El actor se encuentra cansado en su danzar por las veleidades de las apariencias. Busca para ello recuperarse como presencia y en ese transitar en busca de la verdad, opta por el camino más inescrutable: aquel que se nutre de constantes mentiras opacas para trenzar una retorcida escenificación.
Joaquin Phoenix hace público que deja el mundo de la actuación para dedicarse al hip-hop. I'm still here se muestra como ese año de impasse, como la crónica de un momento de inflexión en una trayectoria vital. Para ello, el actor, y nunca mejor dicho, se sirve de la mascarada de la tragedia griega para exponernos su doppelgänger más siniestro y crepuscular pero completamente escindido de su doble original, el cual quizás podríamos ubicar al principio y al final, en el video doméstico de su infancia en un lago de Panamá y en su vuelta al país latinoamericano cuando visita a su padre, cerrando esta especie de constructo audiovisual. Dos señas que nos hacen emplazar el testimonio en el ámbito de lo estrictamente íntimo. En un mundo de artificialidades no cabe otro sendero que el de la falsificación y lo que aparenta ser un testimonio autobiográfico no es más que un fake, un falso documental. En él, al ritmo de un embravecido oleaje, los artífices, Joaquin Phoenix y su cuñado Casey Affleck, se esfuerzan en dejar un remanente de la profunda desazón y soledad que se vive en la cumbre, algo ya explorado desde los tiempos de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941). Pero hay mucho más.
Como rápidamente advertiremos, la imagen gana para sí misma un carácter errático mediante la acumulación de situaciones bizarras y delirantes, diluyendo en una especie de síntesis el gesto documental con el teatral, en cuanto todo es una pose, una figuración del lado oscuro del ser dual. En este desapego de la realidad, frontalmente expuesta, Joaquin Phoenix se cuestiona como ser, y con ello parece darnos acceso a su estado de conciencia y a su falta de manejo de la imagen pública. Como momento clave de lo último se recoge la famosa intervención de él en el programa de David Letterman, imitada después por Ben Stiller en la gala de los Oscars, ¿cruel vendetta por el claro desdén que recibe de Phoenix cuando se acerca a su casa a ofrecerle un papel en Greenberg (2010)?
De esta manera, lidiaremos en primer plano con el monstruo, desaliñado, violento, impetuoso, lleno de delirios excéntricos, que contrata prostitutas, esnifa cocaína, se pone nervioso si no tiene marihuana a su alcance, o trata con desprecio a sus compañeros de profesión. Así, I'm still here dinamita por completo la barrera entre realidad y ficción, y con ello la distinción entre objetividad y subjetividad. Con este trabajo experimental y rugoso se ahonda en lo obsceno, entendido como lo que está fuera de escena, explosionando así la distancia necesaria para que la imagen se convierta en objeto de representación. Al lanzar a la luz el espacio personal y sustraerlo de su hábitat natural, se niega a sí mismo, creando un amorfo concepto de identidad. Por ello, esta exhibición impúdica de la privacidad sometida al escrutinio de la cámara, es una hipertrofia de lo que es público y privado, aludiendo directamente a las fauces de los medios que someten al acoso continuo a personajes famosos -que no personas, según el abordaje televisivo-, estableciéndose una charada deforme y viciada en la que se procede al desmenuce mediático de un famoso, para satisfacción morbosa del espectador ávido de emociones primarias; que desea ver cómo la dignidad del poderoso es pulverizada, satisfaciendo así las pulsiones enfermizas de ver hundirse al prójimo, acrecentadas cuando vemos que el caído posee lo que yo no tengo. Valgan ejemplos recientes como el de Britney Spears.
Todo es un descenso a los infiernos (pero sin hallar al final del camino a Eurídice), con un arco dramático más propio de la ficción que del documental. Phoenix fracasa en sus dos esferas: en la que busca ser responsable de las contingencias y dueño de su destino, y en su absoluta ausencia de control de lo que él proyecta exteriormente como persona pública. Es un recorrido que no puede ser más que dispersivo pero parametrizado por la curva de ascensión (ilusoria) y caída, con una coda desoladora: el sujeto tras examinarse no consigue constituirse a sí mismo. Ha fracasado en esa conquista de lo íntimo, motor de arranque. Es un cuestionamiento de raíz de lo que es la fama, de lo que se puede conseguir y de lo que no se tiene, apropiándose para sí mismo de las técnicas más luctuosas de la telerrealidad. Bien, podría ser el metadiscurso autoconsciente de los reality-shows (el formato permite el carácter de ensayo) para esbozarnos lo que representa ser una celebridad.
I'm still here, en definitiva, es un documental fuera de quicio tanto con su propio formato como interiormente. Esta diseminación de vísceras anímicas personificadas en un actor en permanente interrogación se sirve de los extremos para polemizar subrepticiamente sobre la nula autorrealización que consigue el actor-estrella en su propia actividad, médium para otros, pero hueco y doliente en sus propios confines. El ser en toda su obsolescencia.
Festival de Venecia 2010. Fuera de concurso.
Festival de Toronto 2010
Festival de Gijón 2010. Inauguración.
Ficha técnica:
I'm still here (I'm still here: the lost year of Joaquin Phoenix), EUA, 2010
Dirección: Casey Affleck
Producción: Casey Affleck, Joaquin Phoenix, Amanda White
Guión: &Casey Affleck, Joaquin Phoenix
Fotografía: Magdalena Górka, Casey Affleck
Música: Marty Fogg
Montaje: Dody Dorn
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