Tras una infinita colección de comedias dedicadas a la amistad entre hombres, el estreno de La boda de mi mejor amiga (esta vez, se lleva la palma una horrible traducción que puede dar lugar al fatal equívoco, por basarse en el título de la romanticona My Best Friend Wedding, P. J. Hogan, 1997) se ha beneficiado del disimulado interés de las mujeres por disfrutar de una comedia gamberra femenina sin azúcares añadidos y de la curiosidad de los hombres por saber qué se cuece en el otro cuarto de baño. Puede que ni unas ni otros hayan quedado satisfechos, porque como otra muestra del original rol del cine como testigo de la realidad, el resultado ha venido a confirmar algo que todos sabíamos: las relaciones entre mujeres y las relaciones entre hombres representan dos líneas rectas paralelas, es decir, nunca tendrán ni un solo punto en común.
Para estudiar el comportamiento mujeril, el especialista en series de televisión Paul Feig creyó que una boda podría ser el evento más apropiado para hacer brotar lo mejor y lo peor de ellas. A primera vista, no parece una mala elección del escenario, aunque la diferencia entre culturas puede provocar un desafortunado choque con la rimbombancia anglosajona (la fiesta de despedida de ambientación francesa revienta el top de la cursilería).
En cualquier caso, y aún sonando a tópico rancio, estaba servida de antemano la comparación con su jaleada versión masculina, Resacón en Las Vegas (The Hangover, Todd Phillips, 2009). Y eso que la principal analogía no se halla en la accesoria inminencia de un matrimonio, sino en la inmejorable ocasión de ver actuar a un puñado de seres excitados, independientemente de su sexo (léase en el sentido que se prefiera). Pero, como paradoja, también en este hecho se localiza su más acusado contraste: mientras que el filme de Phillips se rendía confiado a la desmadrada juerga, La boda de mi mejor amiga se decanta, con prudencia y sin renunciar a una positiva ñoñería, por la tragicomedia, sacando a flote, junto a la ya clásica costumbre del extenso metraje, el inconfundible sello de las producciones Apatow.
Partiendo de este sugestivo planteamiento, por otro lado referencial, atendiendo a las modernas mutaciones de la comedia, el resto de las discordancias pasarían por nimiedades si no aludieran de un modo tan claro a la disposición de un elemento clave: el reparto femenino no está tan compensado en el plano cómico (salvo por lo inusual de la justa combinación entre belleza y gracia), ganando en el individualismo y perdiendo en una "coralidad", donde los hombres suelen hacerse más fuertes. Consciente de ello, Feig limitó el número de escenas grupales intercalando entre ellas las obligatorias cuotas de escatología (no se echa en falta esa "exitosa" moda de la Nueva Comedia Americana de inventar nombres para excéntricas prácticas sexuales) y estupefacientes que se sienten como un frustrada autoparodia del género. Sin embargo, cuando estas (muy) largas escenas renuncian a la obviedad para sumergirse en esa tan prolífica variante embarazosa del humor, la película remonta sus errores no solo gracias a la solidez del guión, sino a una más que decente puesta en escena.
Y es ahora, en el momento en el que estaba por decir que o bien sobran mujeres, o bien falta sinergia entre ellas, cuando toca sumarse a la unánime alabanza crítica a la interpretación de Kristen Wiig. Su estreno en un protagonismo absoluto y absorbente por su admirable vis cómica -y hecho a su medida por ser la coguionista del filme-, hace del personaje de Annie el perfecto hilo conductor para esa sucesión de secuencias configuradas a modo de sketches entremezclados con escenas de continuidad (otra tendencia muy extendida en la Nueva Comedia gracias al influjo siempre vivo de Saturday Night Live) en una composición bienintencionada sobre la amargura de la soledad -agravada por el perenne antagonismo de la inoportuna boda de la mejor amiga, sobrevolando una cabeza que toca fondo y dando buena cuenta de la hipocresía y el retorcimiento como los peores instintos de la naturaleza femenina-.
Los grandes detalles de una cinta que equilibra la proporción entre el gag físico y el dialogado, concluyen con los acertados cameos de venerados cómicos británicos como Matt Lucas o Chris O'Downd y con una abierta invitación al público masculino, consideración inédita hasta la fecha en títulos protagonizados por y dirigidos a un determinado género. Total, cuando se trata de luchar por una buena amistad no hay mucha distinción de sexos; pese a que el machismo de nuestro imaginario deduzca que, para el mismo fin, el medio de la mujer sea una terca competencia y el del hombre, una inconsciente camaradería.
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