China es un país que ha tenido encanto universal desde tiempos muy antiguos. Llama la atención su cultura refinada, en la cual los gestos y las palabras se usan con todo cuidado, en ambientes delicados, llenos de objetos perfectamente alineados con el tiempo y con los espacios. Nunca dejan de sorprender las tradiciones, el respeto por los mayores y la atención evidente a los pequeños detalles.
Mucho tiene que ver en esto el mítico personaje Confucio, un filósofo chino que vivió entre 551 a. C. y 479 a. C., quien se dedicó a enseñar y a trabajar con un grupo de discípulos para formarlos en los principios del buen gobierno (aquel que se sustenta en el aprecio por el otro, la justicia y el respeto por la autoridad), de la buena conducta en la vida (que se apoya en la práctica de las máximas virtudes: la tolerancia, la bondad, la benevolencia, el amor al prójimo y el respeto a los mayores y a los antepasados). Su idea era la de lograr la prosperidad de la sociedad basada en mantener relaciones en plena armonía.
Las ideas confucianas han estado permeando el funcionamiento de la sociedad china durante 2.500 años y ello se puede apreciar en el hecho mismo de que se ha lanzado la película Confucio, escrita, dirigida y producida por Hu Mei para celebrar el aniversario 60 de la República Popular China y los 2.560 años desde el nacimiento de este personaje. Se aprecia que sus elegantes ideas no solamente no alcanzaron a ser derrumbadas por la revolución comunista, sino que han sido utilizadas como palancas para mantener un sentido de unidad y coherencia en la compleja situación de una sociedad que crece a pasos agigantados hacia la modernidad, manteniendo en paralelo esquemas tradicionales.
Elaborar una buena película sobre un personaje cuyo poder reside en las sentencias, en las frases inteligentes y sorprendentes, que resuelven una situación por su inherente poder y sabiduría, por su sentido ético y profundo, no es fácil y menos todavía en una época de máxima velocidad y poca permanencia. Tampoco fue fácil para Confucio mantener su estilo personal, equilibrado, pausado, trascendente, en la época en que vivió, signada por las guerras, por los caudillismos y por la intolerancia. ¿Cómo se logran estos equilibrios? Aprendiendo a combinar el sentido profundo con los detalles reales de la vida.
En la realidad de Confucio, el personaje vivió a plenitud, contrastando su filosofía con la vida real, ya que fue alcalde, ministro, estratega y consejero y se metió de lleno en la política de su época para sanearla, para enderezarla, para darle sentido, sin que importara la mezcla de éxitos y fracasos que experimentó. En la película, Hu Mei nos encanta con la belleza de las cosas pequeñas y de los gestos y nos entretiene con varias historias entrelazadas, de modo que cuando Confucio va soltando sus sentencias y sus enseñanzas, las vamos recibiendo en forma natural, sin que se vean forzadas o pedantes o moralizantes, tan relacionadas están con las vivencias que se narran.
Los sonidos de los tambores, las danzas ligeras y sutiles, los ropajes sedosos, el té que fluye ceremonioso de las vasijas a las manos acogedoras y a los personajes atentos; las puertas que se cierran enigmáticas, los saludos lentos, a la vez calculados y naturales; las reuniones y las voces que anuncian y proclaman majestuosos las entradas de los personajes; el grupo de discípulos fieles y honorables; la familia amorosa y sufrida. Son todos matices coloridos para pintar las famosas sentencias del personaje. En el trasfondo, la guerra, el hambre, el frío, el desierto, la injusticia, las intrigas y la malicia de los hombres, como tonalidades menores que llevan a la reflexión, al realismo, al contraste, para que las frases no suenen huecas, para que se aprecie la sabiduría práctica que las ha forjado.
Hay una pequeña historia fundamental, la de un niño que es salvado por Confucio de ser enterrado vivo junto con su señor feudal muerto, siguiendo una terrible tradición que señala que los servidores deben ser enterrados con su señor, para que le sigan sirviendo. Lo hace con un toque maestro de lógica invencible, cuando invita al poderoso acusador del niño a enterrarse él también con su príncipe muerto, ya que tanto le ama, para que le siga sirviendo en el más allá. Así decía y así resolvía el maestro los conflictos, con una mezcla de compasión y de inteligencia, mente y corazón en armónico equilibrio. Primero el principio que armoniza, luego la acción inteligente que resuelve las situaciones. El camino del maestro es el camino del mundo y el maestro debe ser capaz de gozar de la lluvia poderosa que le atranca su carreta en medio de la nada. Ella es una señal para echarse a reír y descansar, para que todo siga su debido curso, para que le alcancen sus amigos, para seguir enseñando y formando escuela.
Para que las palabras permanezcan durante más de 2.500 años, debieron ser escritas, recitadas y transmitidas por una cadena de discípulos cariñosos en escuela permanente. En Confucio se destacan las escenas que señalan cómo se construye esta tradición de sabiduría: el maestro observa, medita, concluye y habla. El maestro escribe en bellas tablillas con caligrafía preciosa. Los discípulos escuchan atentos, reconociendo la sabiduría evidente. Todos ellos viven las enseñanzas y cuando el desastre las hunde en lo profundo de las aguas, debajo del piso helado que se rompe, vale la pena rescatarlas a toda costa, para que no mueran. Por ello en otra escena de impacto, el discípulo rescata las tablillas de las aguas frías y su maestro llora desconsolado abrazando, por horas y horas, su cuerpo helado, ya muerto.
Esta es la época en que China surge poderosa. Se atreve no solamente a convertirse en la primera economía mundial, a lanzar su primer portaviones y a dominar la energía solar. De alguna manera quiere señalar también el camino ético, explorar la trascendencia. De raíces y de esencias no carece. ¿Habrá un nuevo orden latente, habrá una forma confuciana, inteligente, de encontrar la armonía deseada? Ver Confucio es una buena oportunidad para hacerse estas preguntas.
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