¿Te querré siempre?

Sólo una noche

Last Night. Massy Tadjedin, EUA, 2010

Por  Manu Argüelles

Sólo una noche¿Puede una única noche hacer tambalear una relación de pareja duradera de muchos años? A esa cuestión Massy Tadjedin trata de responder bajo un manto de minuciosidad de orfebre, para realizar una radiografía intimista y refinada sobre las relaciones de parejas urbanas, upper midle class, exquisitas y cosmopolitas. Unos personajes que se asomarán ante la contingencia fatal del misterio que constituye ese imán esclavista que define a las atracciones y a las tensiones sexuales no resueltas. La propuesta de Sólo una noche se erige bajo una tentación dual y simultánea, para así confrontar cómo responden ante el mismo estímulo el género masculino y femenino, de tendencia heterosexual.

Él, Michael Reed (Sam Worthington), dedicado a la reestructuración de inmuebles, con su aspecto saludable de americano bonachón, y depositario de una mirada que todavía guarda en su seno ese brillo inocente de la infancia, con la que transmite un aire de indefensión ante el vértigo de la seducción. Un Adán perdido en el paraíso, fácil de tentar por las artes de una Afrodita (Eva Mendes), camuflada y discreta (por fortuna, no hay trazos gruesos en la caracterización de los personajes), pero totalmente decidida a que su víctima muerda la manzana y prefiera quedarse entre la espuma ondulante del agua. Por ello, el ataque se produce en el seno de una piscina de hotel, remodelando los pasajes de la mitología clásica donde las sirenas con sus cantos provocaban que los marineros naufragasen sus barcos en los arrecifes.

Ella, Joanna Reed (Keira Kightley), escritora y articulista free-lance, con su cuerpo quebradizo de porcelana, compensado por una arrolladora presencia magnética, que evidencia capacidad seductora e inteligencia, se define en términos existenciales, hecho que nos permite advertir cómo está apegada a un ideal secreto, cuando se encuentra de nuevo con Alex Mann (Guillaume Canet), escritor francés y antiguo amante, que está en la ciudad de paso.

Sólo una nocheAsí, estas derivas sentimentales, que abogan por la neutralidad moral, aunque evidencien la superioridad de la mujer frente al hombre, son fraguadas en un relato minimalista y concentrado en torno a la crisis de pareja, entendida como un viaje espiritual que irá dibujándose bajo las dimensiones físicas del desplazamiento de los personajes: explícito en Michael que se traslada a otra ciudad, y de forma más simbólica a través de Joanna, en su deambular por la nocturnidad de la ciudad.  De esta manera, Sólo una noche se define bajo unos parámetros que responden al canon forjado por Te querré siempre (Viaggio in Italia, 1954) de Roberto Rossellini, uno de los filmes de mayor influjo en la modernidad. Pero a diferencia de recientes producciones europeas como Un couple parfait  (2005) de Nobuhiro Suwa, o la alemana Entre nosotros (Alle Anderen, 2009) de Maren Ade, Massy Tadjedin no interpela directamente a la película de Rossellini y prescinde del estudio entomológico de aspecto documental. Se adentra en el mismo sendero, pero bajo una pátina más sofisticada y estilizada, además de ser bastante más contenida que, por ejemplo, otra que bien podría adherirse al mismo corpus, la visceral Blue Valentine (Derek Ciafrance, 2010), en cuanto se apega a un ambiente urbano y refinado, transitando por una clase social más elevada.  No obstante, como todas las mencionadas, se hace partícipe de la elocuencia del gesto preciso y de las formas no verbales, mediante las que hablan los cuerpos y las miradas, instrumentos más fidedignos de la revelación de la verdad de los personajes, por encima de la acción y de la palabra. Massy Tadjedin se centra en los síntomas antes que en la enfermedad, en los indicios por encima del hecho (la traición), para interrogarse sobre una realidad fragmentada, evidenciada mediante un discreto montaje sincopado como figura de estilo para filmar la rutina silenciosa de Joanna.

En una sola noche Joanna restituye el presente, dejando que el pasado no concluido dé fulgor al instante, en el encuentro conSólo una noche un hombre indómito, solitario por naturaleza, pero afligido en su propia contradicción. Una fuerza que evidencia en todo momento algo de pérdida, como una luz que alumbra las grietas bajo suelo firme. Asistimos a una difícil reconciliación entre lo efímero y lo duradero. Como la fantástica dupla de Richard Linklater, con el antes y el después del amanecer. Mientras que la salida del territorio de la pareja en Michael, entendida como un encierro, supone un error y le provoca cierta confusión en sus sentimientos, atrapado entre lo correcto e incorrecto, en Joana, esa fisura de su mundo seguro supone aprehender la gravidez crepuscular que anuncia el fin de su universo afectivo, fraguado y esculpido por encima de sus sentimientos más sinceros. Lo que en Michael es una tentación de la carne, en Joanna, que se niega a consumar el sexo, es toda una revelación de sus anhelos más profundos. Massy Tadjedin, con la complicidad de sus actores, especialmente a través de una luminosa y clarividente Keira Kightley, alma mater auténtica del film, consigue dibujar con suma precisión el peso de la infidelidad, gracias a una discreta y elegante puesta en escena que siempre está muy atenta a los fuegos subterráneos que quiebran los vínculos afectivos.   

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