Negro sobre celuloide: los escritores en el cine

Por Joaquín Juan Penalva

Fotograma de Shakespeare in love

Ahora que acaba de estrenarse, rodeada de cierta polémica, Anonymous (2011), la interpretación que ha hecho Roland Emmerich sobre la vida y la obra de William Shakespeare, es un buen momento para lanzar una aproximación a la manera en que el séptimo arte se ha acercado al mundo de la escritura y a sus autores. Las relaciones entre el cine y la literatura aparecieron en el momento en que nació el nuevo arte cinematográfico, y se han mantenido hasta nuestros días. Más que un encuentro, el cine y la literatura tuvieron un encontronazo. Ahora bien, aquí no nos centraremos en esas amistades peligrosas, objeto de una disciplina tan amplia como la Literatura Comparada, sino que intentaremos esbozar un recorrido por algunos de los títulos que han reflejado el mundo de la creación literaria.

Más allá de la ficciónComo afirmaba Luis Bagué, una película sobre un pintor puede representarlo pintando, y lo mismo ocurre con una cinta sobre un escultor, un arquitecto e incluso un director de cine, pero el propio fenómeno de la escritura es, en sí mismo, bastante aburrido y anodino; nadie quiere ver una película donde Cervantes se pase el día escribiendo sin parar, aunque sea el Quijote, y ni siquiera las nuevas tecnologías han convertido este oficio en algo más atractivo, antes al contrario: una pluma y un tintero poseen mucho más encanto que una máquina de escribir o el teclado de un ordenador. Todo aquel realizador que decida rodar una película sobre un escritor no puede presentarlo escribiendo, pero tiene a su alcance dos recursos fundamentales: por un lado, está la biografía del autor –hay literatos cuya mejor obra es la propia vida–; por otro, su universo creativo. No queremos ver a Shakespeare escribiendo Hamlet, queremos ver cómo el príncipe de Dinamarca va cobrando vida en la mente de su creador.

En buena medida, la biografía de los escritores ha interesado especialmente a las cadenas de televisión desde un momento bastante temprano. De hecho, un buen número de grandes cadenas nacionales se ha encargado de filmar biopics más o menos convencionales sobre todas las glorias patrias, incluidas las literarias. Desconozco la situación en otros países, pero, en el caso de Televisión Española, encontramos muchos telefilmes o miniseries cuyo protagonista fundamental es un escritor, la mayoría de ellas con un gran director a la cabeza y con un reparto estelar. Así, encontramos, entre otras, Cervantes (Alfonso Ungría, 1980), Teresa de Jesús (Josefina Molina, 1984), Lorca, muerte de un poeta (Juan Antonio Bardem, 1987-1988), Blasco Ibáñez (Luis García Berlanga, 1997) y Viento del pueblo: Miguel Hernández (José Ramón Larraz).  

El cine, en cambio, siempre se ha mostrado algo más cicatero, y, aunque ha abusado de las obras –más de la mitad de los guiones que llegan a rodarse parten de un material literario previo–, no se ha interesado tanto por su autores. En el caso del cine español, sin ir más lejos, no abundan las películas sobre escritores, y los resultados no son siempre satisfactorios. Así, por ejemplo, el éxito reciente de público de una película como Lope (Andrucha Waddington, 2010), en la que Alberto Ammann encarna al “Fénix de los Ingenios”, es toda una excepción, ya que lo habitual es que este tipo de largometrajes no tengan demasiados espectadores y sufran, además, los rigores de la crítica, tanto cinematográfica como literaria. Recordemos, por ejemplo, casos recientes como Teresa, el cuerpo de Cristo (Ray Loriga, 2007), en la que Paz Vega interpretaba a Santa Teresa de Jesús, o El cónsul de Sodoma (Sigfrid Monleón, 2009), sobre la vida del poeta Jaime Gil de Biedma (Jordi Mollà), en la también aparecen personajes como Juan Marsé (Àlex Brendemühl) y Carlos Barral (Josep Linuesa). 

Resulta curioso comprobar cómo los dos grandes místicos de la literatura española, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, han despertado el interés de nuestros cineastas. Es más, casi siempre se ha producido una trasposición de índole sexual cuando se ha intentado recrear el éxtasis místico en el cine. Ocurría, desde luego, en Teresa, el cuerpo de Cristo, pero también en La noche oscura (1989), en la que Carlos Saura presentaba el encierro del maestro de Fontiveros, al que le prestaba su rostro un inmenso Juan Diego, mientras que Julie Delpy era la Virgen María.

