Dos años después de que se presentase en la sección Les enfants terribles de la 45 Edición Festival de Gijón (2007) nos llega a las pantallas la segunda película de Kenneth Bi, El latido de la montaña. Asistimos a un largometraje esquizofrénico en el que confluyen un estandarizado cine negro hongkonés ambientado en el universo codificado de las tríadas chinas y el relato de corte espiritual al estilo del cuento budista de Primavera, verano, otoño e invierno (Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom,2003) de Kim Ki -Duk.
Por ello el film gravita entre dos texturas que se corresponden por un lado, con la plasmación estilística del cine negro postmoderno en un ambiente urbano y nocturno preñado de violencia. Aquí vendrá explicitado con movimientos de cámara dinámicos que otorgan un grafismo difuso e inestable. Y por otro lado, acorde con un cine taiwanés más autoral, entrarán a formar parte de la anotación estética formas más reposadas con planos generales y ralentizaciones para dar testimonio del ambiente de quietud y espiritualidad sobre el que quiere reposar también el largometraje. De esta manera, se establece una confrontación entre dos ámbitos que no se diferencian no sólo por lo estrictamente geográfico (el neón urbano frente al sosiego verde de la colina), sino que además se presentan como dos espacios anímicos opuestos.
Tal como se comenta en las notas de producción del filme, el proyecto nace ante el contacto y fascinación del director con el grupo de percusión U Theatre (que también aparecen en el film). Se trata de un grupo musical que fundamenta su vía creativa partiendo de una reclusión voluntaria fuera del mundo urbano en el que se nutren de misticismo, meditación y artes marciales para tratar de alcanzar una metafísica musical a través de la percusión con los tambores.
Esta experiencia, sin duda loable, podría haber dado pie a la realización de un documental sobre dicho grupo musical. No obstante Kenneth Bi, opta por tejer una ficción que de tan esquemática, acaba resultando insuficiente.
Para ello, nos coge al hijo de un mafioso local, Sid (Jaycee Chan), que debe ser escondido por su padre, ante el affaire sentimental que mantiene con Carmen (Hei-Yi Cheng), la novia de uno de los grandes capos mafiosos. Para que acabe conociendo al grupo musical, nos conduce al protagonista ante las colinas taiwanesas y él, que ya era batería de un grupo de rock, querrá entrar en contacto con dicho grupo movido por la curiosidad.
A partir de aquí, el director quiere mostrarnos cómo en un personaje caprichoso, petulante y con rasgos de niño malcriado, en su contacto con un estilo de vida basado en el ascetismo y la espiritualidad, se va gestando en su ser un proceso regenerador. Acorde con principios budistas, Sid cuando forma parte del grupo musical, va superando los límites del ego para ir adquiriendo un estado mental claro y desligado de preocupaciones mundanas que le hacen alcanzar una situación de realización personal. Así, en su voluntad de querer llegar a alcanzar la habilidad que demuestra el grupo musical con el tambor, se pone en solfa la perseverancia y la paciencia como valores positivos. El carácter impetuoso y la urgencia de querer aprender rápido son frenadas por la líder del grupo para que Sid vaya asumiendo progresivamente el estado mental necesario que dotará a su habilidad de los requerimientos necesarios para el dominio del tambor.
El mundo moderno y sus turbulencias plasmadas en la descripción de la vida hongkonesa de su padre es confrontada con la hipnosis que ejerce en Sid el tambor chamánico. El problema estriba en que dicha fascinación por un modo de vida alternativo, está narrado con torpeza narrativa. Si el cine no deja de ser un tiempo que se puede ver, Kenneth Bi no acierta a visualizar este tiempo evolutivo de su personaje principal. Lamentablemente, aquello se queda en la pantalla, y cuando Sid vuelve a Hong Kong ya formando parte de U Theatre, nos resulta forzada e impostada la nueva cara del personaje en su solución final.
El desenlace en cuanto a clímax narrativo es fallido ante la desdibujada descripción de la resolución del dilema del personaje principal. Tampoco ayuda que Kenneth Bi, recurra a un montaje paralelo casi ya inevitable desde El Padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola, 1972) que de tanto abuso pierde efectividad como recurso dramático en films de ambiente criminal. No podemos apreciar con la necesaria emoción, la obligación de Sid a decidir entre rendir cuentas para vengar la muerte de su padre o la adhesión al nuevo estado mental que le ha proporcionado paz interior. Este dualismo metafísico incluso adquiere visos de ridiculez en la escena del funeral.
Llegamos pues, a una conceptualización de una forma de vida basada en una espiritualidad budista con fines terapéuticos que no funciona bien dramáticamente en una ficción excesivamente estereotipada. Esa sensación de vacío que conlleva a su vez la necesidad de cubrirlo con la emergencia del sujeto no queda plamasda con la suficiente eficacia para que el espectador sienta como Sid adquiere conciencia de lo absurdo que son los valores de su vida.
Dado que Kenneth Bi muestra un especial interés por uno de los entornos, al descuidar la facción hongkonesa criminal del film, recurriendo a un bosquejo repetido y gastado, se pierde efectividad en la relación polivalente que el sujeto puede tener con su entorno.
Por lo que salimos del cine con la sensación de que hubiese sido mejor la modalidad persuasiva del documental para conocer al grupo U Theatre, habida cuenta de lo débil que ha resultado la ficción como elemento sugestivo.
Ficha técnica:
El latido de la montaña (Zhang. Gu)
Hong Kong, 2007
Dirección: Kenneth Bi
Producción: Rosa Li, Peggy Chiao, Thanassis Karathanos
Guión: Kenneth Bi
Fotografía: Sam Koa
Música: Andre Mathias
Montaje: Isabel Meier, Kenneth Bi
Interpretación: Jaycee Chan, Tony Leung Ka Fai, Lee Sinje, Roy Cheung, Josie Ho, Kenneth Tsang, U Theatre
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