Bajo una pátina de ciencia‑ficción y una premisa argumental que parece sacada de una distopía literaria, Otra Tierra esconde un drama de corte intimista que practica una impecable disección sobre el tema de la culpa y la redención, auténtico leitmotiv de toda la película. El film nace de la colaboración entre los polifacéticos Mike Cahill (director y coguionista) y Brit Marling (actriz y coguionista), en su segundo proyecto juntos tras el documental Boxers and Ballerinas (2004), codirigido por ambos.
Ante Rhoda Williams (Brit Marling) se abre un futuro brillante, después de haber sido admitida en el prestigioso programa de Astrofísica del MIT, pero todo se trunca el día en que aparece en el cielo una réplica de la Tierra, que recibe el nada imaginativo nombre de Tierra 2, una suerte de doble o sosia que plantea las más variopintas teorías. Esa misma noche, tras haber bebido, Rhoda provoca un accidente que trunca la vida de una familia y pasa los cuatro años siguientes en prisión. Este sería el prólogo de una ficción que arranca cuando Rhoda sale de la cárcel y trata de reconstruir una vida interrumpida. La culpa la lleva hasta la puerta de John Burroughs (William Mapother), que sobrevivió al accidente, pero ella es incapaz de decirle la verdad y empieza a echarle una mano en las tareas domésticas. En cierto modo, la vida de los dos personajes quedó congelada, anclada, cuatro años antes, en el momento en que apareció Tierra 2, pero, poco a poco, va a comenzar de nuevo y Rhoda será capaz de devolverle a John la sonrisa que ella misma le había robado.
Otra Tierra juega permanentemente con los silencios y una atmósfera muy fría, con una estética que recuerda mucho a la filmografía de Isabel Coixet. Ahora bien, la cinta se construye fundamentalmente sobre las interpretaciones contenidas de los dos protagonistas casi absolutos. No es casual que Burroughs fuera, en su vida anterior, un virtuoso compositor, cuya música quedó totalmente silenciada tras la muerte de su mujer embarazada y su hijo de seis años. Únicamente ahora, cuando vuelve a relacionarse con el entorno gracias a Rhoda, es capaz de recuperar su razón de ser, el motivo de su existencia; al recuperar la música, es capaz de recuperar nuevamente su vida, que languidecía en una enorme casa llena de suciedad y a medio construir, tan solo visitada de forma esporádica por alguna prostituta contactada por teléfono.
En realidad, Otra Tierra bebe de fuentes muy diversas, fundamentalmente cinematográficas, y resulta casi inevitable referirse, por un lado, a la filmografía de Andrei Tarkovski, especialmente Solaris (Solyaris, 1972), y, por otro, a algunos de los títulos más conocidos de Krzysztof Kieslowski, como La doble vida de Verónica (La double vie de Véronique, 1991), Azul (Trois couleurs: Bleu, 1993) y Rojo (Trois couleurs: Rouge, 1994). Al cabo, todos esos referentes giran en torno al tema de la culpa y del perdón, motivos angulares de la existencia humana, de ahí el cariz marcadamente filosófico que adquiere Otra Tierra, especialmente cuando se plantea la posibilidad de que Tierra 2 fuera una réplica exacta de la Tierra hasta el momento en que ambos planetas se encontraron, pues entonces podría haberse roto la sincronía. Surge, por tanto, una serie de preguntas: "¿existe otro yo en Tierra 2?"; "¿ha cometido los mismos errores?"; "¿hay una mínima posibilidad de salvación?". En ese momento, la cinta adquiere un tono más propio de la ciencia‑ficción de estirpe filosófica, pero eso facilita que el espectador pueda formularse ciertos interrogantes y dar respuesta a cuestiones que todo el mundo, tarde o temprano, se ha planteado: "¿Quién hubiera podido ser yo de no haber sido yo mismo, de haber elegido otro camino, de haber rechazado un trabajo, de haber tenido hijos, de no haberlos tenido...?". Unamuno hablaba del "yo exfuturo", de ese yo que podríamos haber sido de no haber sido nosotros.
Sin duda, supone una auténtica rareza que una película indie como la de Cahill, carne de Sundance, haya llegado a las salas comerciales, y lo más curioso es que haya coincidido con títulos como El árbol de la vida (The Tree of Life, Terrence Malick, 2011) y Melancolía (Melancholia, Lars von Trier, 2011), con los que comparte mucho más de lo que parece. Cahill ha filmado una película modesta que logra poner al ser humano frente a un abismo, frente a un espejo, el de la culpa, el de la propia responsabilidad, el de la necesidad de perdón. ¿Y si esa Tierra 2 es un lugar más justo? ¿Y si fuera verdad que hemos sido capaces de ser mejores? Ojalá fuera cierto. Como afirma Stanislaw Lem, "no tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos".
Premios: Premio Especial del Jurado en el Festival de Sundance, Premio a la Mejor Actriz (Brit Marling) en el Festival de Sitges.
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