El desencantoDe todas maneras, creo que donde el cine español se ha acercado de una forma más certera al mundo de un escritor es en dos docudramas, El desencanto (Jaime Chávarri, 1976) y Después de tantos años (Ricardo Franco, 1994), una disección terrible y cruel de la institución familiar y, al mismo tiempo, del franquismo. El desencanto se convirtió en todo un símbolo de la transición, una película en la que los hijos (Juan Luis, Leopoldo María y Michi Panero) atacaban a la madre (Felicidad Blanc) a propósito del padre (Leopoldo Panero). En Después de tantos años, en cambio, la madre ya ha muerto y asistimos a la decadencia física de los hermanos Panero, a un fin de raza.

Otro de los poetas que ha quedado inmortalizado en el cine ha sido Pablo Neruda, con el que Leopoldo Panero padre mantuvo una interesante polémica a raíz de la publicación del Canto general. Neruda se convirtió en un personaje cinematográfico gracias a la trasposición cinematográfica de una novela de Antonio Skármeta titulada Ardiente paciencia. El resultado, El cartero y Pablo Neruda (Il Postino, Michael Radford, 1994), donde encontramos a un inmenso y entrañable Philippe Noiret como Neruda, al que le daba la réplica un genial Massimo Troisi como su cartero.

En realidad, casi todos los grandes autores han merecido alguna película. Así, Romain Duris calza las botas de Jean‑Baptiste Poquelin en Las aventuras del joven Molière (Molière, Laurent Tirard, 2007), y Shakespeare, antes de Anonymous, ya había inspirado Shakespeare in love (John Madden, 1998), una sofisticada comedia repleta de anacronismos que mostraba el proceso de creación de Romeo y Julieta. En ella, Joseph Fiennes interpretaba a Shakespeare y Rupert Everett a Christopher Marlowe, aunque parece que, en realidad, nunca llegaron a encontrarse. Es habitual, en este tipo de títulos, que los directores y guionistas se tomen algunas licencias, lo que suele provocar, irremediablemente, las respuestas más airadas por parte de los críticos e historiadores literarios. Miguel y WilliamUno de los casos más curiosos es Miguel y William (2007), una comedia de Inés París que sitúa a Cervantes (Juan Luis Galiardo) y a Shakespeare (Will Kemp) en los vértices de un triángulo amoroso presidido por el personaje interpretado por Elena Anaya.

Hay algunos directores, como Philip Kaufman, Brian Gilbert o Marc Forster, que han prestado atención a la literatura en varias de sus películas. Así, Kaufman presenta al Marqués de Sade (Geoffrey Rush) encerrado en un manicomio en Quills (2000), durante la época en que escribió algunos de sus títulos más famosos, como Justine, pero ya antes se había aproximado a la desordenada vida de Henry Miller en la tórrida Henry & June (1990), con Fred Ward, Uma Thurman, María de Medeiros, Richard E. Grant y Kevin Spacey en los papeles principales. Brian Gilbert, en cambio, se especializó en lujosas recreaciones históricas en títulos como Tom & Viv (1994), en la que Willem Dafoe daba vida al poeta T. S. Eliot, y Wilde (1997), con un reparto encabezado por Stephen Fry, que encarnaba al autor de El retrato de Dorian Gray y La importancia de llamarse Ernesto. Muy interesante es, por último, la filmografía de Marc Forster, que se ha ocupado de la literatura en dos títulos: en Descubriendo Nunca Jamás (Finding Neverland, 2004) presenta el contexto en el que James Barrie (Johnny Depp) alumbró un personaje como Peter Pan, mientras que en la genial Más extraño que la ficción (Stranger than Fiction, 2006) describe, en clave de comedia, las tribulaciones de un personaje, Harold Crick (Will Ferrell), que se vale de un crítico literario, el profesor Jules Hilbert (Dustin Hoffman), para encontrar a su autora, Karen Eiffel (Emma Thompson), en una mezcla estupenda de géneros que bebe a partes iguales de Pirandello y Unamuno.

MiseryOtro de los géneros que ha mostrado cierta predilección por el mundo literario es el del terror, como lo demuestran títulos tan conocidos como Misery (Rob Reiner, 1990), En la boca del miedo (In the Mouth of Madness, John Carpenter, 1994) o La ventana secreta (Secret Window, David Koepp, 2004). También el thriller se ha aproximado a los escritores en títulos como Medianoche en el jardín del bien y del mal (Midnight in the Garden of Good and Evil, Clint Eastwood, 1997), donde John Cusack interpreta a un escritor, John Kelso, que visita la ciudad de Savannah y se ve envuelto en el asesinato de su anfitrión, Jim Williams (Kevin Spacey). Ahora bien, donde este género alcanza sus cotas más altas es en clásicos como El tercer hombre (The Third Man, Carol Reed, 1949) o El premio (The Prize, Mark Robson, 1963), y, más recientemente, en una obra maestra como El escritor (The Ghost Writer, 2010), película de Roman Polanski en la que Ewan McGregor trabaja para un antiguo Primer Ministro de Inglaterra (Pierce Brosnan), del que trata de escribir su biografía.

