La atrevida denuncia que acostumbra a plantear el cine de tintes sociales suele sufrir el peso del inconformismo por una gran parte del público entregado y expectante, pues ha optado por su visionado al tocar aquél un tema que le interesa. Esta lacra puede deberse a un director que no termina de mojarse, a unos actores nada creíbles en el contexto que plantea la situación demandada, o a un posicionamiento o enfoque diferente, incluso opuesto, en ocasiones, al defendido por el espectador. El director británico Ken Loach ha dedicado toda su carrera a este tipo de dramas sociales, género independiente en Gran Bretaña denominado british social realism, en el que el protagonista es un anónimo obrero que se convierte en héroe durante hora y media (Lloviendo piedras o La cuadrilla), un inmigrante discriminado (Pan y rosas o La canción de Carla) o un idilio imposible en el que los enamorados dedican su existencia a combatir la imperante sinrazón (Sólo un beso).
Esta reiterativa premisa -una declaración de propósitos con una inmejorable intención, todo sea dicho- en los trabajos de un director obsesionado con la conciencia política y la lucha de clases, marca la pauta de una irregular carrera tildada de blanda, simple y obvia. También es verdad que las reivindicaciones y el compromiso social se atisban muy sencillos desde la óptica de una izquierda adinerada y acomodaticia, como la de un cineasta consagrado. Sin embargo, esta posición privilegiada y el agotamiento de ideas que se limitan a mantener la estructura de una fórmula previsible no tiene por qué significar el fracaso rotundo de toda obra venidera. Contra todo pronóstico, Buscando a Eric puede presumir de cierta independencia -dentro del sello de un autor independiente-, de ser algo diferente dentro de lo redundante.
El distintivo de aceptabilidad novedosa viene de la mano del exfutbolista del Manchester United, Eric Cantona. Ilusionista de los últimos metros, experto en conseguir la exacta combinación de potencia y precisión a la hora de golear, agresivo, pasional, irresponsable, catedrático de la técnica del fútbol, fue apodado El Rey: las cinco temporadas que estuvo en Manchester generaron una especie de culto divino hacia su figura, pero también suscitaron un profundo odio fuera de allí. Curiosamente, su suerte podría ser equiparada a la del cineasta a cuyas órdenes se somete ahora. Con una creciente experiencia en el entorno actoral al haber participado ya en seis películas, su carismática presencia suple el agarrotamiento propio de la carencia de tablas artísticas con el que nos golpea cada una de sus intervenciones. Y la magnífica colección de imágenes de archivo con sus genialidades balompédicas, ya consiguen que pagar la entrada merezca la pena.
La estrella del relato también se llama Eric. Es un cartero con instintos suicidas por un cúmulo de desgracias: divorciado por partida doble, a cargo de sus dos rebeldes hijastros y abuelo de una preciosa niña, a cuya abuela, su primera ex mujer, es incapaz de acercarse. Lejos de conseguir la ferviente verosimilitud que requiere el cine social, la situación del pobre Eric es tan penosa que se advierte como tremendamente exagerada. El gran ídolo del cartero es el futbolista francés; su gran adicción es ese fútbol espectáculo de masas que, al igual que el cine en sus comienzos, durante un ratito, los fines de semana, calma la ansiedad de la clase trabajadora.
Además, Eric también se relaja fumando yerba. Se acerca con sigilo a la habitación de su hijastro y le roba un par de cogollos. En plena fumada, se aparece el crack gitano, a modo de consejero vital, para ofrecer su "sabiduría", canuto va, canuto viene. La verdad, es que muy desesperado hay que andar para elegir como asesor a un futbolista; primero, por su fama de no ser, precisamente, unas grandes lumbreras; y segundo y más importante, por la incompatibilidad y la desigualdad entre su ostentoso estilo de vida y la sencillez de un obrero. Para rematar, el colmo de la paradoja: que el jugador con menos compostura y disciplina en su profesión -que no deja de ser un juego- de las últimas décadas, sea el encargado de impartir las lecciones sobre la vida.
Soy consciente de que este artículo se acercará mucho a una radiografía o perfil del jugador galo, en detrimento del propio análisis del film. Pero la ocasión (un futbolista protagonista medianamente aceptable en su papel) lo merece: prosigamos, pues. Como prueba de su desfachatez en el campo, su episodio más tristemente recordado: la patada voladora de kung fu que le propinó a un aficionado del modesto Crystal Palace que le insultaba desde la grada. Le costó nueve meses de suspensión, una multa de unas veinte mil libras y ciento cuarenta horas de trabajos comunitarios. Aunque, no hay mal que por bien no venga; la rueda de prensa que procedió a tal encuentro, supuso el despegue de la opaca y cuestionable carrera proverbial de Cantona que será muy provechosa en la cinta para su desafortunado amigo (aunque termine planteándose la validez de los postulados de su tocayo), al citar una incoherencia sobre gaviotas en alta mar -a la que se hace alusión en la película y que se mostrará en los títulos de crédito finales; sin desperdicio-. Pero, Eric cree devotamente en Eric, y al fin y al cabo, domingo tras domingo, ha estado colaborando a pagar su astronómico sueldo. Cantona, El Rey, le debe algo.
Con esto, zanjaríamos la primera parte de la película, la de la restitución afectiva de Eric. En la segunda, será él mismo el que, de una, tome las riendas de su vida al asumir la temeraria empresa de proteger a su familia de unos matones. Finalmente Eric se encuentra, sí. Y es que nunca estuvo solo. Al extravagante auxilio de Cantona hay que añadir el incondicional apoyo de su pandilla de amigotes. Compañeros de trabajo, de glorias y penas deportivas, hermanos de vida que ofrecen unas cervezas en el bar o unas sesiones de lecturas de autoayuda (impagable escena la de la meditación sobre personajes famosos). Mas, un pequeño tirón de orejas al director. Loach hace de la unión masculina que crea el fútbol una apología del hooliganismo, con buen fin, inconcebible por anormal, pero no deja de magnificar esa esencia violenta que se desprende de la vieja máxima "la mejor defensa es un buen ataque".
Si pasamos por alto este último detalle, en Buscando a Eric encontramos una historia para todos los públicos que es difícil que no guste. Sí, es cierto: argumentalmente se parece a un telefilme de la sobremesa de los domingos, pero sin tanta caspa. Haciendo oídos sordos de las tonterías vertidas por infinidad de críticos (la mayoría detractores de la filmografía de Ken Loach), comprobaremos que la película funciona. Sabe divertir, emocionar, enganchar, puede hacer llorar, se hace inolvidable, un buen recuerdo. Creo que éste, a fin de cuentas, debería ser el principal objetivo del cine. Y toda obra que lo logre -aunque, de manera utópica se debería exigir una cláusula prohibitiva de ganarse al espectador con artimañas sentimentales, como aquí, lamentablemente, ocurre- es digna de ser tenida en cuenta.
Ficha técnica:
Buscando a Eric (Looking for Eric), Reino Unido, 2009
Dirección: Ken Loach
Producción: Rebecca O'Brien
Guión: Paul Laverty
Fotografía: Barry Ackroyd
Música: George Fenton
Montaje: Jonathan Morris
Interpretación: Eric Cantona, Steve Evets, Stephanie Bishop, Gerard Kearns
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