En 1978, cuatro auditorios de los estudios ingleses Shepperton clausuraban sus puertas al público para cobijar en sus entrañas el inicio de una saga que haría historia en la ciencia-ficción. Entre esas paredes se maquinaban los tres escenarios en que transcurriría la historia de Alien, el octavo pasajero: el interior de Nostromo, el remolcador espacial; la superficie del planeta desolado y el interior de la nave abandonada.
Habían pasado diez años desde que 2001, una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) viera la luz. Sin embargo, entre los bastidores se notaba su presencia inspiradora. Hay resonancias en la especie de flor que cobija a la tripulación dormida, cuyas cabinas, con forma de pétalos van abriéndose para integrarlos a la rutina de la nave; en la computadora que rige los destinos de los seres que habitan Nostromo, Mother, cuyo pacto con Ash, el androide oculto bajo una apariencia increíblemente humana, condena a los demás; en el robot humanizado que obedece sus órdenes cueste lo que cueste...
No obstante, Alien escoge otro camino para transitar la ciencia-ficción. Uno, quizá, más conectado con el cine de horror. Porque además de la conjugación de viajes espaciales, del avance tecnológico y científico, de la aparición de robots y máquinas inteligentes, incluye al extraterrestre, no como lo recrea Steven Spielberg en Encuentros en la tercera fase (1977) o en ET, el extraterrestre (1982), sino más bien como un retorno a aquella ciencia-ficción de la edad de oro, en la que el extraño/extranjero era un bárbaro que se convertía en un peligro para la humanidad. Ya no es marciano, ya no es rojo, pero sí es algo extraño, es algo que viene a modificar un orden establecido y, por lo tanto, es repelido.
Su presentación no puede ser más terrible. Quizá una de las escenas más horrendas del cine, cuando el face hugger se prende a la cara de Kane para utilizarlo de huésped, donde engendrará a su sucesor. ¿Es sólo lo horroroso de este ser y su mecanismo de supervivencia lo que nos aterroriza? Quizá lo perturbador haya sido el momento previo, su entorno, el planetoide que visitan los tripulantes de donde traen al que será el octavo pasajero. El paisaje es inquietante, la figura sugerente de un ser en su nave, la viscosidad de los huevos que completan el paisaje, desagradable. Con todo ello volvemos a la nave, acompañando a los exploradores. Sospechamos que no han vuelto solos, pero no sabemos el grado de horror que habitará desde entonces a Nostromo.
Lo que sigue, una historia de persecuciones, se parecerá más bien al cine de horror que al de ciencia-ficción. Los pasillos iluminados como catedrales góticas, donde el acero, la humedad, el humo y el espacio laberíntico serán los ingredientes que acrecentarán la inquietud del espectador.
Quizá su aporte sea la figura de Ripley, una heroína (al fin, una mujer) capaz de luchar contra lo que la condena no sólo a ella, sino a la especie humana. Ha habido otras en la ciencia-ficción, allí nomás está Barbarella... pero, esa Barbie sensual no tiene nada que ver con esta mujer decidida que compone Sigourney Weaver, cuya actitud se parece más a la de una madre en defensa de su especie que a la de una mujer masculinizada.
Alien no tiene la envergadura de 2001, pero en la historia de la ciencia-ficción ocupa un lugar destacado, quizá por aquello de borrar los límites entre los géneros para brindarnos un híbrido que logra su cometido: hacernos pensar en la ciencia del futuro, en las ambiciones del ser humano, en la preponderancia de las máquinas, en el peligro de creernos Dios...
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