Si bien el cine latinoamericano ha mantenido el tema de la violencia como uno de sus preferidos, debemos reconocer que en su tratamiento ha variado las propuestas. Si en los 60/70 cada film era un arma para despertar conciencias, en los 90 se buscó la estilización formal y la superficialidad de los temas tratados, volviendo a aquello que tanto denostaban los cineastas revolucionarios: la miseria como pintoresquismo, claro que mostrada a través de audaces movimientos de cámara, arriesgados planos y alguna que otra estructura narrativa novedosa.
Queremos destacar, a raíz del tema desarrollado en la sección Investigamos, la figura de uno de los cineastas latinoamericanos con una extensa y rica trayectoria, que se desarrolla al margen de las dos líneas mencionadas, situándose en los territorios del hiperrealismo. Nos referimos al mexicano Arturo Ripstein, cuya cinematografía ha transitado varias etapas, recorridas todas ellas por una premisa común, justamente la que hemos elegido tratar este mes: la violencia.
La mujer del puerto pertenece a la sección previa del reconocimiento mundial que obtuvieron Ripstein y su guionista desde 1985, Paz Alicia Garciadiego, cuando Profundo Carmesí fue premiada en los renglones de guión, música y escenografía en el Festival de Venecia de 1996.
Basada en el cuento "El puerto", de Guy de Maupassant, La mujer del puerto narra una relación incestuosa entre los personajes de un México profundo, ubicados en espacios verdaderamente miserables y recorridos sin pudor por la cámara de Ripstein. Continuos planos-secuencia, la marca del director, son intercalados por fundidos a negro a la manera de flashes en negativo, para mostrarnos la sordidez de sus rincones y la corrosión de las relaciones entre sus personajes.
Debemos esperar promediar el film para entender la composición de esa familia constituida por una madre, que ha empujado a sus hijos al parricidio y a la prostitución. La historia está contada en tres partes, correspondientes a cada uno de los personajes. El episodio dedicado a Marreo podría ser una sola pieza fílmica por su armado con presentación, conflicto y desenlace. Pero luego veremos el testimonio de Perla, que no sólo nos presenta las cosas desde otro ángulo, sino que su resolución será diferente. Finalmente, junto a Tomasa redondearemos la historia completa de esta familia, con un pasado condenatorio.
La narración se va devanando en espacios sucios, húmedos, decadentes, iluminados con neón, en colores rojos, naranjas, negros... en sótanos, donde escaleras y ascensores sólo conducen más cerca del infierno. La historia de Marreo está contada a grandes pinceladas, allí importa más el cuento que las sensaciones... En la de Perla, hay emociones y condena... En la de Tomasa, hay justificación y un futuro que pareciera repetir una fábula macabra, pero vistos los hechos, es el mejor que se les presenta.
La estructura de tres cuentos en uno, además de ampliar la información que vamos obteniendo, permite que el espectador vaya cambiando su identificación con los personajes y su juicio con respecto a sus acciones. Dicho así, parece más bien un engranaje técnico, pero el juego del film le permite al espectador -que permanece asqueado, no de la pobreza sino de la miseria, no de la suciedad sino de la mugre, no de la tristeza sino del patetismo- ver en su conjunto la historia como si la recorriera, cual escultura, en un plano tridimensional, bordeándola y reconociendo todos sus vericuetos.
La presentación de los dos jóvenes en el cabaret de mala muerte que regentea Eneas, donde Tomasa realiza las tareas domésticas, mientras su hija se entrega a la prostitución con una particular manera de hacerlo, no puede ser más que premonitoria. En este núcleo familiar, totalmente putrefacto, se incluye también la figura amable de Carmelo, un pianista venido a menos que acaba limpiando baños... ¿que digo? Letrinas. Es el único personaje positivo, aunque también él permanece hundido en el fango del infierno.
Una de las escasísimas escenas de día sucede en el puerto, cuando Marreo decide marcharse, al darse cuenta de que Perla es su hermana... Allí acude la muchacha, vestida de blanco, más niña que nunca, desesperada porque no sólo ve partir a su amor, sino su vida... No tiene más fuerzas que para recoger una lata de la basura y abrirse las venas antes de lanzarse al mar. Así de limpia es la narración. Así de fácil lo presenta Ripstein. Cuando la escena es narrada por Marreo, llueve a mares... Perla, en cambio, la recuerda como una tarde de sol resplandeciente.
Tomasa, la madre "desnaturalizada", siempre presente en las películas de Ripstein, empuja a sus hijos a estadios que deberían estar vedados para el ser humano. Como la madre de Lucha Reyes, en La reina de la noche, Tomasa tiene sus motivos y no se la puede juzgar, pues su condena la cumple en ese martirio que tiene de por vida. Es una madre envejecida y arruinada, que no cuenta más que con la comprensión de Carmelo y la buena voluntad de Eneas. Hasta Eneas se nos presenta humano de la mano de Tomasa...
Si bien el cuento es corto, si bien consigue un final posible, el mejor al que pueden acceder sus personajes, para llegar hasta ahí hemos pasado por las estancias del infierno, siempre con el estómago arrugado, con la mirada sucia, tratando de entender a estas criaturas que utilizan a la religión como escudo, al cuerpo como medio de vida y que no tienen ni una sola esperanza.
No hace falta decir que la violencia está implícita en las situaciones que viven estos personajes, no sólo al traspasar un límite social impuesto, sino por su pasado, por la relación que se establece entre ellos, por cómo se tratan, por cómo viven, por cómo sus acciones los empujan cada vez más hacia el fondo del abismo. No sólo son víctimas de una situación social, donde hasta la Iglesia los repudia, sino que son criaturas sin esperanza, que sólo cuentan con un no futuro.
Ficha técnica:
La mujer del puerto, México-EUA, 1991
Dirección: Arturo Ripstein
Producción: Michael Donnelly, Allen Persselin
Guión: Paz Alicia Garciadiego (basado en el cuento "El puerto" de Guy de Maupassant)
Fotografía: Angel Goded
Música: Lucía Alvarez
Montaje: Carlos Puente
Interpretación: Patricia Reyes Spíndola, Alejandro Parodi, Evangelina Sosa, Damián Alcazar
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