En un recorrido como este son muchas las referencias que se quedan en el tintero, pero no quería dejar pasar la ocasión sin traer aquí a los autores que, además de escribir sus propias historias, también las ilustran. Es el caso de Renée Zellweger, que se convierte en Beatrix Potter en Miss Potter (Chris Noonan, 2006), o de Santiago Segura, que en El gran Vázquez (Óscar Aibar, 2010) se transforma en un picaresco dibujante de cómics, creador de la Familia Cebolleta y de Anacleto. Mucho más fantástica resulta la aproximación de Terry Gilliam a los cuentos infantiles en El secreto de los hermanos Grimm (The Brothers Grimm, 2005), donde Matt Damon y Heath Ledger interpretan a los famosos hermanos. Gilliam ya le había dedicado una película al escritor de culto Hunter S. Thompson, Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998), protagonizada por Johnny Depp, especialista en este tipo de papeles.

Prozac NationCon Hunter S. Thompson podríamos abrir un nuevo apartado, el de los escritores malditos, desde el personaje que interpreta Albert Finney en El desayuno de los campeones (Breakfast of Champions, Alan Rudolph, 1999), trasunto cinematográfico del autor de la novela en que se inspira el guion, Kurt Vonnegut, hasta la versión apócrifa que hace de sí mismo Charles Bukowski en el Hank Chinaski de Factotum (Bent Hamer, 2005), protagonizada por Matt Dillon, por no hablar de Christina Ricci en Prozac Nation (Erik Skjoldbjaerg, 2001), donde interpreta a Elizabeth Wurtzel.

He reservado para el final algunos de los títulos más representativos, como La tapadera (The Front, 1976), magnífica película de Martin Ritt en la que Woody Allen interpreta a un testaferro que firma los guiones escritos por un autor represaliado por la caza de brujas del senador McCarthy; pero también sería necesario presentar aquí la visión que el cine ha ofrecido de Truman Capote, concretamente del proceso de investigación y escritura que desembocó en la novela‑reportaje A sangre fría. Philip Seymour Hoffman y Catherine Keener, por un lado, y Toby Jones y Sandra Bullock, por otro, fueron Truman Capote y Harper Lee en Capote (Bennett Miller, 2005) e Historia de un crimen (Infamous, Douglas McGrath, 2006), respectivamente.

Descubriendo a ForresterAhora bien, si hay tres películas que resumen muy bien el oficio de escritor, al menos desde mi punto de vista, son Descubriendo a Forrester (Finding Forrester, Gus Van Sant, 2000), Jóvenes prodigiosos (Wonder Boys, Curtis Hanson, 2000) y The Door in the Floor (Tod Williams, 2004). En la primera, Van Sant convierte a Sean Connery en un trasunto de Salinger, el autor de El guardián entre el centeno, pues, al igual que él, William Forrester ha sido autor de una novela única y vive completamente retirado del mundo. En las otras dos, en cambio, se ofrece una visión descacharrante y desmitificadora del oficio de escritor. Tanto Grady Tripp (Michael Douglas) como Ted Cole (Jeff Bridges) son personajes sobre los que se practica una cruel vivisección, pero lo más curioso es que, al final de ambas películas, se van dignificando y los personajes son salvados por la historia, pues, a pesar de todas sus miserias, que no son pocas, mantienen su dignidad y resultan entrañables para el espectador. Algo parecido ocurre con el protagonista de Midnight in Paris (Woody Allen, 2011), un escritor (Owen Wilson) convertido en guionista de éxito en Hollywood que, finalmente, consigue redimirse merced a un curioso recurso narrativo empleado por Allen.

Y si empezábamos este recorrido con una película sobre Shakespeare, uno de los dramaturgos más importantes de la literatura universal, el autor de referencia del teatro isabelino, bien podemos acabarlo con una breve alusión a Howl (Rob Epstein y Jeffrey Friedman, 2010), que se centra en la Beat Generation, concretamente en el momento en que Allen Ginsberg (James Franco) compone su famoso Aullido. Le acompañan, cómo no, Jack Kerouac (Tod Rotondi) y Neal Cassady (Jon Prescott). Sin duda, el cine ha escrito algunas de las mejores páginas de la literatura reciente.

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