Ni contigo ni sin tí
tienen mis penas remedios
Contigo porque me matas
y sin ti porque me muero
Antonio Machado
Xavier Dolan solo tiene 21 años. Produce, dirige, escribe e interpreta una película, que como mínimo, no deja indiferente. No es un film redondo, o todo lo que a uno le hubiese deseado que fuese, pero tiene tal fuerza y energía que es imposible resistirse a sus virtudes, que las tiene y en abundancia. Hoy cuesta encontrarse un film que desprende tanta dosis de nervio y que no teme rozar los corchetes del equilibrio. Es consciente que bordea los extremos, en todos los sentidos, pero no se frena por ello. Comprende que puede descompensar el conjunto y sabe que abusa de la capacidad de resistencia del espectador, pero no se frena ni un ápice. La audacia se paga cara, pero en su caso, esa visión pretendidamente ambiciosa, de la que no faltan cultas referencias literarias, se salda con un resultado, cuanto menos, brillante. Aunque esas ansias por comerse el mundo y esa voluntad provocadora de epatar le juegue alguna mala pasada. El empuje de la juventud está en cada uno de los poros de este film que busca el riesgo y no parece amilanarse ante él. La tracción nos empuja a quedarnos impregnados por su decidida actitud iconoclasta y parece haber asumido que en el cine hay que jugar todas las cartas, aunque no todas las manos sean buenas.
J'ai tué ma mère nos habla de la relación tumultuosa de Hubert con su madre. Y para ello hace acopio de un heteróclito cóctel de soluciones visuales, tratamientos fotográficos, formatos, encuadres insólitos y una puesta en escena pronunciada que busca especialmente el barroquismo de esencia pop. Hay mucho de sabio manejo del grafismo kitsch en su evidente carga irónica, con claras reminiscencias del universo pictórico de Pierre et Gilles, los cuales serán recurridos especialmente en aquellas breves estampas, tal como si fuesen postales animadas insertadas en la narración, para ridiculizar a la madre. Es una efectiva forma de presentarnos la subjetividad de Hubert. Pongamos como ejemplo, el momento en que su madre le dice que va al solárium con su amiga, para a continuación, ver como Hubert se las imagina. También en la misma línea, especialmente en el primer tramo del film, donde el tempo es más reposado, utiliza una rápida sucesión de imágenes fijas (ya sean mariposas disecadas o fotos de James Dean), como si fuesen carteles que delimitasen las diversas secuencias. El montaje presenta una vocación fragmentaria; todo evoca una especie de caos organizado pasado siempre por el filtro subjetivo de la bilis iracunda y, en muchos casos injusta, de Hubert.
Dolan demuestra, así, una incontinencia visual y oral tremendamente desbocada, que busca la elaboración del artificio con voluntad estética, pero sin que ello anule la carga intensa de los sentimientos en erupción. Es un volcán en primera persona que capta las continuas fricciones entre madre e hijo y, aunque se le puede achacar de cierta reiteración en la idea, como una peonza que solo da vueltas sobre su mismo eje, esa acumulación desaforada capta a la perfección el angst juvenil que vive Hubert. Todo responde a un extremado contigo pero sin ti frontalmente expuesto. Porque, en muchas ocasiones, se perfilará una geometría de marcadas líneas rectas en la composición del plano y en la colocación de los actores. Por ejemplo, cuando ubica a cada uno de los personajes, madre e hijo, en los bordes laterales opuestos del plano, mirando uno hacia la derecha y otro a la izquierda, los cuales van siendo unidos por el raccord. Podría haber optado por un sencillo plano secuencia en el que los viésemos sentados en el sofá, cada uno mirando a un lado. Pero Dolan busca la experimentación y el efecto sorpresivo. Forzar que la imagen nos hable, bajo una escritura muy visible, para hacerse valer como autor. Se busca así, en muchos momentos (por ejemplo, los planos de Hubert y la profesora en la casa de ella), la búsqueda de la perspectiva visual del espectador de una obra de teatro para subrayar el efecto de ficción. Lo que en muchas ocasiones está logrado, en otras es más discutible. Cífrese al respecto esa innecesaria imitación de la huella visible de Wong Kar Wai y Christopher Doyle en Deseando amar (In the mood for love, 2000). Aquellas ralentizaciones poéticas son también utilizadas por Dolan (hasta la música no diegética casi podría forma parte del score del film de Wong Kar Wai), pero en este caso está utilizada en varias ocasiones sin un sentido semántico claro. Algo que evidencia que a Dolan le pierden las ganas de demostrar su valía y para ello, a veces, cae en un esteticismo, que no siempre juega a su favor.
Ese énfasis de convertir J'ai tué ma mère en una especie de decoupage fílmico, que lleva para su seno grandes efectos e impresiones heredados de los videoclips más elaborados y vanguardistas (por ejemplo, el trabajo de un Jonas Åkerlund), es lo que hace que el largometraje deje su impronta. Porque en este puzle, no se deja afuera una profunda crisis interior amplificada como una caja de resonancia gracias a la esforzada interpretación de sus actores, incluido el propio Dolan. Para él se reserva una actuación, que en consonancia con su estilística acentuada, empuja hacia lo excesivo. Ese casi perpetuo estado de ira nos recuerda al gran clásico Richard Burton de Mirando hacia atrás con ira (Look back in anger, Tony Richardson, 1958). Mención aparte merece la madre, en la construcción de su personaje agresivo-pasivo, que aguanta estoicamente los continuos asaltos virulentos de su hijo. El personaje, en su vulgaridad hortera y en muchas de las acciones erróneas, casi acaba siendo una punta de la balanza bastante odiosa. No obstante, por fortuna, es redimida gracias a la fascinante secuencia en la que habla telefónicamente con el director del internado del que se ha escapado Hubert.
Como ya comentaba Sergio Ibáñez en su reseña, J'ai tué ma mère, a pesar de sus imperfecciones, hace que estemos pendientes de la posterior evolución de Xavier Dolan, quien ya tiene nada menos que dos películas más en cartera. En el adocenado panorama cinematográfico, de vez en cuando, a uno le apetece pegarse un chute fílmico como el de Dolan. Para comprobar que todavía se pueden decir las cosas con atrevimiento, con riesgo y, sobre todo, con un vitalismo desaforado.
Festival de Cannes, 2009. Quincena de realizadores. Premio C.I.C.A.E, Premio Regards Jeune y Premio SACD para Xavier Dolan
Ficha técnica:
J’ai tué ma mère (I killed my mother) , Canadá, 2009
Dirección: Xavier Dolan
Producción: Xavier Dolan
Guión: Xavier Dolan
Fotografía: Nicholas Savard-L'Herbier
Montaje: Hélène Girard
Música: Nicolas Canniccioni, Stéphanie Anne, Weber Biron
Interpretación: Xavier Dolan, Anne Dorval, François Arnaud, Suzanne Clément, Patricia Tulasne, Niels Schneider, Monique Spaziani, Bianca Gervais, Benoît Gouin
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