No estoy seguro de que el regreso de un grande deba ser siempre motivo de celebración y festejo, pero tengo que empezar admitiendo que no pude rendirme ante la novedosa situación de encontrarme frente a un nuevo objeto cinematográfico firmado por uno de mis incondicionales de siempre, John Carpenter. Grande fue la decepción, ya que Atrapada no es, ciertamente, el más feliz de los regresos. Se trata más bien de una película convencional por donde se la mire, y si bien he afirmado en más de una oportunidad que ciertos lugares comunes tienden a ser placenteros de transitar una y otra vez, aquí todo huele a un ejercicio cinematográfico algo pasado de fecha, donde el viejo maestro del cine de terror nos termina dejando una impresión cinética algo demodé, como quien volvió para jugar con viejos fósforos en un lugar donde ahora todo arde con nafta.
Después de un periodo de inactividad cinematográfica muy prolongado (desde 2001, con la aquí estrenada directamente en video Fantasmas de Marte), el gran Carpenter vuelve para contar la historia de Kristen (Amber Newman, hermosísima guerrera carpenteriana y el más grande acierto de la película), una joven que luego de haber incendiado su casa termina recluida dentro de un manicomio, en donde cada noche una extraña presencia recorre los pasillos del hospital asesinando a las internas. Kristen intenta desentrañar el misterio sobre la identidad de la presencia asesina, la cual pareciera estar asociada a una antigua paciente que desapareció en circunstancias poco claras, tratando simultáneamente de demostrar su cordura ante las autoridades del hospital, quienes parecieran guardar alguna relación con los hechos. No vale la pena adentrarse mucho más en la trama, y lo más suave que podemos decir sobre ella es que se trata de un guion digno de un taller de escritura, con una vuelta de tuerca final que a esta altura no puede tomar por sorpresa a nadie.
No todo es tan siniestro si tenemos en cuenta que Carpenter se hace sentir, como siempre, en cada fotograma, demostrando que no hay nada que no pueda filmar bien, apostando a su clasicismo old-fashioned, brindando la duración justa a cada plano, pero sin evitar que terminemos evocando los viejos y buenos tiempos en cada uno de sus travellings.
No deja de ser saludable, insisto, que las decisiones estéticas del heredero de Howard Hawks se hagan sentir en todo momento, atenuando un poco la falta de estímulos que ofrece el relato. Uno se pone a pensar en cuánto mejores podrían terminar resultando tantas malas películas si detrás de cámaras hubiera una presencia como la de Carpenter para equilibrar el tedio a fuerza de un buen manejo de los recursos propios del cine. También resultan inevitables las comparaciones entre la gran obra del cineasta texano (que incluyen, entre tantas otras maravillas, Asalto al Precinto 13, El príncipe de las tinieblas, En la boca del miedo) y algunos de sus admiradores y herederos actuales, como Robert Rodríguez. Mientras que en la obra del primero predominan una seriedad y un respeto (beneficiosos) frente al género del terror y la ciencia ficción, acompañados siempre de un genuino deseo -consumado- de explotar las posibilidades expresivas de cada uno, en Rodríguez uno percibe un estilo diestro, pirotécnico y festivo en donde nada puede ser tomado en serio, algo que siempre encontré como un factor contraproducente a la hora de valorar su cine (que aun así bien puede deparar momentos de disfrute, pero siempre superficiales y que no exceden de una segunda visión). Si bien no estoy en contra del carácter festivo en las películas, y me parece que Rodríguez está bastante lejos de encarnar los males del cine de género contemporáneo, no puedo dejar de sentir que luego de una visión, las películas del cineasta de San Antonio se hunden en el pus de su propio acné, no pasan del canchereo ni del divertimento barato, como si el cineasta fuera incapaz de construir emociones perdurables, algo que sí pareciera lograr su colega y amigo Quentin Tarantino, que comparte con Rodríguez el carácter adolescente y fetichista de su visión del cine, pero sabe dotar a sus películas de espesor y asume riesgos que derivan en un crecimiento de su obra con el paso del tiempo.
En un panorama tan irregular y poco propenso a las satisfacciones como el del actual cine de terror, el deseo de que Carpenter vuelva como gran sheriff del género a imponer justicia cinematográfica quedará (espero) para otra ocasión. Tengamos fe.
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