La seguridad de la incertidumbre

Attack The Block

Joe Cornish. Reino Unido, 2011

Por Javier Moral

Cartel de la película Attack the BlockLa coincidencia en el tiempo reciente de la publicación en EL ESPECTADOR IMAGINARIO de mis artículos sobre The Walking Dead  y (la introducción) de Mientras duermes podría concurrir en la causa de que mi discurso sobre la atractiva reformulación de los códigos del terror clásico por parte del audiovisual posmoderno tenga en el lector un efecto narcótico por su redundancia y pesadez. Sin embargo, mi intención esta vez, lejos de apuntar a una obsesión por el tema, pretende lo contrario: situar el inminente estreno de Attack The Block, ópera prima del cómico británico Joe Cornish, como una de las más consistentes excepciones que confirman la regla.

La discordante opción alienígena, entre tanto zombi y vampiro, se erige como una óptima reivindicación identitaria que, junto a ese sano cinismo que tanto se echa en falta hoy en día (o más correcto sería decir que se achaca su ineficiencia habitual), han traído al recuerdo colectivo el inolvidable imaginario de Gremlins (Joe Dante, 1984). De acuerdo, un aire se da, pero en la cinta de Cornish la presencia extraterrestre funciona como un pretexto tontorrón para alimentar su mejor baza: un puñado de adolescentes rebeldes –en un momento histórico de descontento en el que esta característica ya sirve para calificar a un colectivo social- que funciona como ente único, solo fragmentado con la progresiva asunción de madurez por parte de sus integrantes (alentada por el trágico efecto de las muertes de algunos de ellos). Es por este motivo que concibo Attack The Block como una gang-movie de la antigua escuela; su actitud entrañable y aventurera, volviendo a la década de los ochenta, me despierta una nostalgia mucho más cercana a Los Goonies (The Goonies, Richard Donner, 1985) –eso sí, conmutando esa semilla hortera del "pijerío" post-grunge de melenas, vaqueros desgastados y deportivas blancas por la automatizada cultura del hip-hop.

Fotograma de Attack the blockEl carisma del grupo protagónico deja, como ya he dicho, la dimensión de sci-fi reducida a la anécdota dispuesta, a la categoría de sustancial complemento, de valor añadido al exclusivo servicio de un divertimento puro y duro. No hace falta rebuscar demasiado para hallar la prueba en unos toscos efectos especiales que se esconden tras la intriga, el poder de los diálogos y, sobre todo, el trasfondo social. Y es que el contexto de la marginalidad juvenil y sus obligados guetos, tan habituales en el actual cine social francés -aún muy empeñado en reflejar las máculas de la integración interracial-, siempre aparece de la mano de la denuncia de una educación disfuncional. A este respecto, resulta impagable la escena del rearme ante la plaga, en la que cada chico entra en una casa sin autoridad visible, donde la comunicación es un elemento prescindible y disperso que se practica a voces.

Crítica de Attack the blockBajo este punto de vista, no queda otra que catalogar Attack The Block como un sincero ejercicio dramático de raíz autocrítica pero de espíritu burlón, que juega a saltarse las normas para acicalarse con la siempre provechosa referencia pop y un atinado préstamo coreográfico en la acción, ecuación asimétrica para una imperfecta historia de antihéroes juveniles. Asimétrica por su extraña combinación de ternura y brutalidad, donde los niños hacen de adultos y, de paso, se parodia el slasher moderno; Misfits comienza a ejercer una poderosa influencia como clásico precoz.

Muy a cuento del trance económico por el que atraviesa el mundo, que arrastra tras de sí otra crisis, la de los valores morales -donde la revolución de las redes sociales contribuye tanto para bien como para mal-, con unos niveles de confianza que rayan en el más absoluto desencanto, la amenaza se siente en cada esquina y ni siquiera las fuerzas de seguridad saben ni quieren contenerla (como en la película, una vez puestas a prueba, ni rastro de síntomas positivos). Imagen de la película Attack the blockLa progresiva instauración de la cultura del miedo ha conducido al hombre hacia una involución donde lo único que importa es la defensa de su único bien innato: la identidad, la comunidad a la que pertenece. El último bastión de Moses y los suyos es el bloque de viviendas de protección oficial donde viven –y al que hace alusión el título-, que el género se encarga de emparentar con una aeronave saboteada que dispone de una plantación indoor de marihuana a modo de improvisada habitación del pánico, y de donde se concluye una síntesis de la filosofía del filme: cuando el miedo hace caer en la cuenta de las debilidades propias, descubrimos el peligro en el lugar que creíamos más seguro. Cornish echa el cierre a su debut con un agradecido canto a la esperanza, a través de la disolución de un riesgo mal interpretado. Qué más quisiéramos que caer en la cuenta de que todas nuestras amenazas responden a sencillos procesos naturales. Aunque, bien pensado, son ley de vida.

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