Nunca he visto una película sobre el tema de la muerte que transmita tanto vitalismo como Mi vida sin mí. Supongo que es por ello que me resulta imperecedera. ¿Cómo cansarse un canto a la vida honesto, sensorial, que huye de intelectualismos y se infiltra lenta pero arrebatadoramente en la epidermis?
Para su historia, Isabel Coixet se basó en una novela breve donde aparecía el tema de la muerte inminente de una mujer muy joven, y la decisión de esta de vivir el tiempo restante con intensidad. Coixet quedó fascinada por el personaje; y, además, decidió introducir un matiz peculiar: la protagonista guardaría para sí el hecho de que iba a morir; eso le permitiría desarrollar mejor su particular carpe diem silencioso. A partir de esta trama (que podría resultar inverosímil o excesivamente lacrimógena) Coixet supo construir una inspirada historia que trasciende todo detalle escabroso y se erige como una singular alegoría poética de la existencia humana.
Pero lo que hace de Mi vida sin mí una gran película, a la altura del mejor Wong-Kar Wai, es la mirada de la protagonista, que se construye a través de la acertada B.S.O., y de un delicado tratamiento de la imagen (con horizontes difusos, abundancia de primeros planos y poéticos encuadres que aproximan entre sí a los personajes).
La mirada de Ann es la de un despertar. Su vida ha sido difícil, y precipitada: madre adolescente, trabajadora prematura... No ha habido grietas ni interludios. Nunca ha tenido ni un espacio para sí misma ni menos todavía tiempo para pensar. Pero su percepción del mundo cambia en un instante, y se hace más viva, paradójicamente, con el anuncio de la muerte. La mirada de Ann se transforma en la del artista, la del poeta; aunque sea inspirada por cuanto ve, por la lluvia y las puestas de sol, y no por "todos esos libros" que no ha leído y ya no podrá leer. Como el flâneur del siglo XIX, que era consciente de las veloces transformaciones de la sociedad, como Baudelaire, que reivindicaba la belleza de lo efímero, Ann observa la realidad con pupilas dilatadas, como si lo viera todo por vez primera, o como si todo se fuera a desintegrar en el instante siguiente. Deambula sola por la calle, se deja llevar por sus estímulos; se une a la multitud, y a la vez se aparta de ella, en sus soliloquios. Cuando pasea entre los escaparates se sorprende respecto a los placeres que con tanto ahínco la sociedad de consumo nos ofrece; al entrar al supermercado, en un rapto de alucinación similar al de Bjôrk en Bailar en la oscuridad (Dancing in the dark, Lars Von Trier, 2000) visualiza a la gente bailando al estilo de un musical. Nadie es infeliz en un supermercado, se dice; todos estos productos están aquí para seducirnos y alejarnos de la muerte. Y esa mirada desvaída, esos párpados en trance, ese fundido en blanco resultan estremecedores; el espectador, acompañado por las melodías intimistas de Alberto de la Iglesia, por la imagen recurrente del vidrio, material frágil del que se extraen extrañas melodías, se encuentra con Ann en un lugar liminal, donde todo es hermoso y terrible al unísono, donde todo puede suceder, aunque lo único seguro es la muerte.
En ese estado de percepción el encuentro amoroso no tarda en surgir. Y Ann y Lee entran en un hipnótico enamoramiento que es mostrado con numerosas elipsis, como a través de un velo. Las palabras son escasas y las miradas, intensas como aquel que sabe que cada segundo es único e irrepetible. La fatalidad sobrevuela sobre sus encuentros, lentos y lánguidos, acompasados ahora por cálidas canciones como "Senza fine". Lo irónico del caso es que, mientras él interpreta la imposibilidad de su amor de manera "clásica", por la condición de ella de casada, para ella (y para el espectador) la imposibilidad es auténtica, porque sabe que va a morir. Eso no es óbice para que las situaciones familiares de Ann estén revestidas asimismo de una indudable ternura. Aunque vivan en una situación precaria, la convivencia entre Ann, su marido y sus hijas es armónica y aderezada de risas. Ello contribuye aún más al "shock", al extrañamiento que se produce en el espectador entre esas instantáneas y las apesadumbradas visitas al hospital; y eso da un sentido mucho más profundo a la historia de amor con Lee, puesto que no puede explicarse como una huida de su propia vida, sino más bien una exploración en los (hasta ahora) estrechos límites de la misma. Otro contrapunto más: otros personajes, como sus padres, parecen llevar vidas ásperas y vacías de sentido. Pero Ann ahora tratará de ver lo mejor en ellos y dejarles en herencia palabras esperanzadoras, mediante cartas póstumas cuyo guión no tiene desperdicio.
El ritmo de la película contribuye a percibir la existencia en plenitud, con todo su gozo, toda su melancolía: las secuencias intimistas, donde lo que entra en juego es la mirada de Ann (en complicidad con el espectador, único partícipe de su viaje), se yuxtaponen bruscamente a las escenas exteriores, donde la protagonista vive a fondo el romanticismo con su amante, la ternura con su familia; donde también aparecen personajes secundarios que nos hacen sonreír con alivio por lo adusto de su expresión (Blondie, la madre) o lo entrañable de su frivolidad (la peluquera, María de Medeiros. )
Mi vida sin mí se vive como un baile perpetuo, que fluctúa entre lentas cadencias e imprevistos ritmos sincopados. Mi vida sin mí es portadora de una mirada despierta, desapegada, que nos recuerda cómo deberíamos enfrentarnos al mundo cada día: sabiendo que nada permanece ni es uniforme. Al final, nos aguarda el telón blanco de la muerte, y ni el dolor ni la razón van a servir para ahuyentarla. De modo que, ¿por qué no tomar cuanto se nos cruza en el camino, con la belleza de lo perecedero, y agradecerlo, sin pretender retenerlo? Eso hace al final hace la protagonista con esas sublimes palabras destinadas a su amante: "Me encantó bailar contigo".
Festival de Berlín, 2003. Premio de Guild of German Art House Cinemas.
Premios Goya 2003. Premio a mejor canción y guión adaptado.
[1] Isabel Verdú cursó estudios de Filología Hispánica y Teoría de la Literatura. Es profesora de Lengua y Literatura. Escribe reseñas sobre novela contemporánea en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de Aragón
Ficha técnica:
Mi vida sin mí (My Life Without Me), España, 2003
Dirección: Isabel Coixet
Producción: Esther García, Gordon McLennan
Guión: Isabel Coixet (Libro: Nancy Kinkaid)
Fotografía: Jean Claude Larrieu
Música: Alfonso de Villalonga
Interpretación: Sarah Polley, Mark Ruffalo, Amanda Plummer, Scott Speedman, Leonor Watling, Deborah Harry, María de Medeiros, Alfred Molina
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