La película de Michael Mann, Enemigos públicos, nos trae de nuevo a la pantalla, el cine de gangsters, género que tuvo su máximo esplendor en la década de los 30, época en la que se glosaban todas aquellas fechorías que se llevaban a cabo una década anterior. El crack de 1929, La Depresión, la Ley seca y la alta tasa de criminalidad en ciudades como Chicago empujaron a los productores cinematográficos a trasladar a la pantalla aquellos signos criminales de la época que evidenciaban una tiempo de crisis social.
A nadie se le escapa queel momento que vivimos de profunda recesión y con el estallido de una crisis económica de alcance global no es casual, por tanto, que emerja de sus cenizas el género de gangsters, a través del biopic de Dillinger, uno de los gangsters más famosos de los años 30. De la misma manera que Michael Mann conjuga las formas narrativas y visuales del cine moderno con una voluntad retro-nostálgica de evocación de un género del pasado, nosotros desde el presente, queremos echar la vista atrás, deteniéndonos en el género de gangsters que eclosionó en la tercera década del siglo XX.
De todos es bien sabido que la aparición del sonido en los años 30 fue uno de los acontecimientos que vino a revolucionar el cine. Tas la primera aparición de la película sonora en 1927, El cantor de Jazz (The Jazz Singer) dirigida por Alan Crosland, Hollywood no tardó en implementar el sonido en sus realizaciones cinematográficas, limitando y expandiendo asimismo las posibilidades evolutivas del cine.
Mientras que en el cine mudo se había llegado a alcanzar un alto grado de estilización y sofisticación en la puesta en escena visual, el cine sonoro mermó dichas aspiraciones estilísticas, ya que las dificultades técnicas que acarreaba la filmación del cine sonoro provocaba un cierto estatismo y un aspecto demasiado teatralizante por la preponderancia que se le daba a la palabra y al diálogo. Algo que por ejemplo puede apreciarse en una de las películas seminales del género: Hampa dorada de Mervyn LeRoy (Little Caesar, 1930).
Mientras que el sonido en su fase inicial producía una involución en lo que respecta al estilo visual, posibilitaba a su vez, una eventualidad mayor en lo que se refiere a adaptaciones cinematográficas, provocando la glorificación de géneros como el que estamos analizando, el cine de terror o la aparición de nuevos como el cine musical.
El cine de gangsters se consolidó como género en esta década, lo cual no implica que anteriormente en el cine mudo no se llevasen a cabo traslaciones cinematográficas basadas en el mundo del hampa. Desde un primigenio David W. Griffith con filmes como The Musketeers of Pig Alley (1912) o Josef Von Sternberg ya en la década de los años 20, con la que se considera precursora del género: La ley del hampa (Underworld,1927).
Pero será en los años 30, con la consolidación del sistema industrial hollywoodiense monopolista y de producción en cadena, el que propiciará el pleno desarrollo con las posibilidades sonoras y recogiendo asimismo el pálpito presente en las calles y amplificado por los medios de comunicación.
La ya citada Hampa dorada de Mervyn LeRoy será la que sentará la mayoría de las bases icónicas y narrativas que se repetirían casi de forma invariable. Se respetará la progresión dramática clásica de introducción, nudo y desenlace para narrar el encumbramiento, culminación y posterior decadencia del hampón, en este caso a través del recorrido vital del gangster de ficción Cesare Rico Bandello (Edgard G. Robinson).
Películas como El enemigo público de William A. Wellman (The Public Enemy, 1931) o Scarface, el terror del hampa de Howard Hawks (Scarface, 1932) repetirán mismo patrón narrativo, asentando y consolidando el arquetipo creado en la película de Mervyn Leroy.
En todas ellas, atendiendo a la naturaleza repetitiva que todo género posee, se produce una glorificación del estilo de vida y forma de comportarse del protagonista por mucho que en su final acabe encontrándose con la muerte. A pesar de situarse al margen de la ley, de ser un frío criminal, la dureza, la audacia y osadía con la que consigue una posición privilegiada en el seno de la sociedad, por mucho que sea manchándose las manos de sangre, no deja de simbolizar el mito individualista del sueño americano. Con el tesón y firmeza de sus propósitos consigue alzarse y llegar a ser alguien.
En Hampa dorada nos encontramos con una balbuceante definición del gangster, efectuada con trazos gruesos y sin una profundidad psicológica que permita al personaje adquirir cierta corporeidad humana. No obstante, en dicha descripción ya hallamos muchas constantes que aparecerán en lo sucesivo. Personaje de origen humilde, duro, amoral y violento, de diálogos afilados, narcisista y vanidoso, un tanto primitivo y embrujado por la adquisición de lujo y dinero como símbolo de haber alcanzado el poder. También en él se presenta una misoginia que será constante a lo largo de los filmes y suavizada con el signo de los tiempos.
