empujón para cualquier espectador a abrir los ojos de un mundo cegado al "otro", al diferente, al extraño, a ese que repentinamente invade nuestro espacio público y nos despierta de la pereza de la vida. Jun simplemente puede ser el rostro de uno de los cincuenta millones de personas de la diáspora china, por tanto, no es ni tan raro ni tan exótico como parece, es más común de lo que creemos. Jun irrumpe ante la vista de Roberto, como todo migrante de hoy que puede ser escupido por aviones, trenes, autobuses, barcos, balsas y cayucos, en un orden creciente de infortunios, al caer de un taxi, expoliado y herido, como estigma de sus congéneres. Abriendo así las puertas de la ciudad de Buenos Aires como un lugar dónde no sólo estafan los proveedores ferreteros con unos cuantos tornillos de menos, sino que también acampa un entramado hostil de delincuencia, policía corrupta y burocracia consular que acecha a todo migrante en cualquier parte del mundo. Así ambos, por otro juego de dados, a pesar de la lengua y el origen geográfico que los separa, y de las dificultades de la convivencia obligada, se unen en la soledad: ambos sin saberlo han perdido a su familia, ambos son huérfanos que transitan por este mundo caóticamente disperso. Pero no son tan distantes, no son tan diferentes, sino más bien muy parecidos, simplemente dos caras de la misma moneda.

Para completar el triángulo, Borensztein nos presenta a Mari, interpretada por Muriel Santa Ana, la amada que busca desesperadamente caer en los brazos del amor de Roberto, pero el azar parece no estar de su lado para hacerle la oportuna zancadilla. Él es un hombre citadino, de "malas pulgas", huraño y rutinario, posiblemente lo menos atractivo para la dulzura e ingenuidad campesina que ella representa. Ella es la única que ve a Roberto con otros ojos, los de la ternura y la pasión que hacen florecer las cualidades del ser amado. Y a pesar de su adultez e independencia, es "la novia que espera" de antaño, siempre comprensiva y tolerante. Una paciente costurera que da puntadas de unión para lograr su cometido.

Un_cuento_chino_2Y ya nos parece tácito que la actriz de turno se enamore de él, sí ya a nosotros como espectadores nos ha conquistado hace tiempo. Ricardo Darín es una apuesta segura en cualquier película, y lo más loable es que sigue trabajando en el cine argentino. Al toparnos con su mirada en la pantalla, tal como le ocurre a Mari, ya sabemos mucho de él, sea que encarne a un ladrón de poca monta o a un cuarentón en la encrucijada de su vida, siempre nos es familiar su rostro, sus gestos, su sonrisa. Pero al ver a su lado a Huang Sheng Huang, no sólo vemos un nuevo rostro en el panorama cinematográfico, sino que observamos más detenidamente ese espejo del alma y nos preguntamos por el relato del otro, por este desconocido de ojos rasgados que implora con la mirada. Y en parte nos quedamos con esta incógnita sin despejar. Borensztein nos priva como espectadores de la voz de Jun, salvo en contadas ocasiones que otros personajes de la trama lo pueden traducir. Sí habla chino, chino mandarín y no entendemos nada. Sufre, llora, acepta, ríe, pero sus gestos no terminan de completarse con sus palabras. Es un personaje empático, pero a ratos está relegado por la sombra de la estrella. Su entorno no lo comprende, pero nosotros como espectadores tampoco, sufrimos por igual esta ininteligibilidad de la lengua.

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