¿Un gran amor (des)politizado?

Juan y Eva. El amor, el odio y la revolución

Paula de Luque. Argentina, 2011

Por Marcela Barbaro

Juan y Eva cartelEn 1944, durante el gobierno del Gral. Pedro P. Ramírez, el teniente coronel Juan Domingo Perón (Osmar Núñez) era, por entonces, Secretario de Trabajo, Ministro de Guerra y Vicepresidente. Y la joven María Eva Duarte de 23 años (Julieta Díaz) era una actriz de radio que provenía de la Provincia, con ansias de hacer carrera artística. Aún no existía el peronismo, el mundo vivía tiempos de guerra y en la Argentina el poder conservador de los militares junto con la oligarquía recrudecía cualquier intento de gobierno de corte popular vinculado al sector sindical. En medio de ese clima de inestabilidad y revolución, Juan y Eva se consolidaron como una de las parejas más emblemáticas de la Argentina.

"Me interesan los recorridos biográficos", dice Paula de Luque, guionista y directora del film, y continúa: "En este caso en particular, estamos hablando de la biografía amorosa de dos personajes que han trascendido su propia existencia, su propia intimidad. El tema del amor y la política, el mundo público y el mundo privado me atraen, porque aparentemente son opuestos, y sin embargo, si uno investiga, si uno lee sobre el tema, encuentra en Perón y en Eva Duarte la síntesis dramática perfecta entre esos mundos aparentemente opuestos, descubre cómo las encrucijadas políticas que atraviesan los van transformando en lo que luego serán. Y de cómo la vida privada, íntima, de ambos, influye en los acontecimientos sociales y políticos de un país entero. Esto me resultó un material dramático interesantísimo, que es la razón de ser de la película".

Juan y Eva fotogramaSi bien la directora en sus películas anteriores (Cielo azul, cielo negro y El vestido) demostró una tendencia visual más vinculada al campo experimental y metafórico, en Juan y Eva construye un relato clásico, basado en la novela homónima de Jorge Coscia, que transcurre desde enero de 1944, cuando la pareja se conoce en el festival de beneficencia por los damnificados del terremoto de San Juan, hasta el emblemático 17 de octubre de 1945, luego de la liberación de Perón. Tanto el inicio como el cierre de su historia no son casuales. Ese amor parece estar signado a parecerse a esos dos acontecimientos que dejaron su huella, tal como ellos. De los escombros y la desunión, hasta el alzamiento popular más contundente.

Juan y Eva fotogramaDividida en tres secuencias: el amor, el odio y la revolución, la película desarrolla en forma pareja cada una las distintas instancias que atravesaron los personajes, dejando en claro el peso de un contexto sociopolítico complejo, que influirá notablemente en su relación. Juan y Eva no fueron una pareja clandestina, ni estaban aislados. Entre ellos había diferencias de edad, de clase social y de profesión, pero lo más corrosivo fue el rechazo a su vínculo por parte de los sectores más conservadores de la sociedad, expresado principalmente en el comandante Eduardo Ávalos (Fernán Mirás). Esos condicionamientos se verán en el paulatino proceso de construcción, que De Luque traducirá sin grandes detalles y sin profundizar en los hechos históricos. De forma superficial, veremos una construcción de identidad, que conducirá a un hombre y a una mujer a transformarse en mito. O sea, a pasar de Eva a Evita y de Coronel a Perón.

¿Se puede hacer foco en la historia de amor de dos personalidades cruciales de la historia argentina despolitizando el discurso? Es difícil no mezclarlo, pero la primera intención de Juan y Eva es esa. Ceñirse al inicio de esa relación, donde el desarrollo de ese amor prevalecerá sobre el terreno político, que está latente y permanece en segundo plano, como una subtrama. Por eso mismo, no se la puede comparar con otros films argentinos de corte histórico-político, como Evita (1996), de Juan Carlos Desanzo, o Sinfonía de un sentimiento (1999), de Leonardo Favio.

Juan y Eva fotogramaSin embargo, y a pesar de la intención de abordar dos figuras desde un lugar más humano, si se quiere, casi desmitificándolos por momentos, el inicio del film parce mezclar realmente las cosas. En la primera escena se opta por el montaje paralelo para escuchar, por un lado, una audición radial con la voz de Eva de fondo, mientras que, por otro, vemos la llegada a Buenos Aires y el agasajo al nuevo embajador y empresario de Estados Unidos, Spruille Braden (Alfredo Casero), quien será otra de las figuras políticas clave, opuesta al surgimiento de Perón como líder de los trabajadores. Sin duda, hay una clara mirada anticipatoria sobre lo que vendrá en relación a Eva.

Será precisamente en Eva, donde el relato pone mayormente su acento, debido a un cambio más notorio de transformación, una construcción más traumática que la llevó a ser la Evita que hoy conocemos y, por la que, sin eufemismos, dejó la vida. Caracterizada por el talento de Julieta Díaz, la elección de los planos y los encuadres sobre Eva la muestran tan hermosa y enérgica como frágil y vulnerable. Se exponen sus celos ante las mujeres de Perón, la envidia y la admiración al talento de la secretaria de prensa, Blanca Luz (María Ucedo), se trasluce su carga de resentimiento provincial y el despertar de un odio creciente contra quienes se opusieron a truncarle los sueños.

Juan y Eva fotogramaOsmar Núñez, en la piel de Juan, no logra traducir el temple y el porte característico de Perón, también se lo verá endurecer su posición frente a la intolerancia de un entorno cada vez más polarizado, junto a su creciente necesidad de estar con Eva.

Sin embargo, y a pesar de ser procesos que la directora registra con buen pulso -a través de planos adecuados, bellos encuadres y una estética cuidada, principalmente, en las escenas de amor, que nos recuerdan al cine de Favio, a quien es dedicado el film-, toda la construcción del relato se apoya más en lo que sabemos por un conocimiento a priori que por lo que se muestra fehacientemente.

Juan y Eva fotogramaLo mismo sucede con el uso de las imágenes de archivo. La elección de insertar imágenes del terremoto de San Juan, así como las del 17 de octubre, con la Plaza de Mayo colmada de personas ovacionando el regreso de Perón, tienen un peso simbólico e histórico tan fuerte, tan singular, que pasan a ser, aun viéndolas sin sonido, imágenes parlantes, con un discurso implícito que supera la ficción, cuando ésta no logra equilibrar ni acompañar esa instancia.

Pero claro, es un film sobre una historia de amor que, en definitiva, no apuntaba a contar la gesta de ciertos entramados políticos, sino más bien el desarrollo de una relación salpicada por los hechos que luego pasarán a la historia. Sin embargo, esa elección, en la que De Luque no profundiza en ninguno de los dos terrenos, la vuelve un tanto ambigua y distante. 

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