El trabajo inconstante de Agustí Villaronga, largamente dilatado en el tiempo (9 obras en un período de 25 años), lo convierte en una rara avis dentro del panorama español. Quizás por eso mismo nos parece que está injustamente poco reconocido, frente otras voces singulares. Ya es hora de remarcar que atesora en su trayectoria algunas de las películas más arriesgadas y perturbadoras que existen en el cine contemporáneo escrito con ñ. Pan negro ha perdido algo de viciosa atmósfera, pero sigue indagando en la podredumbre moral. El alma humana supura, hiede y emana un sopor putrefacto que pervierte el ambiente; ahoga a quienes lo sufren y deja sin resquicio a todo aquel que queda contaminado.
La infancia en Villaronga siempre es violada, literal o metafóricamente. La pérdida de la inocencia, motor común de muchos de su films junto con Pan negro, siempre es una acción agresiva y desgarradora. A ello se le une siempre una homosexualidad patológica. Los traumas, fruto de la no asunción de la identidad sexual, derivan hacia una deformación demente que animaliza y convierte en enfermos de psiquiatra a aquellos personajes que sufren su diferencia con fulgurante desgarro. Valgan como ejemplos, la pederastia en Tras el cristal (1985) o el sufrimiento como martirio religioso en El mar (2000). Ser gay en su cine es toda una agonía, derivando, como decimos, hacia una psicopatía y/o desorden mental agudo. Pan negro tampoco es una excepción, ya que aquí son las víctimas involuntarias, aquellas que desatan las bajezas morales de una sociedad civil todavía impregnada de la brutalidad y la sinrazón de la guerra.
Siguiendo con las constantes del director, la creación de ambientes sofocantes y opresivos, de una intensidad inquietante pocas veces vista en el cine español, nos han legado imágenes de una contundencia abrasadora. El impacto y el desasosiego que busca imprimir al espectador lo empujan hasta los límites de lo soportable, insertándolo en una odisea de pesadilla.
Llegados a este punto, animo al público español hastiado con películas ambientadas en la posguerra, a que abandone sus prejuicios (lógicos dada la insistencia de buena parte de la retórica de la cinematografía peninsular) y se acerque a Pan Negro. Nos adentraremos en la Cataluña rural más humilde, filmada con un lujoso cuidado de detalles, fruto de un esmerado diseño de producción centrado en recrear el miserabilismo social que se vivía en el bando de los vencidos. Se hablará de ideales (ese timón que Farriol quiere que su hijo adopte), pero solo para constatar el fracaso y el abandono en la derrota. No obstante, de la misma manera que El laberinto del fauno (2006) se servía del marco de los años 40 para trazar una parábola alejada de los cánones establecidos, Pan Negro se desvía del arquetípico tropo de las dos Españas confrontadas para que, al igual que en el clásico thriller de Clouzot, El cuervo (Le corbeau, 1943), el realizador destape una lluvia de odios enquistados, traiciones y mentiras en el lado de la izquierda. Una vez que la tormenta arrecia ya no hay paraguas que sirvan. La conflagración bélica ha dejado diezmado moralmente a un pueblo y la naturaleza humana ya no entiende de maniqueísmos. En todos lados cuecen habas.
Para ello, se hace uso de un formato de suspense criminal como vehículo para dosificar la trama, de la misma manera que la agiliza y consigue que sea un film agraciadamente fluido y bien conducido. Tratándose de Villaronga, no podía faltar una secuencia de impresión. El clímax abrasador de El mar aquí invierte su orden para abrir el film con una secuencia impactante y explícita. Un crimen seco, bruto y cortante, filmado ejemplarmente, te agarra a la butaca. El responsable de ese acto homicida, oculto para nosotros, será el punto de arranque para que viajemos a una comunidad totalmente marcada por la fatalidad, a la manera de los mejores films de cine negro, pero sin sus siluetas características.
La infancia es la época del descubrimiento, de albergar todavía la posibilidad de creer. Andreu (Francesc Colomer), que será nuestro conductor y a su vez nuestro particular Philip Marlowe, cree ciegamente en sus padres, su familia, su abuela y sus primos. Pero él no está ajeno a todo el caldo de cultivo. Forma parte implicada, la víctima directa de las buenas voluntades malogradas. A través de él, la película en su epílogo cobija similar mensaje al que ya Michael Haneke quiso transmitir con La cinta blanca (Das weisse Band, 2009). La dureza de la secuencia final, en la que Andreu es visitado por su madre (Nora Navas) en el colegio de Igualada certifica de qué fuste son los frutos de una sociedad enferma.
Pan negro no realiza un posicionamiento ideológico ni tampoco ejecuta un juicio moral reduccionista. Y ello no podría darse sin la inestimable aportación de un reparto excelente, sabiamente dirigido (no temamos por los niños, funcionan a la perfección) y totalmente lleno de gracia, que sabe otorgar a sus personajes la intensidad y el abanico de sentimientos contradictorios que caracterizan la inestable ambivalencia de toda esencia humana. Se cuenta con los actores catalanes de mayor proyección y reconocimiento (Sergi López, Eduard Fernández y Laia Marull, brillante su secuencia final frente a Nora Navas) para dar consistencia interpretativa, a través de inestimables aportaciones de menor metraje. Pero aquellos que llevan el mayor peso sobre sus espaldas, desde una justamente reconocida Nora Navas en San Sebastián hasta llegar a Francesc Colomer, no desequilibran en absoluto el peso actoral del film. Si me permiten una preferencia, me gustaría destacar el resultado de Lluïssa Castell interpretando a Ció, amén de la recuperación que Villaronga hace de Roger Casamajor para dar carne a Farriol, tras su debut en El mar.
Decíamos que Pan Negro no exhibe de forma estentórea esas texturas malsanas de sus films más logrados, pero podemos congraciarnos, ya que sigue fiel a su universo personal, sabiendo extraer el lirismo del horror (las secuencias del joven tísico con cierto aire sobrenatural) y negando esa división entre películas propias y las de encargo. Esta es de las segundas pero en Villaronga no existe diferencia. Veremos como la Academia española responde con sus premios.
Festival de San Sebastián 2010. Mejor actriz: Nora Navas
Ficha técnica:
Pan negro (Pa negre), España, 2010
Dirección: Agustí Villaronga
Producción: Isona Passola
Guión: Agustí Villaronga (novela de Emili Teixidor)
Fotografía: Antonio Riestra
Música: José Manuel Pagán
Interpretación: Francesc Colomer, Marina Comas, Nora Navas, Roger Casamajor, Laia Marull, Eduard Fernández, Sergi López
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