Carlos Sorín ya tiene ganada su fama de autor, a través de una filmografía coherente que viene desarrollando desde 1986, cuando sorprendió con La película del rey -donde narra las vicisitudes que sufre un equipo de cine-, ubicada en la Patagonia, una inhóspita región poco catalogada como locación en la cinematografía argentina. Ese fue su lugar en el mundo para sus futuras producciones. Allí filmó Eversmile New Jersey (1989), historia de un amor fugaz de un odontólogo (interpretado por Daniel Day-Lewis) que atraviesa el desértico paisaje para educar sobre la higiene bucal. Historias mínimas (2002) también transcurre en el sur argentino y narra, como su título lo indica, pequeñas anécdotas de personajes cotidianos de distintos pueblos de la zona. El perro (2004) cuenta las peripecias que pasa un hombre maduro desempleado de una estación de servicio de la desolada ruta patagónica y su encuentro con un dogo que le cambiará la vida.
Sorín sale del frío paisaje cuando filma El camino de San Diego (2006), una película de carretera que narra el trayecto de un fanático de Maradona, desde la norteña y selvática Misiones hasta Buenos Aires. Sin embargo, insiste en la intención de contar un traslado, como en sus anteriores filmes. El viaje a través del desierto, por las rutas de la llanura, que implican algún crecimiento para los personajes, ha sido hasta ahora una constante en el director argentino.
Con La ventana (2007), el director vuelve al Sur. Pero ya no hay traslados, ni viajes físicos. Esa ventana a la que se refiere el título es el pretexto para que Antonio pueda recorrer el pasado mentalmente, antes de reencontrarse con el hijo. Aunque permanezcan la idea de recorrido por los recuerdos y el paisaje árido y ventoso que se cuela por la ventana, hay un tono más melancólico, que hasta ahora no habíamos notado. Porque la anterior filmografía de Sorín nos dejaba con la sensación de haber tenido una reconciliación con la vida luego de ver sus películas. Quizá por la simplicidad de sus historias, por los personajes lineales o por los finales abiertos, que invitaban a ser optimistas... Entre esos seres y sus vicisitudes había un haz de esperanza. En La ventana deja ese tono para volverse más intimista y, quizá, más desesperanzador.
Sirva esta larga introducción para pasar a revisar el último estreno de Sorín, El gato desaparece, donde hay un abandono de sus constantes más notables -la Patagonia, con sus llanuras frías, azotada por un viento constante y recorrida a través del viaje; los personajes sin mayores profundizaciones porque no son actores profesionales, sino gentes del lugar; las situaciones que se ofrecen espontáneamente como aportes a un esbozo de guión, que coquetea entre la ficción y el documental-; sin embargo, guarda una coherencia autoral, basada en la cuidadosa edición de las imágenes, en la selección de los mejores planos, en la creación de una historia que involucra al espectador...
En esta oportunidad, se recluye en una casa, cuyas estancias se nos harán familiares, ya que será el entorno cerrado donde se desarrollará el reencuentro entre Beatriz (Beatriz Spelzini) y Luis (Luis Luque). Los actores son profesionales y el guión pareciera haber sido escrito para ellos, cosa que parece subrayarse por el nombre elegido para los personajes.
Si las escenas del desierto despojan de toda complejidad a esos seres rudimentarios pero queribles, en El gato desaparece, Beatriz y Luis ofrecen un par de figuras planas que se irán enriqueciendo, a través de las reacciones que se suscitarán con el devenir de los días. Luis ha dejado el neuropsiquiátrico, donde permaneció internado luego de un brote psicótico, explicado al comienzo del film. El conflicto del pasado se debe a un triángulo, no amoroso, sino intelectual. Este aspecto es sólo un pretexto para desarrollar una atmósfera claustrofóbica y una situación de paranoia que se va desarrollando, sobre todo, en el personaje femenino.
Una de las primeras escenas, donde Beatriz le explica a Luis que ha acomodado su biblioteca y éste, en la primera noche de insomnio la vacía para reacomodarla según su criterio, ya establece el primer cortocircuito entre ambos. El personaje de Luis pareciera permanecer lineal, mientras que el de Beatriz se va enriqueciendo, debido a las dudas, desconfianzas y temores que le suscita la conducta impertérrita de su marido. El tercero en conflicto apenas aparece. Y es más una mención del pasado que una presencia del presente. Por momentos nos olvidamos de él, y allí radica, si se quiere, el lado más débil del film. Si en cambio, su "presencia" permaneciera latente entre los dos personajes principales, quizá el espectador podría involucrarse aún más con la historia. Por su parte, el gato del título, presente al comienzo, y permanente preocupación durante todo el film, será la excusa perfecta para conducir (y distraer) la historia, a través de su búsqueda. Una búsqueda que irá delineando esos resquemores que inquietan a Beatriz.
Si bien la historia está centrada en un espacio preponderante, con dos personajes que desconfían entre sí, lo que se agradece del film es la sobriedad, tan característica de Sorín, con que crea una atmósfera turbadora, donde el espectador se ve incluido. La búsqueda del gato, por parte de Beatriz, permite los escasos respiros de la claustrofóbica estancia. La angustiosa situación de la mujer nos hace recorrer los luminosos rincones de la casa, compartir sus pesadillas nocturnas y desconfiar, con ella, de ese hombre con cara de inocentón.
Podría pensarse que el personaje de Luis es plano. En realidad, sus silencios, que tanto perturban a Beatriz, nos lo hacen percibir con un halo de inocencia. Pero sólo hasta el momento en que Sorín ubica la cámara en un primer plano de su rostro y va acercándose, casi imperceptiblemente, por largos minutos, sin que cambie el gesto de su cara regordeta, ni su mirada clara y limpia... limpieza que es interpretada, comentada, intervenida por la cámara, de manera tal que instala en el espectador la misma inquietud que sugestiona a Beatriz.
Se ha dicho que Sorín se ha inspirado en Hitchcock para realizar este film. Es posible, o no. No importa. Ha salido de la línea mantenida hasta ahora sin traicionarse, porque los seres de su película son tan sencillos como los de sus películas anteriores. Si bien podemos catalogar la historia de simple -podría haber abundado más en la complejidad del guión-, podemos decir que existe una profundización mediante la narración, donde la puesta en escena (los seres inmersos en un espacio cerrado, la nocturnidad de la búsqueda) juega un papel fundamental y, específicamente, la cámara se convierte en la verdadera protagonista de El gato desaparece.
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