Este nuevo género eminentemente masculino prefigura también las constantes del posterior cine negro. Hereda las expresiones lumínicas del expresionismo alemán para efectuar una ambientación urbana y oscura, fundamentada especialmente en la vida nocturna de la ciudad donde los clubes, salas de juego o el típico escondite donde se reúnen los gangsters suelen ser ubicaciones habituales.
En este tipo de cine también juega una importancia capital, la visualización de la violencia, algo consustancial al arquetipo del malhechor. Se respondía así a la intención de Hollywood, con Warner Bros a la cabeza, de establecer un realismo social en la ficción que recogiera métodos y comportamientos que se daban entre los gangsters reales. Y es que era un tipo de cine que trataba de aferrarse más que nunca a lo que sucedía en la calle, en la vida urbana, y para ello no escatimaban en explicitud de violencia y en mostrar de la forma más real posible a aquellos criminales que se enriquecieron en la década de los años 20 y que eran noticia habitual de la prensa de la época. Por ello, siempre los veremos con una obsesión enfermiza por el dinero, con un ansia desmedida por el triunfo social, con una voluntad claramente hedonista, sumamente ambiciosos y de cero respeto a la ley y a todo aquel que la representa.
De acuerdo con Carlos F. Heredero y Antonio Santamarina, 19961 podemos situarnos en una primera fase del género hasta la llegada de Scarface, el terror del hampa de Howard Hawks (Scarface, 1932). Y a esta primera fase inicial del género, ya cartografiada, es a la que le rinde tributo la película de Michael Mann de la mano de Johnny Depp en su papel de Dillinger.
Con la llegada de Roosevelt a la presidencia, y ante la insistencia de J. Edgar Hoover frente a este tipo de films y a la instauración del código Hays de censura en 1934, la producción cinematográfica se ve obligada a recular ante la visión romántica del gangster que estaban propiciando. Scarface, por ejemplo, tuvo muchos problemas con la censura, que obligó a retrasar su estreno y a realizar modificaciones, con el fin de evidenciar de forma explícita que el relato no suponía ninguna exaltación del delincuente.
En ese sentido, ante la detención de Al Capone unos años antes, la eliminación de la prohibición del consumo de alcohol y la muerte de Bonnie y Clyde o del propio Dillinger en 1934, provoca que el cine vire hacia una reflexión más colectiva, que analice las fuentes de la vida criminal, y se adquiere, por así decirlo, una mayor conciencia social.
Ya no se realizan relatos biográficos unipersonales del delincuente en su trayectoria vital. Progresivamente, el villano individualista como sujeto de la enunciación, va perdiendo su aureola mítica y su evidente poder de fascinación ante una audiencia que veía ejemplificada en dichos relatos un ejemplo de ascenso social con la adecuada gratificación que recibía el espectador ante el fatal destino al que era abocado. El reverso oscuro del sueño americano va dejando paso a visiones con un espesor moralizante ejemplificado en películas como Ángeles con caras sucias (Angels with dirty faces, Michael Curtiz, 1938), donde se confronta a dos amigos de la infancia, uno sacerdote y otro gangster o Callejón sin salida (Dead end, William Wyler, 1937), donde al igual que la anterior se denuncia la influencia perniciosa que ejerce el malhechor en el adolescente de las zonas más deprimidas.
Películas como Los violentos años 20 (The Roaring twenties, 1939) o El último refugio (High Sierra, 1941), ambas de Raoul Walsh, una desde una reflexión auto referencial al propio género en el que se inscribe y la otra erigiéndose como un canto de cisne a la representación canónica del gangster de los años 30, se convierten así en los últimos testamentos fílmicos de un género que no se extingue con la década que finaliza. Pero sí que supone un broche final en la representación fílmica de la figura del gangster, quedando ya definidas sus líneas maestras para futuras aproximaciones.
Como veremos en las críticas que realizamos de Enemigos públicos, comprobaremos hasta qué punto Michael Mann respeta las convenciones ya asentadas especialmente en los primeros años de la década de los 30.
Bibliografía:
(1) Heredero, Carlos H. y Santamarina, Alberto: El cine negro: Maduración y crisis de la escritura clásica. Barcelona, Paidós, 1996.
Altman, Rick: Los géneros cinematográficos. Barcelona, Paidós, 2000
Santamarina, Alberto: El cine negro en cien películas. Madrid, Alianza Editorial, 1999
Tudor, A: Cine y comunicación social. Barcelona, Gustavo Pili, 1975